Ocurrió ante los ojos de medio mundo y nadie hizo nada para evitarlo. Los cerros de Sotileza y las colinas de Suba, que alguna vez fueron un bello y arbolado patrimonio paisajístico, además de pulmón para ese sector del noroccidente de Bogotá, se fueron llenando de edificaciones.
Para cualquier forastero que llega a Colombia por primera vez, una de las primeras cosas que asombran son sus muy verdes y majestuosas montañas. Los Cerros Orientales son uno de los mejores ejemplos de ello, pero las hay por doquier.
Sin embargo, como esas montañas siempre han estado ahí, el propio colombiano las valora muy poco en su estado natural, que es como más sirven al planeta: como fábricas de agua, como esponjas de recarga hídrica y patrimonio paisajístico y ambiental.
En Bogotá y la sabana circundante (pero lo mismo ocurre en Medellín o en otras ciudades y regiones), muchos las han visto como símbolo de estatus, como alturas a conquistar, con una escala de valores totalmente trastocada.
Como ya hemos abordado en artículos anteriores, se conjugan diversos factores: inversionistas, desarrolladores y hasta loteros inescrupulosos que buscan convertirlas en una mina de oro; autoridades irresponsables que se prestan para ello o incluso impulsan reclasificaciones o cambios de uso de suelo para permitir edificar; otras tantas autoridades o entes de control negligentes que se hacen de la vista gorda ante estas desprotecciones; vacíos y laberintos jurídicos; triquiñuelas administrativas; una ciudadanía indolente (casi anestesiada) ante cuyos ojos el paisaje verde se transforma en selvas de cemento, y compradores potenciales que en lugar de desairar estas construcciones, se muestran dispuestos a adquirirlas, cerrando así el círculo vicioso.
Todo esto es doblemente doloroso en un país, de geografía privilegiada, tan rico en montañas, en selvas, en paisajes naturales y en la gran biodiversidad que albergan. No es casualidad que Colombia sea potencia en la materia… o en lo que queda de ello.
El desastre también se aprecia en las montañas orientales de la sabana bogotana y en las que circundan el casco urbano de Chía.
La labor que organizaciones como Amigos de la Montaña han hecho en defensa de los Cerros Orientales es un buen ejemplo de esa pequeña pero creciente proporción de ciudadanos conscientes que tienen muy clara la importancia de cuidar y proteger este gran patrimonio ambiental y paisajístico… pero no son la mayoría.
Lo que ha ocurrido con los cerros de Sotileza y las colinas de Suba (bordeadas por la Avenida Boyacá, a la altura de la Calle 127) es buen reflejo de lo que ocurre en el resto del país, ante una ciudadanía que no ha terminado de entender la gran riqueza y el gran valor que tienen las montañas y los páramos del país en su estado natural o intervenidos lo menos posible.
Costa Rica es un país pequeño, pero que desde hace décadas entendió que su mayor potencial, su gran ventaja competitiva para atraer divisas vía turismo, es cuidar lo más posible su gran riqueza ambiental y de biodiversidad. Es hora de que los colombianos empiecen a mirar con más atención esos pequeños grandes ejemplos.