Querido Santiago:
Quiero primero que todo felicitarte por tu columna de hoy, o de ayer, en la que te vas lanza en ristre contra Álvaro Uribe y llegas a llamarlo “Dios de la Guerra”. Quiero felicitarte porque la columna circula bien en las redes sociales, es decir, funciona. Así diga lo que ya sabe todo mundo: que a la marcha de hoy será minoritaria porque solo estará la franja más recalcitrante del uribismo, los que no ven la delgada linea que divide “uribeños” y “urabeños”.
Los fieles.
Porque serán camanduleros sedientos de sangre (exagero con los adjetivos, yo sé) pero lo de fieles no se les puede quitar: eran uribistas cuando Uribe movía el país casi a su antojo y siguen siéndolo ahora que su Mesias es visto cada vez más como el loquito del pueblo el profeta de una secta extremista. Son la minoría irreductible de una mayoría que en otra época fue el 86 por ciento de los colombianos.
Ese 86 por ciento del que hacías parte.
Yo leo tu columna y me convenzo de que los años en los que fuiste parte del cuerpo diplomático de Álvaro Uribe no existieron. Me los soñé o me sueño esto que escribo porque una persona que desde que Uribe perdió el poder y con él la capacidad de dar puestos culturales y diplomáticos, no ha hecho más que atacar a su ex-jefe no puede ser la misma que durante el largo periodo en el que representó al gobierno Uribe alrededor del mundo nunca aprovechó la visibilidad que le daban sus puestos y su fama para criticar los horrores que estaban sucediendo.
Sobre eso te pregunté una vez en una conferencia en París en la que se habló sobre el rol del escritor en la política. Tus compañeros de panel, modestos, dieron opiniones de todo rango: que hay que comprometerse. Que no. Que el deber es escribir y no más. Tú te dejaste llevar por el verbo y dijiste que eras un escritor comprometido. En la misma frase te comparaste a Albert Camus en ese aspecto.
Y no te gustó que preguntara, ahí delante de todo mundo, que por qué te volviste tan comprometido sólo después de que dejaste de trabajar para Uribe.
“¿Sabe quién me recomendó para esos puestos?” gritaste “Gabo me recomendó”
Lo que por supuesto te exime de toda responsabilidad. Si “Gabo” te había recomendado. No tenías ninguna obligación moral de denunciar las atrocidades del gobierno Uribe mientras estaban sucediendo y se valía esperar, como hicistes, hasta después, cuando Uribe, pagó su pecado de dividir la clase de los ricos entre “de abolengo” y “levantados” y los de abolengo no se le perdonaron, relegándolo poco a una figura escandalosa pero sin la capacidad de repartir puestos (incluidos diplomáticos y culturales) que es en últimas el motor de las posiciones políticas en Colombia y una causa más grave que las Farc en la desgracia histórica de nuestro país.
Yo no digo que uno no pueda renegar de las opiniones que tuvo, pero hacerlo implica el doble pudor de reconocer sus opiniones pasadas y de no juzgar a quienes aún se sostienen en la opiniones que ahora nos parecen erradas. Caerle a Uribe cuando todo mundo le cayó encima, y no antes , cuando hacerlo era asumir un riesgo personal, no tiene tanta gracia, pero tienes derecho de hacerlo. Eso sí, con la delicadeza de no juzgar demasiado violentamente a los que marchan. aún creen en él y menos aún a los que marchan, porque hubo otra época (una vida pasada) en la que también marchaste spor Uribe.
Eso también te lo pregunté en esa conferencia, me dijiste, le dijiste al público que te escuchaba, que nunca marchaste a favor de Uribe, sino contra las Farc, contra la violencia.
Y eso vale como razón, no creas que no.
Vale como razón, carajo.
Excepto que ese mismo día, algunas decenas de personas aparecimos con pancartas que decían “Uribe Paramilitar” , “¿Dónde están los falsos positivos?” y otras cosas por el estilo. Y tú no hiciste nada, Santiago, viste cómo nos arrancaron las pancartas, nos empujaron, nos insultaron por decir que Uribe era también parte de la violencia y te limitaste a una mirada que ni siquiera era de condescendencia sino de franca lástima hacia nosotros.
No dijiste nada Santiago. No empezaste a hablar contra Uribe hasta años después, cuando ya la mitad del país lo estaba haciendo.
Y el silencio, por cobardía o por conveniencia, que le entiendo al que tiene todo que perder, no se lo puedo justificar a quienes tienen todos los medios para hacer oír su voz.
Te felicito por tu columna, Santiago. Lo que único que te faltó decir es que cuando Uribe estaba de moda y tenía poder, no tuviste el coraje de no marchar. Ahora, no marchar sigue siendo necesario, pero ya no tiene ningún mérito.
*El artículo original puede verse aquí