El gran consejo que debe recibir el próximo entrenador de la Selección Colombia, sea quien sea, es invitar a Carlos Antonio Vélez a comer. Debe abrir la agenda y hacer, al menos el amague, de que está tomando apuntes. Ignorar a Vélez significa echarse la soga al cuello.
Podrán decir lo que quiera de Carlos Antonio pero su influencia es innegable. Si decide declararle la guerra a un técnico ni siquiera los resultados pueden salvar al entrenador. Miren el caso de José Nestor Pekerman. Convenció a buena parte del país que el Mundial de Rusia había sido un desastre. Nos vendió la idea de que Colombia había planteado mal el partido contra Inglaterra, como si de verdad tuviéramos nómina y jerarquía para sacar a un equipo de esos kilates de unos octavos de final de un mundial. Ni hablar del cuento que armó con que Colombia no le había ganado a nadie en el Mundial de Brasil.
Recibió a Queiroz con algarabía. Decía que este si trabajaba, no como Pekerman, a quien sigue echándole la culpa de todos los males. Pero, al ver que el portugués no le pasaba el teléfono con la misma presteza que lo hacía el Bolillo, pues decidió hundirlo, hablar mal de él. Queiroz era feliz hasta que Vélez se la declaró y ahí si pues fue troya.
Las horas del portugués están contadas. Recibir nueve goles en dos partidos y hacer 1 saca a cualquier técnico. La Federación no tiene plata ni para soñar con Gallardo o Pekerman como están anunciando. Las multas que tuvo que pagar por la reventa de boletas y la indemnización de dos millones de dólares al portugués secó las arcas y lo que va a quedar es para pagarle a un técnico local.
El partido contra Brasil se viene en marzo. Por ahora sería un verdadero milagro, por lo menos, sacar un empate.