Nueve días seguidos duró Keith Richards rumbeando mientras grababa dos temas de Exile on Main Street, la Novena Sinfonía del Rock. Decidió guardarse el billete de cien dólares con el que esnifaba el perico cuando se desmayó y se escalabró contra un bafle en el sótano de su mansión al sur de Francia. Jack Nicholson se fumó 47 cigarrillos de marihuana mientras grababa una escena de Easy Ryder, en tanto que, en una piscina en Zaire, Hunter Thompson flotaba en una nube de ácido lisérgico. De láudano y alcohol de la peor calidad tenía las venas Edgar Allan Poe cuando lo encontraron delirante en un callejón de Baltimore. A William Burroughs le gustaban las agujas hipodérmicas y los tranquilizantes para caballos. Marilyn no podía dormir sin sus píldoras y Eric Clapton, como William Blake, sabía que el exceso era el camino a la sabiduría pero no le aconsejaba a nadie este sufrimiento. Los genios drogos, qué duda cabe, son divinos.
Tranquilo, querido y sano lector, puedes seguir con la venda cruzándote los ojos. Nadie está pidiendo que abandones la comodidad del televisor, la cena caliente y tus tres hijos. Nadie está implorando que quemes todos los conceptos de la familia tradicional. Tan solo entiende que la realidad para los demiurgos suele ser una tierra estéril y aburrida. ¿Quién no prefiere pasearse por los campos de frambuesa en que John y Paul cabalgaban gracias a la influencia del LSD, que cambiar un pañal sucio a las cuatro de la mañana? Bastantes fantasmas tiene adentro un artista como para poder vivir la realidad tal y como se lo exigen los cánones burgueses. La rutina de la noche tragándose al sol puede enloquecer a un alma sensible ¿Qué bendición más grande puede ser que al tomar un sorbo de morfina el dolor de vivir desaparezca y solo quedes tú y la guitarra, tú y la hoja en blanco, tú y el maldito lienzo? Y entonces los leprosos que están dentro de la cabeza se van un momento a dormir y dejan de susurrar, y entonces esa carga que es el don que te otorgaron los dioses se aligera un poco y no queda otra cosa que el viento soplándote en la cara y las brujas bajando en bolas de fuego por la montaña.
Raúl Gómez Jattin haciendo versos con su propia mierda en las paredes del manicomio en donde lo encerraron después de fumar cincuenta bazucos diarios, Schubert entregado al placer que le daba la boca de una prostituta mientras a dos manos aporreaba un piano, Syd Vicious apuñalando a su novia Nancy mientras buscaba, por tercera vez en una noche, el subidón que le había dado el primer chute. John Boorman, Keith Moon y Jimmy Hendrix ahogándose en su propio vómito por culpa de una borrachera mal cuidada. La droga, como todo mientras estás vivo, te puede matar. Que sufran los poetas que tienen que cargar con su talento, nosotros, mientras tanto, egoístas e inútiles, malparidos e hijueputas, aplaudiremos desde el balcón de la infamia el sufrimiento de todos aquellos genios que nunca aprendieron a vivir. Ellos conocerán la gloria de la inmortalidad mientras nosotros, lindos y puros, sanos y ridículos, pagaremos la comodidad que nos proporciona la mediocridad siendo rápidamente olvidados.
Nada quedará de nosotros cuando muramos.