A la espera de que las negociaciones emprendidas por Rusia y Ucrania lleguen pronto a una solución que pare la guerra y encuentren acuerdos estables y justos en puntos claves, lo primero que hay que admitir es que el pueblo ucraniano -tranquilo hasta un minuto antes de que la invasión rusa se fuera apoderando de sus territorios- ha sido el lamentable perdedor.
Lo previsible para la generalidad de los países que por destino geográfico o incuria política de sus dirigentes terminan siendo campo de batalla de poderes ajenos donde la destrucción de sus pueblos, la desaparición de los hogares, el exilio atropellado y los muertos corren por cuenta de sus inermes ciudadanos.
Aunque todos los pueblos de la Tierra han sido lugar de asentamiento o tránsito de ríadas de humanos distintos en búsqueda de objetivos diversos, entre ello su supervivencia, algunos por su posición geográfica especial y quizás las riquezas naturales que los adornan, han carecido de la estabilidad necesaria para consolidarse como país sin demasiados traumatismos.
Ucrania ha sido uno de ellos, pero la persistencia durante siglos de una etnia ante invasores provenientes de todas las direcciones europeas no solo la tienen como cuna de los pueblos eslavos -a la que Rusia, su actual invasor y enemigo, también pertenece- sino que se fue consolidando en el tiempo como nación, animada por toda suerte de nacionalismos.
Su existencia moderna sin embargo no ha dejado de ser traumática, porque desde 1921 debió hacer parte de la socialista Unión Soviética no sin que mediaran intensas luchas, y solo recuperó su independencia hasta 1991 a la caída de esta. Independencia relativa si se tenía por vecina de una Rusia, que ya capitalista, cargaba en su ADN suficientes elementos que no la convertirían en una opción tranquila.
Situación que se agravó cuando su identidad con el capitalismo privado no la convirtió en socia de sus antiguos enemigos, en especial los imperios anglosajones, sino que conocedora como la que más -la dirigencia rusa actual valida del cambio de sistema se robó impúnemente la riqueza de su pueblo- de los meandros oscuros del libertarismo económico, se aprestó de la mano de Putin a tomar posiciones ofensivas en materia de poder político y estratégico.
Y ya fuera por el socialismo de la Unión Soviética o el capitalismo avión de la Rusia actual, en ambos la guerra ha lastimado a Ucrania. Si el primero no fue benévolo pues le tocó asumir políticas incontestables de Moscú que le trajeron hambrunas, dependencia y una difícil restauración política, el segundo no es menos recomendable tan solo por la tragedia ya vista, consecuencia de haber caído en la trampa, que a estas alturas de la historia debían tener clara sus dirigentes, de convertirse en rehenes de los intereses de dos imperios en pugna.
Ingenuidad o error de cálculo el de los actuales dirigentes ucranianos al haber aceptado de alguna manera que podrían hacer parte de Occidente sin contar que, antes que pertenecer a este, lo que se les planteaba era la extensión del poder militar de la Otán, no tanto por lo que esta represente como defensa de Europa sino de los intereses imperiales de los Estados Unidos.
A los que los europeos occidentales a regañadientes aún deben obedecer, pero sin que se les escape los peligros que estas riesgosas avanzadas significan para la propia estabilidad de su proyecto histórico más preciado, el de la Unión Europea.
Y aún así los señuelos al parecer obnubilaron a los eslavos ucranianos sin caer en cuenta de que a su lado hibernaba a medias otro poder de origen también eslavo que no veía con buenos ojos que otro imperio de diferente etnia y cultura pretendiera acercarse demasiado a sus fronteras.
Vladimir Putin sabía que el motor de su poder no está en avemarías sino en el poder armado y territorial que garantice la acumulación de riqueza que promueve el capital, si no por la fuerza entonces por cuenta del embrujo del libre mercado. Y que esta se hace a costillas de los demás.
Hoy Shelensky debe tomar la decisión que debió tomar antes de que acabaran con parte de su nación, consciente de que su seguridad aunque no absoluta hace parte de la seguridad del oso, que habita a su lado. Y seguro de que el imperio que sea, que como siempre en el momento de la guerra se excusará de intervenir y solo le aportará armas menguadas para agravar su pena, siempre le prometerá pajaritos de oro cuando su interés primordial es sacarle ventajas al menor costo.
Ucrania ni ningún pueblo sin poder ha sido importante para ninguno de los imperios, que solo buscan su sometimiento y el dominio estratégico y de sus riquezas como objetivo central. Por eso no era extraño -luego de haberla metido en la vacaloca de que su libertad y derecho a afiliarse a la Otán, bien valían enfrentar la invasión- que adelantada esta, sin oportunidades inmediatas para los estimuladores, la víctima se quedara sola.
Invasión que una vez avanzada no ha contado con ningún aporte de fuerzas militares, ni armas efectivas, ni apoyo aéreo del exterior por parte de quienes alesbrestaron a Zelensky y sus asesores para asumirla. Nada tampoco para la exclusión aérea que cuidaría la partida de sus aterrados compatriotas al exterior pedidas por el presidente ucraniano de manera cada vez más desesperada ante los parlamentos y mandatarios más importantes del mundo occidental.
Y la excusa por parte de aquellos es elemental. El imperio no ha sido lastimado y por tanto no existen razones para exponerse. Solo advierte con que no lo hagan porque cada día está más preparado para defenderse y defender a sus socios, pero jamás a meter la mano por algo cuyo objetivo inicial parece refundido, y menos correr el riesgo de avanzar un conflicto que está fríamente calculado que no deberá por el momento pasar a mayores.
Que fue lo que no sopesaron los dirigentes ucranianos. Que los intereses de los imperios están por encima de cualquier pueblo -no solo el suyo- y los ejemplos están a la orden del día con conflictos menos mediáticos regados por todo el planeta, pero no menos sangrientos y destructivos que el que soporta su patria como para no lo tuvieran previamente aprendido.
Ahora a un Zelensky, que se sabe abandonado, le tocará, por el bien de lo que le queda de su patria, pactar con Rusia en condiciones difíciles, y ojalá la garantía de que la Otán no pasará de allí ni que Ucrania tomará alguna posición que la amenace basten para frenar la guerra.
Pero tememos, si es que Putin no se encuentra lo suficientemente envarado, que habrá más exigencias de cuya culpa no podrá eximirse Zelensky y su corte de ingenuos asesores, así para salvar el pellejo declaren que lo pactado deberá ser ratificado por un referendo cuyo valor en dichas circunstancias estará muy comprometido.
Ojalá este sacrificio de Ucrania a manos de los criminales rusos promocionado por parte de los medios occidentales, sirva para que al resto del mundo -que los ha sufrido sin tanto bombo cuando son adelantados por potencias que simulan generosidad- les permita a sus audiencias separar la semilla de la hojarasca para que no repitamos las tragedias de la mentada Ucrania, o las menos promocionadas y aclaradas como las de Palestina, Siria o Yemen.