Después de vivir 52 años en el departamento del Meta, tan solo hasta el pasado 9 de septiembre tuve la dicha de conocer el municipio de Uribe. Tengo dos razones para no olvidarlo: la primera, porque sufrí un accidente en una de sus múltiples cascadas que casi me deja parapléjico y la segunda, por la belleza que encontré, tanto en sus gentes como en su infraestructura física y en su paisaje.
Bastó escuchar al alcalde Jaime Pacheco expresarse frente al presidente de la república para entender la forma tan inmensa en la que la paz le ha traído beneficios a la región.
Sus calles bien pavimentadas, su infraestructura física, pero ante todo la belleza de sus paisajes, dentro de las que podemos contar un fenómeno natural que los lugareños llaman las siete cascadas, a no menos de trescientos metros del casco urbano, son tan solo una muestra inmensa de la riqueza natural de la que nos estábamos privando por culpa de una guerra estéril e infame.
Algunos habitantes de esa población me informaban que algunos aviones les tocaba casi despegar en los primeros metros de una pista, ahora bien pavimentada, porque desde una loma muy cerca las Farc los “encendían” a plomo. Esas son páginas de un pasado que no quiere nadie en ese municipio que vuelvan.
Basta recordar que Uribe será un punto de enlace para una carretera soñada no solo para los uribenses, sino para Venezuela y Colombia entera. Por ahí pasará la vía que va desde el Orinoco en Puerto Carreño, pasando por el Huila, y llegando a Buenaventura. Una salida al mar Pacífico para nuestros vecinos venezolanos. Toda una obra de majestuosa necesidad y enormes repercusiones para los dos países.
Entrar en carro y verme obligado a salir en un avión casi ambulancia, me permitió ver aún más y mejor, desde los aires, la majestuosidad del río Duda y los caños que forma en su recorrido por unas tierras que ahora ya son de todos los colombianos.
Los invito a que visiten Uribe, vale la pena.