La máxima enseñanza de vida de Jesús de Nazareth para sus seguidores puede resumirse en la expresión “amen al prójimo como yo los he amado”. No es pertinente discutir aquí sobre la fuente de su idea (algunos argumentan que la heredó del budismo), sino mostrar el contraste entre la forma como él practicó su máxima y la forma como supuestos seguidores suyos, específicamente, la señora Viviane Morales y Alejandro Ordóñez, la desarrollan y difunden hoy en Colombia con las consecuencias en la realización de los valores, principios y derechos que informan la familia en nuestro Estado Social de Derecho, las cuales ya han sido señaladas por otros autores en días recientes. El objetivo es, pues, vencerlos dentro de su propio discurso religioso.
De lo poco que dicen los cuatro evangelios más antiguos que se escribieron después de la muerte de Jesús, que resultan ser los cuatro que componen el Nuevo Testamento, y dejando a un lado evangelios posteriores más controversiales redescubiertos recientemente, no hay duda de lo radical de su pensamiento incluso para los estándares actuales. En efecto, la máxima del amor fue llevada por él a tal extremo que la aplicó a prostitutas (observadas como indignas por la hipocresía colectiva de la época persistente en la actualidad), adulteras (que debían ser apedreadas por la Ley de Moisés), enfermos de lepra (supuestamente malditos) o por acción demoniaca (de hecho, María Magdalena fue una de curadas), e inclusive a sus propios asesinos (por los cuales rogó a Dios, el padre, su perdón como máximo gesto de amor). Así pues, independientemente de que se crea en la naturaleza divina de Jesús (lo que corresponde a cada quien en su privacidad), su mensaje de amor incondicional es muy terrenal, de gran valor para una sociedad como la colombiana que no puede salir del círculo vicioso del odio, y, por lo tanto, no se debe desechar simplemente por no saber disociarlo de lo religioso.
En este escenario, y ahora dirigiéndome directamente a Morales y Ordóñez, pregunto ¿con qué autoridad ustedes tiran la primera piedra al homosexual o al ateo “pecadores”, cuando ni siquiera Jesús reconoció que tenía autoridad de matar a piedra a aquella adúltera pecadora de que habla el Evangelio de Juan?, ¿acaso Jesús dijo: “ámense los unos a los otros, pero si son del mismo sexo, no se amen porque es pecado”, o “no ames a un ateo, no compartas con él, ni mucho menos deja que tu hijo sea educado por un ateo, porque sólo los que crean en mi pueden amar y educar”? Si ello fuera así entonces, el ateo Stephen Hawking ni siquiera debería haber sido admitido en la Pontificia Academia de las Ciencias ni enseñar en el Vaticano sobre sus desarrollos teóricos en cuanto al Big Bang (paragógicamente formulado, por primera vez, por un sacerdote belga con base en las teorías de Albert Einstein), y mucho menos Francisco debería haber dicho que no podía condenar la preferencia sexual de una persona, ni sugerir, además, la posibilidad de que uno de los apóstoles de Jesús podría haber sido homosexual.
Señores, es claro que ustedes se creen superiores a Jesús, a quien dicen seguir. Ustedes se han arrogado una autoridad de definir quién merece la salvación de Dios y quién no, y, de paso, quieren imponer por la fuerza esta, su creencia, a aquellos que tienen o no tienen otro salvador, con las mismas reglas que se supone deben servir de base para una convivencia armónica en la pluralidad. Así como Jesús predicó encontrar de los fariseos que se ufanaban de rezar en lugares públicos para que todos los vieran, o que ayunaban y lo demostraban con el mismo fin aunque “su casa no estuviera ordenada” y sus obras no reflejaran lo que alardean profesar, ustedes también serían juzgados como fariseos por su señor Jesucristo porque, en la arena pública, demuestran ser los máximos defensores de Dios y de su supuesto orden social de amor restringido, a pesar de haber encubierto con arandelas jurídicas la entrada de dineros producto del crimen en la campaña del más alto dignatario del Estado (Proceso 8000), en el caso de Viviane Morales, y de haberse hecho elegir con las mismas trampas que permitía la ley en un cargo desde el cual utilizó su poder para fomentar el odio materializado en la restricción de libertades, el respeto a la igualdad de todos los seres humanos independientemente del género, etc., en el caso de Alejandro Ordóñez.
Ustedes, al igual que los fariseos, son los actuales campeones colombianos de la hipocresía de la que tanto se quejó Jesús en el plano religioso, pero de la que hoy también se queja el pueblo que ve en sus políticos sólo figuras deleznables que lo manipulan a su antojo con promesas que nunca cumplirán para preservar su propio corrupto status quo.
Así pues, es claro que ustedes no responden al máximo interés cristiano del amor incondicional, sino a su propia visión restringida del mismo, ante lo cual, todos los cristianos -ya sea que sigan los ritos del catolicismo, el protestantismo (cuyas sectas, en Colombia, muchas veces se hacen llamar “cristianos” como si no hubiera más cristianos, sólo con el fin de ganar más adeptos para enriquecer a su pastor pareciendo los únicos “fieles a las escrituras”), y el ortodoxo- deben hacerse la siguiente pregunta: ¿acaso el amor de Jesús sólo se refería a prostitutas, enfermos y asesinos y, por lo tanto, su mensaje ya no es aplicable a los nuevos desafíos que nuestra sociedad presenta en la actualidad, como el que plantea que dos personas del mismo sexo puedan amar a alguien como a su propio hijo biológico?
Por las razones expuestas, invito a que cada vez seamos más los que creamos que no es así. Ya sea con argumentos que apelen a la esencia misma de la máxima enseñanza de Jesús como los aquí expuestos, o con argumentos jurídico-políticos como los planteados recientemente en distintos medios por muchos ciudadanos preocupados porque se promuevan los valores, principios y derechos de nuestro Estado atinentes a la familia, en la cual el amor es el principal elemento de cohesión entre sus miembros, garantizando así la funcionalidad de la institución misma como fundamento de la sociedad.
Post scripum: “(…) existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor (…).” Pablo de Tarso.