Si alguien ha intentado adquirir un vehículo, un Play Station, un Xbox, un televisor o cualquier otro aparato tecnológico en los últimos días, posiblemente haya notado que la escasez de muchos de estos modelos es latente.
La respuesta de los vendedores es la misma: “las entregas están demoradas por la crisis de semiconductores”. Esta situación ha llevado a que, por ejemplo, el sector automovilístico haya tenido que paralizar fábricas a lo largo y ancho del planeta o haya disminuido el ritmo de producción despidiendo a miles de trabajadores, afectando a los consumidores, pero, sobre todo, impactando en la economía.
Uno de esos ejemplos fue la planta de Gravatai en Brasil, la más grande de General Motors en América del Sur, la cual paró su producción por casi medio año.
Por el lado de los productos electrónicos cotidianos el resultado no ha sido muy distinto: incremento en los precios y dificultad en muchos países de poder adquirir las versiones más recientes.
¿Qué tiene que ver esta escasez con la llamada “guerra comercial” entre Estados Unidos y China, con la formación del AUKUS (alianza de Estados Unidos, Australia y Reino Unidos), con el aumento de tensiones entre China y Taiwán, con el discurso de la “economía del conocimiento” de la Unión Europea y con los efectos del cambio climático?
Como se verá a lo largo de este artículo, la respuesta es la geopolítica, ya que estos temas están estrechamente relacionados y son interdependientes entre sí.
Así, es sabido que hasta la Primera Guerra Mundial el poderío internacional se lograba gracias al control directo sobre el territorio y durante gran parte del siglo XX por el control indirecto sobre la materia prima estratégica como el petróleo.
No obstante, en el siglo XXI el poderío de una potencia depende principalmente del control que se ejerza sobre la tecnología y, en especial, sobre los microchips. Por esa razón, los centros neurálgicos de la geopolítica y las relaciones internacionales se han desplazado desde Medio Oriente, el Cáucaso y el delta del Orinoco hacia el Mar Amarillo, más exactamente Taiwán y la península de Corea.
El microchip no es más que un circuito electrónico integrado de transistores en una lámina diminuta de silicio con propiedades semiconductoras. Tal invento se logró en el año 1958 como parte del desarrollo militar estadounidense para el lanzamiento de misiles balísticos intercontinentales y en pocos años llegó a ser, después de la rueda y la escritura, el invento más importante de la historia.
Gracias a este invento el desarrollo tecnológico ha crecido de forma exponencial y se ha hecho accesible a millones de seres humanos. Gracias a las ventajas que adquirió Estados Unidos con esta invención logró a la larga ganar la Guerra Fría, no porque los haya empleado para bombardear las bases militares de la Unión Soviética sino porque las ventajas tecnológicas que logró en los siguientes años repercutieron directamente en ventajas económicas y políticas que, sumado a factores internos, terminaron por implosionar a la patria de Lenin. Hoy los microchips son omnipresentes en la vida diaria.
Se calcula que, cada año, por cada ser humano que hay en el planeta se fabrican 128 chips. Un automóvil en promedio requiere más de 3500 chips, y desde neveras, lavadoras, celulares, computadores, hasta equipos médicos, tecnología militar y fabricación de aviones o misiles los emplean para que puedan ser operativos.
La importancia del microchip no solo deriva de la omnipresencia en prácticamente todas las facetas de nuestras vidas, sino, sobre todo, en el monopolio que existe en el mundo para su fabricación. Aunque hasta hace unos años muchos países los diseñaban y fabricaban, a medida que pasa el tiempo el mercado cada vez se concentra en un número menor de compañías capaces de diseñarlos o fabricarlos.
Hace un cuarto de siglo, 24 empresas podrían diseñar y fabricar los chips que para la época eran los más avanzados. Hoy, solo hay tres con capacidad de fabricar aquellos que no son obsoletos: Intel de Estados Unidos, Samsung de Corea del Sur y TSMC de Taiwán. El monopolio es aún más evidente si se tiene en cuenta que la fabricación de chips de menos de 7 nanómetros, es decir, los más desarrollados, son producidos en un 92 % por la empresa taiwanesa.
Claro está, dicha compañía se dedica principalmente a la fabricación, sin perjuicio de que, en lo relacionado al diseño, aún sea Intel quien ocupa el primer lugar.
