Me tomé el tiempo de pensar en mi país, en el lugar que me vio nacer, en la patria que nos identifica. En la nación que nos hace pensar en una sola casa, donde cabemos distintas culturas, razas, credos, lenguas, colores y sabores; esa diversidad que nos diferencia, pero que también nos hace únicos desde el sur de las montañas andinas donde nací, hasta el cabo de la vela donde un día espero llegar, desde el pacífico, la selva y su mar, hasta el horizonte llanero y su hermoso atardecer.
Me puse a pensar en mi país, en los rostros que vemos cada mañana al salir a trabajar o estudiar, cuando con valentía encaramos las dificultades de la realidad actual; rostros de muchos colores, unos inocentes y llenos de esperanza, otros fuertes y muy valientes, otros trazados por los años y el trabajo, y otros tristes y sin ilusión.
Quiero pensar en mi país, en el que me enseñaron mis primeros libros, el país de las regiones, donde en cada una me mostraban una pareja bailando, unos más abrigados, otros más descubiertos, pero con sonrisa y mucho orgullo en sus miradas. Quiero pensar en mi país, aquel que se resiste a ser oculto por la globalización, el de los muros de tapia, techos de teja de barro o paja, y balcones de flores y farol. El país del que me hablan las canciones de marimba, tiple, arpa o acordeón, y el que muchos descubren y añoran solo cuando están afuera.
Quiero descubrir a mi país, del que me ha privado el trabajo y la rutina; no quiero seguir viendo mi país por redes ni a través de fotos o historias ajenas; quiero tener mis propias historias de montaña y mar, de aventuras de río, trocha, ferias, fiestas y comidas exóticas. Quiero amar más a mi país, con la pasión y orgullo que nos despierta las victorias del fútbol o el ciclismo, con el respeto y la cordialidad que me enseñó mi madre por las personas de mayor edad.
Quisiera poder escuchar cada voz en mi país, con cada timbre y acento, con cada sentir y emoción, escuchar sin criticar, respetando sus opiniones diversas, y retroalimentar sin juicios o condenas. Pienso en el país que muchos han querido deformar y explotar con su egoísmo y ambición de poder, ese país fuerte y aguerrido que sobrevive a cada nefasto personaje que lo ha querido dominar; ese país que es de todos y no de unos pocos. Ese país de fértiles tierras que claman por un campesino y una yunta de arar.
Pienso en ese país, que me pide romper los esquemas de mi propia comodidad, de pasar de hablar a actuar, de levantar mi cabeza del celular para hacer poco o mucho bien, pero lo importante es "hacer". He querido compartirles mi país, el mismo de una madre valiente con cinco hijos; el mismo de un hombre que se equivoca, pero se levanta para continuar; el país de una mujer amorosa con su reciente familia, el de una niña inocente que aun no sabe que tiene un país y que es su hogar.
He querido escribir pensando en mi país, no por un nacionalismo excluyente sino por el sentimiento que comparte cada hombre que siente su historia, tierra y tradición. He querido pensar y compartirles mi país, el que llevo en mi memoria, el que se encuentra conmigo cada día, y el que quiero que mis hijos amen y construyan; el país que fue uno en el pasado y será uno diferente en el futuro, un país tuyo y mío hoy, pero que tendrá otros inquilinos mañana.