Ni decretos, ni anuncios de multas y otros castigos han servido para lograr cambiar la manera en que se celebran las fiestas, los triunfos y cualquier cosa en Colombia. Año tras año el mismo espectáculo: pólvora, tiros al aire, ahogamientos con harina y agua, espuma en los ojos, riñas, contaminación, personas quemadas y mascotas muertas de miedo.
En nuestro país, costumbres muy populares y ancestrales (algunas indeseables), se potenciaron a su máxima expresión con la presencia del narcotráfico, armando un curioso híbrido que denominaban Martín de Francisco y Santiago Moure como la cultura Iguaza. Uno de los lugares y momentos en los que más se expresa la “Iguazomanía” es en las celebraciones.
No importa la cantidad de capos y carteles de narcotráfico detenidos, su huella cultural llegó para quedarse un buen tiempo. Prueba de ello son las famosas alboradas, con las que familias, pueblos, veredas e iglesias celebran cumpleaños, la llegada de diciembre, el nacimiento de Jesús, el himen de la virgen, básicamente todo se convierte en una infeliz oportunidad para demostrar alegría por medio de explosiones.
Somos generaciones con el oído preparado para las explosiones, con el ojo preparado para las voluptuosidades de mujeres prefabricadas con quirófanos y siliconas, amantes del brillo, del plástico, el ruido y el desafuero.
Somos generaciones herederas de una carga cultural que desprecia lo que somos y quiere parecerse a otros y otras y en ese intento, logramos curiosas y ridículas combinaciones.
Tenemos el ingenio y la capacidad de la copia, la irreverencia y la burla y es así como vendemos y compramos todo “chiviado”: objetos que imitan las marcas como Iotto en vez de Totto, Barby en vez de Barbie y miles más, que sin embargo encarnan perfectamente el hecho de que nuestro deseo por ser sofisticados y diferentes está intacto, solo que en un país con una de las desigualdades sociales más altas del mundo, no alcanzamos a materializar este deseo más que por imitación. Lo que nos hace despreciar lo que somos aún más.
En sectores populares se copian los alumbrados que la burguesía copia de la población híbrida de Miami, quienes a su vez sueñan con ser anglosajones como sus vecinos, gringos de clase media, quienes a su vez sueñan con ser gringos de Washington D.C.
Y así, con los rituales de celebración y los deseos colonizados, nos enfrentamos cada año a pensar cómo aparentar que Navidad es época de nevadas, de Santa Claus bajando por chimeneas, de renos en trineos.
Algunas mezclas son simpáticas, divertidas e inofensivas: un pesebre que imita el desierto de Belén, con nieve que cae. Un pesebre con chimenea y Santa Claus que entra por ella, mientras los reyes magos se acercan por el camino.
Una mesa con pavo, salsa de arándano, uvas verdes y nuestra morcilla. Natilla y buñuelos junto a donuts. Todo esto indica que somos mezcla, híbrido, diálogo cultural.
El peligro de estas mezclas es cuando se juntan licores criollos o importados con pólvora, conducción de vehículos como en las películas, rápidos y furiosos, por nuestras estrechas calles y avenidas, atestadas de peatones desprevenidos. Sonidos con amplificación como para un estadio en nuestros apartamenticos de 40 a 60 metros cuadrados, tiros al aire, compra de sexo de mujeres, niñas y niños, ofrecidos como mercancías para el placer desaforado de “Iguazos” con capacidad adquisitiva.
Para mucha gente esta época que comienza cada vez más temprano, es estresante y deprimente, es un gran agujero que se traga la serenidad y el silencio, la singularidad y el sosiego, llenándonos en cambio de más miedo, desconfianza y autodesprecio.
Sin embargo, muchas comunidades y familias se inventan encuentros, rituales, reencuentros, balances y reconciliaciones en estas épocas. Hay mucha creatividad rondando en cada esquina. Hay mucha capacidad para celebrarnos y celebrar lo que somos, sin presiones ni frustración por lo que no somos. Apostarle a construir conscientemente y sin presiones nuestra singularidad, tal vez nos lleve cada vez más a la parte divertida y singular de lo que es Chibchombia, territorio libre del miedo al ridículo, territorio del híbrido y el asombro.
* Este término, y otros usados en esta columna, provienen de El Siguiente Programa, un espacio televisivo, pionero en series de dibujos animados en Colombia y en la crítica y autocrítica despiadada de lo que somos y hacemos en Colombia.A diferencia de otras críticas más ideologizadas, sus protagonistas se burlaban del poder, pero también de la farándula, de los sectores populares, de los enfermos, de los viejitos y viejitas, etc. El platillo favorito eran ellos mismos.