Durante los últimos años intelectuales como Carolina Sanín han intentado ubicar al reggaetón en un pedestal que nunca le ha correspondido. Consideran que todos los que no comulgamos con esa música somos momias, esperpentos anacrónicos que no vemos lo obvio: que el reggeaton es una especie de genero evolucionado de la salsa. Si existe una canción en donde uno vea que los ritmos nuevos beben y sacan adelante las fuentes del son, es en La perla de Calle 13. De resto es eso, el movimiento del trasero, las letras misóginas, los lugares comunes.
Balvin ha sido uno de los consentidos por la crítica. Su álbum Colores fue celebrado por las revistas especializadas locales como si fuera Dark Side on the moon. Su manager es tan efectivo que ha conseguido, como Maluma, saber rodearse de lo más granado de la sociedad norteamericana, estrellas como Donatella Versace o ser portadas en las revistas más prestigiosas. Incluso Obama llegó a decir que tenía una canción de Balvin en su Sporify.
Pero todo eso es espuma y Balvin, como el reggetón, no es más que viento, humo que se disipa fácil, perritos calientes para el alma. Blades, en cambio, quien va a ser el gran homenajeado del evento al que convoca a boicot Balvin, es un restaurante con tres estrellas Michelin. Desde que tengo uso de razón los grandes artistas latinoamericanos, desde García Márquez hasta los Fabulosos Cadillac, le han reconocido su sitial como el gran poeta de esta parte del continente.
Pero Balvin, en su ego, en su ignorancia, ha querido hacer boicot justo en el momento en el que se le rinde el homenaje máximo a Blades. De pronto es que no lo ha escuchado bien, de pronto es que no le importa, de pronto es que el ego es tan grande que lo único que le importa es él.