¿Quién acabó con las Farc? Luego del anuncio del pasado 23 de Junio esta frase, que hace algunos años parecía de novela negra o el título de una obra de teatro del absurdo, empieza a ser una reflexión real y compleja que ocupará en el futuro próximo páginas de tesis universitarias, libros especializados y columnas de opinión. Consciente de las limitaciones de espacio y tiempo y con la emoción del anuncio del fin del conflicto aun a flor de piel, quisiera compartir algunas posibles respuestas a este interrogante.
Empecemos por el primer y más lógico sospechoso: las Farc. Así es, las Farc acabaron consigo mismas. El grupo de los 48 liberales/comunistas que se definieron como autodefensas campesinas allá en el sur del Tolima en la década de los años 60 del siglo pasado se convirtió, con el paso de los años, en una formidable máquina militar de violencia, terror y amenaza que borró con pasmosa facilidad la frontera entre civiles y combatientes en todos los territorios sin importar ideologías, razas, género y estrato social. Tanto en sus zonas de influencia como en sus acciones ofensivas por todo el país, las Farc le apostaron a la llegada al poder con medios detestables e injustificables como el secuestro, el reclutamiento forzado de menores y la utilización de medios y métodos de guerra que violaban los principios de distinción y proporcionalidad (cilindros y carros bomba, minas antipersonales). Recurrir al narcotráfico, que en este país no es simplemente un negocio ilegal sino que viene relacionado con dolor, muerte y con algunos de nuestros más difíciles capítulos, fue un lastre que hundió al grupo guerrillero. El rechazo generalizado de la población no es un cuento de los medios de la oligarquía; es el resultado lógico de todos estos años de irrespeto por las normas mínimas de decencia y del dolor que sembraron en tantas comunidades. Ninguna guerra de guerrillas ha sido exitosa sin el apoyo de la población civil y cuando las Farc rompieron los vasos comunicantes con el “pueblo” del que dicen ser ejército se condenaron al fracaso.
Recurrir al narcotráfico,
un negocio ilegal relacionado con dolor y muerte,
fue un lastre que hundió al grupo guerrillero
No obstante, imperdonables errores, —como el apoyo activo o tácito al paramilitarismo—, y delitos contra la población civil —como los falsos positivos y la desaparición forzada—, las fuerzas militares y la policía (que debe rápidamente volver a ser una fuerza civil de orden y convivencia) han sido esenciales para llevar a las Farc a la mesa de negociación y a su fin como guerrilla. La profesionalización del ejército, la inversión en movilidad (la flota de helicópteros sobrepasa los 300) así como el énfasis que se le ha dado a las fuerzas especiales (grupos pequeños de soldados altamente preparados con apoyo tecnológico y de inteligencia para operaciones de gran impacto) le permitieron a las fuerzas del Estado revertir la expansión de las Farc y llevarlos de nuevo a la guerra de guerrillas en sus zonas históricas (ver zonas de concentración). La adquisición de bombas “inteligentes” y el apoyo de la CIA en temas de inteligencia electrónica fueron fundamentales para atacar campamentos en medio de la selva con precisión y con mínima exposición para la fuerza pública. Ya no había escondedero posible. El esfuerzo que empezó con Andrés Pastrana y se profundizó con Álvaro Uribe permitió adicionalmente incrementar de manera importante el número de combatientes desmovilizados. 15 868 miembros de las Farc tomaron la decisión individual de entregar las armas e iniciar un proceso de reintegración. En un conflicto armado largo y degradado como el nuestro la desmovilización significa menos muertos, menos presos y menos dolor. El incremento en número de soldados y policías, la inversión en tecnología y movilidad y la profesionalización de las fuerzas, con un costo fiscal altísimo, posibilitó ofensivas sostenidas, golpes certeros, protección a la infraestructura y presión constante. Aunque no estuvieran aun arrodilladas y todavía realizaran acciones ofensivas en ciertas zonas, el balance estratégico militar ya no inclinaba la balanza a su favor y las Farc sabían que su avance en ese campo se había estancado.
Dentro de la lucha larga y sangrienta contra las Farc, hay un grupo de personas que puede pasar inadvertido porque sus acciones no han sido grandiosas ni excepcionales en el sentido tradicional, pero sin su presencia muchos territorios y sus gentes se hubiesen perdido en la maraña incierta del “orden” paralelo impuesto por las Farc. Me refiero a los miles de funcionarios públicos, desde Inspectores de Policía, pasando por concejales, jueces y alcaldes que bajo amenaza constante y en nombre de un Estado de Derecho vacilante y lejano, se jugaron el pellejo por defender la Constitución y la justicia. Su papel para finalmente ganarle a las Farc, aunque menos rimbombante, ha sido central.
Espero que después de entregar las armas, contar la verdad, pedir perdón, pasar por la justicia transicional y aportar en la reparación de las víctimas, las Farc den el paso a la institucionalidad. Que su nombre sea solo un capítulo oscuro de la historia nacional del que queden lecciones pero que nunca más política y balas se mezclen en Colombia. Ineptitud, ilegitimidad, acción militar contundente y funcionarios ejemplares; todos han aportado al final de las Farc. La estocada mortal, no obstante, será la reconciliación. Superado el odio habremos acabado, para siempre, con las Farc.