Ningún grupo y ninguna comunidad que crea, defienda o pertenezca a algo escapa de ser juzgada por sus opositores desde sus peores ejemplos. Ya sean los católicos y las cruzadas, el islam y el terrorismo, los socialistas y los estados fallidos, los capitalistas y el saqueo y la explotación, o (para no ser tan abstracto) los colombianos y el narcotráfico. Ninguno se salva, quizás con razón o sin ella. Pero reducir la conversación a juzgar a un grupo desde lo peor es perder de vista aquello que quizás es más importante. Silenciosamente importante.
En los últimos días se han conocido dos columnas que a la postre me parecen lamentables desde donde se les mire, porque son el producto de una discusión pública envilecida, en donde se vale todo con tal de convencer y se dobla la verdad para ello; textos que batiéndose en una lucha política han acabado, consciente o inconscientemente, por minar la imagen de una universidad que más que su nombre es su comunidad: sus maestros y alumnos.
Además, ambos artículos son lamentables por el hecho de que no tuvieron el corazón de hacerles justicia a ellos, los cegó la rabia. El primero llamándonos mediocres. El segundo apropiándose de su voz y hablando en nombre de todos nosotros.
Es por eso que yo, como estudiante que fui de la Universidad Sergio Arboleda, me siento obligado a alzar mi voz en defensa, no de un ideal político ni de una agenda, sino de los alumnos que con esfuerzo económico y mental se han formado y han trabajado por años en esas aulas para granjearse un mejor futuro y que hoy se están viendo sumidos en el fuego cruzado de una batalla que no escogieron.
No comparto la opinión del señor Salomón ni la del señor Santiago; sin embargo, creo entenderlos y quiero entenderlos, porque de lo contrario no podría empezar a explicarles por qué ninguno de los dos tuvo razón. Me permito, pues, responderles con un sincero respeto a ambos.
El señor Salomón, disgustado como muchos con las decisiones del gobierno, con su provocativa columna quiso atacar la ética de tales medidas y cuestionar las decisiones (tiene todo el derecho), pero en el camino se permitió unas falacias, convincentes, pero falacias finalmente, que atacaban a todos los alumnos y maestros de la universidad. No obstante, para evitar caer en el error que denuncio, voy a hablar desde mi posición.
Yo soy un exalumno becado de la Sergio Arboleda por el 70% del valor de la matricula, no por ser uribista, ni conservador, sino por mi buen resultado en la Prueba Saber 11. Este descuento se les da únicamente a quienes muestran un desempeño sobresaliente en el examen, que dependiendo del puntaje pueden tener el 50% o el 70% de la beca. Así pues, los mentados becados del Partido Conservador solo aspiran al 15%. Esto, en mi opinión, deja ver que en la Sergio Arboleda prima más el potencial humano que cualquier filiación política.
Por otro lado, el señor Salomón también alude a las matrículas de la Sergio, llamándolas altas, y lo hace poniendo el sutil ejemplo del valor de la de derecho: la más alta. Una búsqueda rápida de los costos para el año 2019 permite sacar un promedio de los 26 programas de pregrado que tiene la universidad: $6.715.000.
Yo no soy economista, ni matemático, pero me basto para entender que no es lo mismo comparar el 8% de la gran masa que cada año realiza el examen de la Universidad Nacional (con la esperanza de alcanzar el puntaje que les permita acceder a una de las mejores educaciones del país a un menor costo) que con el número más reducido de aspirantes a la Sergio. No es lo mismo el 60% de 100 que el 8% de 1'000.000. Pero el señor Salomón sí es economista, y estoy seguro de que entiende la diferencia. Luego, la intención de las cifras, más que la de encarar la verdad, es convencer de que a la Sergio entran casi todos los que se presentan (algo que tampoco me parecería malo) y que básicamente sus estudiantes pagan por no sudar su título.
A mí sí me tocó. A muchos. Y sugerir lo contrario es dañar el futuro de quienes, como yo, se esforzaron por graduarse y que esperan el día de mañana ser reconocidos por ese esfuerzo. Convencer a las personas de que contratar a alguien de la Sergio es contratar a un inútil con 100 millones en el bolsillo (10 millones por 10 semestres en derecho), eso si no es uno de los muchos que financiaron su carrera con Icetex, no es un daño al gobierno que ya está donde está, sino a nosotros.
