Ruben Blades es eterno como el cielo, como el agua. Nunca supimos a qué horas nos aprendimos una letra tan compleja, tan larga, como Pedro Navaja. Yo creo que los latinoamericanos venimos con ella incorporada al disco duro. Es una virtud de fábrica. Yo creo que es porque todos vimos a ese hombre caminando por nuestras calles y le tuvimos miedo y lo reconocimos cuando nos lo mostró Ruben. El que vi no tenía sombrero de ala ancha pero era él, estoy seguro que era Pedro.
Blades no es un cantante, es un cronista, un periodista y por eso es que ahora ya no escribe canciones sino artículos en donde describe y denuncia, con la precisión de una navaja, el caos en que viven países como el suyo, tan cerquita al nuestro, tan parecido al nuestro. Muchos de los periodistas y escritores que he conocido menores de cuarenta años crecieron con Siembra. Después la vida nos llevó a Exile on main Street o In utero, pero siempre volvimos a Siembra. Nos marcó tanto como las valientes crónicas de Rodolfo Walsh.
A mi papá le gusta el bolero. Es tan radical con el bolero como un metalero con Iron Maiden. Sin embargo él compró Siembra recién salió y lo ponía, una y otra vez, una y otra vez, el disco girando como una peonza y yo me lo aprendí antes que Rin Rin Renacuajo y todos los poemas de Rafael Pombo. Siembra fue el primer libro de crónicas que leí. Como siempre ha estado ahí, conmigo, como es mi vida, me había olvidado de Rubén. Lo maravilloso del documental del panameño Abner Benaim es que nos hace reencontrar con “el desconocido más popular que yo conozco" tal y como lo bautizó García Márquez, uno de sus amigos. Es que a uno se le olvida que Rubén no sólo es el autor de uno de los discos más importantes que ha salido de este continente, sino que también actúa –ha hecho más de 30 películas- y ha trabajado al lado de Pacino, De Niro y Nicholson, y que es abogado de Harvard, y que aspiró a la presidencia de su país en los años noventa y que ahora, pa’ no ponerse a cantar, escribe artículos. Su poder es tan grande que es el único de los críticos de Nicolás Maduro que no ha sido insultado por el presidente venezolano. Deberían darle otro premio por eso. Dicen que al heredero de Chávez su música lo enloquece tal y como le sucede a Sting, a Paul Simon, a su amigo René Pérez de Calle 13.
Blades, como los genios, no es un tipo fácil. A veces lo enfurece ser un tipo público. Antes de cada concierto los nervios vuelven a aflorar como cuarenta y cinco años atrás en aquel debut neoyorkino en el Madison Square Garden en donde se le olvidó la letra de sus canciones. Blades es introvertido y, a veces quisiera, en vez de estar en el Pascual Guerrero encendiendo la Feria de Cali, estar solo en su apartamento en Chelsea, Nueva York, refugiado en el cuarto en donde guarda celosamente la colección de comics que lo regresa a su niñez en el barrio San Felipe de Ciudad de Panamá.
Según el cantante Yo no me llamo Rubén Blades no es un documental sino un testamento. Al tener más pasado qué futuro debe ir pensando en su versión de los hechos y por eso le abrió las puertas de su casa a un equipo encabezado por Benaim quien fue producido esta vez por la genial Cristina Gallego, co directora de Pájaros de verano y, si me apuran, de toda la obra de Ciro Guerra. A este pueblo salsero, a un país que siempre lo ha amado y se ha sentido representado en sus canciones, a esta gente que lo siente como un paisano, Yo no me llamo Rubén Blades lo sacará de la sala de cine a una de esos bares de salsa donde aún perviven el acetato, el humoy las mujeres de piernas largas.
No sabía que quería tanto a Rubén Blades hasta que vi este retrato sincero de un hombre sabio y, sobre todo, bueno.
