Desde que Maduro, el conductor de bus, asumió la presidencia de la República Venezolana esta se ha sumergido cada vez más en una espiral de violencia y polarización sin precedentes en América Latina para un país democrático. Sin precedentes porque a diferencia de lo que pasó en Paraguay, en Honduras y en Brasil, lo cierto es que en Venezuela el presidente Maduro, chofer o no, llegó a la presidencia mediante elecciones democráticas y porque su gobierno, populista o no, perdió (respetando las reglas democráticas) en elecciones legitimas las mayorías en el congreso (Asamblea Nacional).
Pese a ello, se dice insistentemente que el gobierno es autoritario y dictatorial, y que limita la libertad de prensa sin que ello sea cierto. Basta sintonizar un canal de televisión venezolana para ver que la oposición “democrática” no esboza argumentos, sino insultos contra el presidente. Estos implicarían que en cualquier país se le impusieran sanciones a quienes de esta manera se dirigen contra el presidente o cualquier persona. La injuria seguramente es un delito en muchas legislaciones y en todo caso la libertad de prensa tiene un límite en el decoro (o debería tenerlo).
De Maduro, igual que de Chávez o de Evo, duele su “baja” procedencia, su color de piel y su falta de diplomacia y de ajustarse a los cánones de las élites blancas de nuestra América. Esas élites que no tienen problema en buscar y obtener el poder cuando se les reduce una pequeña parte del mismo por la razón o por la fuerza. Así lo hicieron en Brasil, en Paraguay en Honduras. Así minaron la confianza y la credibilidad de argentinos y ecuatorianos en sus procesos democráticas progresistas y lograron ganar las elecciones en Argentina y estar a poco de ganarlas en Ecuador, donde ganó un gobierno que al igual que el venezolano inició debilitado por el mínimo margen con el que consiguió el triunfo.
Esta nueva izquierda ha sabido jugar democráticamente, como se demuestra en Ecuador, en Venezuela con el triunfo de la oposición en el congreso, en Argentina con la perdida de la presidencia frente al más ultra de los derechistas y en Brasil y Paraguay donde se aceptó la destitución de los presidentes Lugo y Roussef, aunque fuera por vías de hecho ilegales e inconstitucionales. Aun así, la izquierda no jugó por fuera de las reglas ni acudió a la violencia. Pero la derecha no es democrática sino en la victoria. Por fuera de sus reglas acude a los leguleyos o a los militares, a la presión internacional y la injerencia de Europa y sobre todo de Estados Unidos, quienes sin apoyos internos no podrían triunfar en países tan grandes como Venezuela, Argentina o Brasil.
¿Si el edificio de la Corte Suprema fuera quemado en Colombia por radicales de izquierda o en Argentina o en Brasil permanecería la “comunidad internacional” (USA y sus secuaces) tan tranquila? Pero no, es Venezuela, es el Tribunal del “régimen” de Caracas. No es la “democracia” de Estados Unidos la que peligra, son las reinvindicaciones justas de la sociedad blanca de Venezuela y hay que respetarlas aunque atropellen a la mayoría de las personas venezolanas: al pueblo de Venezuela.
Posdata: Obviamente con esta nota me ganaré muchos insultos que irónicamente solo servirán para probar que estoy en lo cierto.