Basta vislumbrar cómo comenzó la pandemia, qué ha sucedido desde ese momento hasta ahora, cómo se ha enfrentado y la hemos combatido. No basta asegurar que nos cuidamos, que usamos tapabocas y hasta medicamentos, que nos alejamos de familiares, conocidos y amigos, pues ese síndrome nos afectó a todos los ciudadanos del mundo.
Sin embargo, el impacto profundo y duradero del coronavirus en la forma en que vivimos nos ha afectado y lo seguirá haciendo en los próximos dos, tres y hasta cuatro años, una perspectiva histórica que se repite a través del tiempo. Un hecho cierto es que las vacunas nos llevarán a sobrellevar los síntomas y consecuencias del coronavirus, pero también la historia hará su parte. Basta recordar la cantidad de personas que fallecieron por allá en 1920 cuando se presentó una situación similar, no había medicamentos, no se tiene la conciencia social de ahora, pero al mismo tiempo pasaron guerras mundiales que desestabilizaron las economías de países ricos y pobres, recordar solo la Segunda Guerra Mundial, Corea, Vietnam, cincuenta años de lucha armada contra la guerrilla y demás grupos, los movimientos sociales que se crearon que buscaban hacer el amor y no la guerra, los hippies, su nacimiento y declive; eso también está sucediendo en Colombia y otros países, protestas generalizadas, inconformidad, improvisación etc., y todo ello nos llevará a enfrentar las secuelas sociales, psicológicas y económicas (N. Christakis) dejadas por la pandemia y el virus.
Claro que el ser humano es resiliente, pero ello no basta, genera ideas, pero no se aprovechan. Se inventó una vacuna deslegitimada por muchos e inservibles para otros, aplicadas a unos y otros aún faltan, ese tiempo real de ataque contra la pandemia no tiene respuesta; peor aún los países ricos tiene libre acceso a esta, mientras que las naciones pobres aportan los muertos sin que se persuada a las demás naciones a colaborar.
Ocurre que todos los problemas mencionados son pocos, frente a la demanda de una nueva forma de vida, tal vez continuaremos con mascarillas, ensayando medicamentos o esperando a que la inmunidad de rebaño funcione, o que fallezcan la cantidad de personas suficientes de acuerdo a las estadísticas para nivelar la población mundial, o igualar las políticas macroeconómicas o aumente el costo humano y social.
Según estudios, la recuperación social llevará más de cuatro años por aquello de los efectos sociales, psicológicos y económicos, pues no estábamos preparados para enfrentar el virus, aunado ello a los problemas educativos, en la salud y otros tantos fenómenos que se está identificando por aquello de las encuestas, entrevistas, estadísticas, informes ciertos y falsos; es decir, una pandemia no solo debilitó al país, debilitó fue al ser humano en toda su extensión, y en especial se perdió la perspectiva de vida, los cambios son frecuentes y conscientes, se supone que el virus debe matar al 1% de la población mundial, pero en algunos lados los infectados están entre el 10% y 30%, cifras escandalosas por decir lo menos.
No podemos pretender que esto no está ocurriendo o elegir la negación como lo han hecho muchos presidentes, entre estos el colombiano, seguir mintiendo sobre el virus o echarle la culpa a otros, que a la falta de dinero, a la corrupción, a Venezuela y a la misma improvisación, o que no tenemos experiencia para manejar esta clase de situaciones, que quedó grande el sistema de salud y que fuimos de los últimos en gestionar las vacunas, estas y muchas otras cosas más; sin embargo, quedó demostrado que el virus no es solamente un fenómeno biológico, sino social.
Mirar solamente los noticieros, la información sesgada en muchos casos, el aprovechamiento de la interpretación de los datos, pero las protestas son esa conexión más profunda con nuestra propia existencia, pero entonces qué vendrá. Tendremos una inmunidad de rebaño por fortalecer, sobrellevar ese impacto biológico para dejarlo atrás, continuar lidiando con el impacto económico y social, y enfrentarnos a un período pospandemia, en donde la espiritualidad se fortalecerá, donde aprenderemos a ahorrar pues lo hicimos sin querer, mejorar las maltrechas relaciones sociales y familiares, mayor interacción social (fiestas, clubes, restaurantes), asistir a manifestaciones políticas, eventos deportivos y de música, pero también fortalecer la familia como núcleo social y hasta soportar el desenfreno sexual o gastar más de lo que ahorramos.
O tal vez hacer como Arquíloco que “tuvo que elegir entre morir en el sitio, tras su alto y pesado escudo, o dejar tirado y echar a correr para existir” (El infinito en un junco, Irene Vallejo)