Hoy 4 de julio de 2017, cuando los estudiantes retornan nuevamente a clase me pregunto: ¿qué queda después de una jornada de paro del magisterio?, ¿ganancias o pérdidas?, ¿para quién?
Soy docente del sector público en Bogotá, maestra marchante, en pie de lucha y a favor de las manifestaciones por la educación pública, pero cada vez que acaban estas vías de hecho quedó con un sin sabor por el resultado final y real de estas maratónicas jornadas.
Por un lado, están los docentes que creen en el paro, en que se debe defender la educación sin importar el gobierno del momento; profesores que extrañaron a sus estudiantes y por ello hoy regresan felices al aula a reflexionar con ellos sobre lo sucedido, sin importar el nuevo calendario escolar que se extiende hasta diciembre. Profesionales conscientes de que hicieron historia.
De otro lado, queda el descontento con nuestro sindicato. Prueba de ello es la invitación en redes de algunos compañeros para hacer desafiliación masiva de la ADE, o los miles de mensajes en los medios que manifiestan que solo ganaron los docentes del decreto antiguo y a pesar de ello en 2019 muchos apoyarán a FECODE y marcharán, si diera a lugar, para luego hablar mal otra vez de los representantes del sindicato y así seguiremos en un círculo vicioso.
Por otra parte, queda en el ambiente escolar, el malestar entre compañeros. La unidad que evoca y sugiere el sindicato durante los días de lucha finaliza con los indirectazos, los comentarios de pasillo hacia los docentes que no participaron de las acciones realizadas durante el paro, se les llama “vendidos” “lambones” y se les juzga por supuestamente gozar de beneficios que no merecen porque se quedaron con algunos estudiantes en las aulas.
Pero lo más preocupante es que permanece la desesperanza en algunos docentes que se quejan eternamente en las semanas institucionales de sus estudiantes; la desesperanza de los profesores que no quieren innovar su forma de enseñanza y se niegan al cambio porque creen que no tiene sentido hacer algo pues es un esfuerzo desperdiciado; docentes que no se atreven a educar a sus hijos en un colegio oficial porque no tienen fe en lo que hacen ellos ni sus colegas; maestros que creen que se debe ser inclemente con la nota porque así se aprende sobre responsabilidad, pero no se detienen a analizar las verdaderas causas del bajo desempeño escolar porque sería darle la razón a los niños. O peor aún, profesores que manifiestan que “luchando también se está enseñando” pero cuando sus estudiantes los refutan o piensan diferente hacen sentir su autoridad, porque infortunadamente esos maestros solo se ven sonreír y bailar en las manifestaciones, pero no con sus estudiantes, porque se debe ser implacable y muy bravo para no perder la autoridad (por fortuna son pocos).
Lo mencionado me cuestiona ¿no queda nada después de un paro? Si los maestros creen que la educación pública se defiende solamente en las calles pero no en las aulas, entonces no quedó nada.
Así que para esos profesores desesperanzados
Querido compañero: en el colegio también se marcha, todos los días, no espere la próxima jornada de paro para luchar por la educación pública, así todo lo que hicimos durante este tiempo habrá valido la pena.