Debido al cambio climático, durante el primer semestre de 2021 bastó una fuerte sequía en Taiwán para que la isla se viera obligada a racionalizar agua, lo que trajo como consecuencia una crisis mundial, debido a que el agua es empleada en grandes cantidades en la fabricación de chips. Con la sequía paró el abastecimiento a las fábricas y como resultado, se rebosó una copa que por factores geopolíticos se venía llenando, produciendo todos los problemas de escasez ya mencionados.
Cabe señalar que la sequía en Taiwán fue tan solo una gota en un jarro en el que confluyen muchos factores geopolíticos. La escasez de chips era algo que se veía venir desde hace varios años. Detrás de esta se esconde una verdadera lucha entre superpotencias. Para entenderlo hay dos fechas claves: 1964 y 1984.
En la primera, el científico estadounidense Gordon Moore, por entonces un alto ejecutivo de INTEL, formula una hipótesis según la cual “el número de transistores por unidad de superficie en circuitos integrado se duplicaría cada año”. En pocas palabras, el desarrollo tecnológico llevaría a que éstos fuesen cada vez más pequeños y con ello dejarían obsoletos a los fabricados con anterioridad.
La siguiente fecha, 1984, es clave dado que en dicho año la holandesa Philips forma una empresa de la que poco se habla pero que hoy juega un papel importante en el juego geopolítico que originó la actual crisis: Advanced Semiconductor Materials Lithography,mejor conocida como ASML.
ASML es importante debido a que se enfoca en investigar el uso de la luz ultravioleta en la fabricación de máquinas que hacen microchips, marcando una diferencia con otras compañías similares de la época que también lo hicieron, pero con el tiempo desistieron. La empresa holandesa, en cambio, se mantuvo en esa línea.
Con el tiempo, solo otras dos empresas continuaron fabricando maquinas capaces a su vez de fabricar microchips: Canon y Nikon, estas últimas de Japón. No obstante, por la llamada hipótesis de Moore, al tener cada vez más transistores cada chip o ser éste cada vez más pequeño, la tecnología empleada por Canon y Nikon no es la mejor, por lo cual, quien hoy quiera fabricar un chip deberá pagarle miles de millones de dólares a la holandesa ASML para que le venda las máquinas de litografía que sirvan a ese propósito.
Esto fue precisamente lo que quiso hacer el gobierno de Pekín a partir del año 2015 como parte del plan “Hecho en China 2025”: invertir miles de millones de dólares para hacerse a las máquinas que le permitiesen autonomía en la fabricación de chips y así dejar de depender de Taiwán, su provincia rebelde y enemigo político tradicional con quien, a pesar de la rivalidad histórica, mantiene estrechas relaciones comerciales.
Cuando eso ocurrió, el gobierno de Donald Trump de inmediato inició la ola de sanciones comerciales que son por todos conocidas. De esas, quizá las que más afectaron al gigante asiático fue la orden ejecutiva que le prohibió a ASML venderle a China los equipos de litografía necesarios para la producción de chips.
Dicha prohibición se hizo bajo amenazas de dejar de suministrar insumos necesarios que emplea ASML, como el uso de láser y otros dispositivos, los cuales usan tecnología norteamericana.
Tales ordenes ejecutivas de Washington a corto plazo han afectado a China quien continúa dependiendo de la taiwanesa TSMC. Aunque desde 2011 Taiwan tiene una planta en territorio chino, lo allí fabricado va algunas generaciones detrás de los productos que se hacen en territorio insular, con la diferencia que éstos en gran media son vendidos a las compañías norteamericanas. Igualmente, TSMC tiene restricciones para venderle sus chips a China si hay sospecha de que puedan ser usados en el sector de defensa o en empresas que nada tienen que ver con dicho campo, pero que Estados Unidos acusa de trabajar para éste. Con esta excusa son sancionadas las compañías chinas que pueden hacerle sombra a las norteamericanas, como es el caso de Huawei, que empezó a desbancar a Apple en el mercado de tecnologías.
A pesar de esto, seguramente a largo plazo, muy seguramente quien logre salir victoriosa sea China, ya que tales restricciones, más que un factor disuasorio, han sido un incentivo para que redoble sus esfuerzos investigativos para lograr la suficiencia en la tan complicada cadena de producción de chips. Sin embargo, esto tardará varios años en lograrse.