También sugiere que la universidad, que no es la única confesional en el país, al haber sido nombrada en memoria de Sergio Arboleda y Pombo, es de alguna manera un bastión del esclavismo, en el que nuestros perversos fundadores quisieron preservar el dominio de una raza sobre otra. Como quien dice, la Sergio, maldad pura desde el principio. A mí no me dieron esa cátedra, ni nada que se le parezca. Cuando pienso en mis fundadores, en cambio, vienen a mi cabeza hombre universales, comprometidos con el prójimo, su país y sus estudiantes.
En fin, el señor Salomón se ha dado algunas licencias para establecer su punto: nada que salga caminando de la Sergio puede ser bueno para nadie. Y lo ha hecho con más técnica que sustento, todo para atacar al gobierno de turno, y cargándose unas cuantas cabezas de más. Su columna es una triste muestra de que incluso quienes alguna vez reclamaron un debate con argumentos en el escenario político y detestaron ser sujetos de juicios viciosos y generalizadores acabaron jugando al mismo juego sucio que antes repudiaban.
Luego llegó la respuesta del señor Santiago, quien, todo sea dicho, no podrá decirse que no aprecia su alma máter, pero que contestó de la única manera que no podía responderse un agravio como ese: con otro. De ese modo destruyó cualquier chance de comunicar los argumentos que pudiera tener y que desmintieran lo supuesto inicialmente contra la universidad.
Lo hizo, además, con marcadas posiciones políticas que, arrogándose él mismo la voz del alumnado, nos comprometían a todos con lo que fuera a decir y con lo que pensaba él; pero no es así. Respeto la forma de pensar del señor Santiago (tanto como la del señor Salomón) pero equivocado está, y mucho, al presuponer que sus razones para defender a la universidad, sus convicciones del gobierno y la política, obedecen a todos los estudiantes y egresados de la Sergio Arboleda. No es así.
Las varias generaciones que conocí como estudiante y tutor me impiden emitir juicios uniformes sobre la heterogénea convicción de los jóvenes. Mi universidad fue, durante los cinco años que la disfruté, un lugar de ideas y debates, donde opiniones como la del abogado y todas las demás contrarias convivieron en el mutuo respeto. La institución no es una abadía de adoctrinamiento. Tampoco nos educaron con un cristo en la mano y un Uribe en la otra, lo hicieron para que pensáramos críticamente, pudiéramos decidir por nosotros en qué creer y en qué no, y fuéramos capaces de comprometernos con nosotros mismos; eso sí, con el humanismo por delante.
El señor Santiago tiene todo el derecho de defender su universidad, nuestra universidad, pero debe entender que primero lo hace con su voz, no la del alumnado, más aún si va a usar una metáfora como la de darle un “garrotazo” al perro que le ladra; porque esa no es la manera en que la universidad nos trató a quienes pensábamos diferente. Una de las lecciones de mi maestro de derecho romano (y mi primera vergüenza como primíparo) fue la paciencia con quien piensa diferente, aún cuando se exprese con más histeria que razón (fue él quien me tuvo paciencia, fue el quien perdonó mi impase). Sin embargo, el diálogo, en últimas, depende más de los interlocutores que del recinto.
Por eso tampoco comparto la idea del señor Santiago de que El Espectador debió de rehusarse a publicar la primera columna. Irónicamente, a pesar de que iba de frente contra la opinión de Salomón, también publicaron la de él, de quien pudieron haber dicho lo mismo. Esa es la libertad de expresión. Ese es su precio.
De las otras cosas que ambos pudieron soltar prefiero no tratar para no hacer de esta, mi opinión, algo demasiado extenso. Simplemente quería dar mi punto de vista, mi bosquejo de la Sergio Arboleda, de donde soy y seré orgullosamente egresado, y comunicar mi inconformismo con los interlocutores mencionados, a quienes respeto e insto a seguir debatiendo sus convicciones, pero dirigiendo sus opiniones exclusivamente a quienes deben.
A mis maestros de la Sergio no puedo tenerles más que un profundo y eterno agradecimiento, sino digo mucho al respecto es para no hablar en su nombre.