La respuesta de China a las sanciones de Estados Unidos se ha dado en varios frentes. En lo inmediato, trató de adquirir todos aquellos modelos posibles frente a los cuales no había sanciones.
Para ello, un equivalente al PIB de Colombia fue dedicado en el 2020 por Pekín para importar aquellos chips que no estaban comprendidos en la lista de sanciones. Como resultado, esa sobreacumulación ha sido uno de los principales factores para que actualmente haya escasez. Por otra parte, como estrategia a mediano plazo, China trata de ejercer presión política y militar sobre Taiwán para recordarle a Estados Unidos que las fábricas están en su territorio, un territorio rebelde, pero al fin y al cabo propio.
Sus acciones se enfocan en mostrar que, si las sanciones continúan o se amplían, podría tomar dicha isla por la fuerza y así privar a Occidente de acceder a las fábricas de chips. En cuanto a estrategia a largo plazo, China no escatima esfuerzos en invertir en investigación y desarrollos tecnológicos. Busca ser autosuficiente en la cadena de producción de microchips.
En cuanto a Estados Unidos, aparte de las amenazas y las sanciones, a nivel interno también decidió volver a sus viejas estrategias proteccionistas e inyectarle miles de millones de dólares al sector tecnología, en un asunto que ha sido catalogado como “seguridad nacional”. Al respecto, ese supuesto discurso de la no intervención del Estado en la economía que tanto se exige a los países subdesarrollados, fue dejado de lado.
Del dinero que todos los estadounidenses pagan en impuestos, se le dará a la privada INTEL una cifra no menor a 50.000 millones de dólares. Con ello se busca que esta empresa construya una serie de plantas en Nuevo México para la fabricación de los chips. Este sector había sido dejado de lado ya que tales procesos implican el uso de materiales altamente tóxicos, por lo que se había optado por dislocar la producción hacia territorio taiwanés.
Nada nuevo, es lo mismo que se hace en otros renglones tecnológicos como la fabricación de ordenadores o teléfonos celulares, donde Apple contrata con Foxconn para que los haga de acuerdo con las especificaciones que se le dan, sin importar que esa misma empresa sea quien también hace los productos de Huawei.
Por otra parte, los norteamericanos saben que la construcción de plantas en territorio nacional tardará varios años y mientras tanto, temen que una recuperación de Taiwán por parte de China por la vía militar los deje sin quien les fabrique los insumos vitales para sus empresas tecnológicas y, sobre todo, para su sector de defensa.
Por ello, trata por todos los medios de poner presión política a China para disuadirla de esa opción. Como se explicó en artículos anteriores, esto guarda relación directa tanto con la retirada de tropas de Afganistán como con la formación de la alianza llamada AKUS, con Reino Unido y Australia. Finalmente, los norteamericanos saben que quizá llevaron las sanciones a su máximo límite, y si avanzan más pueden ahondar la crisis, no solo por el hecho de que China sea el “taller del mundo” sino porque también es el primer productor mundial de arenas de silicio, la materia prima esencial con la cual se fabrican los microchips.
En cuanto a la Unión Europea, si bien ellos tienen a ASML -la única que puede fabricar las máquinas con capacidad para fabricar chips de última tecnología- las recientes prohibiciones de Estados Unidos de hacer multimillonarios negocios con los chinos les recuerdan que dicha tecnología en gran medida es “prestada”.
En el año 2000, durante la Cumbre de Lisboa uno de los objetivos que se fijaron fue el de la Economía del Conocimiento y dentro de los cinco objetivos para 2020 estaba el de Investigación y Conocimiento. Para nadie es un secreto que el rezago tecnológico de Europa es cada día mayor. Hoy producen un 10 % de chips, frente a un 12 % de Estados Unidos y un 20 % de Taiwán que tiene el monopolio casi absoluto en la fabricación de los más avanzados.
La actual escasez llevó a que Bruselas anunciara a mediados de septiembre que presentará una ley (entiéndase, una directiva o un reglamento) para fomentar la producción de semiconductores en territorio comunitario, de manera que ese 10% pase a ser un 20% en 2030. Para ello, países como Italia han anunciado que invertirá cuatro mil millones de euros en la construcción de una planta fabricadora de microchips, en tanto que Alemania tiene planes similares.
Mientras el juego geopolítico continúa, la crisis de microchips sigue extendiéndose y agudizándose. El juego de poder entre las grandes potencias seguirá afectando el día a día de los ciudadanos de a pie.