Iñaki Gabilondo es un prestigioso periodista español reconocido y premiado por su trabajo en radio, televisión y prensa escrita, realizado a lo largo de cincuenta años.
Recientemente y gracias a la plataforma de videos YouTube, en Latinoamérica lo hemos podido ver en un programa de entrevistas cuyo título es bastante sugerente: Cuando ya no esté. El mundo dentro de 25 años; en este, Gabilondo se da cita con diversos expertos para hablar de un futuro que ya es presente y que tanto nos desconcierta.
En un capítulo el invitado es Carl Benedikt Frey, economista de la Universidad de Oxford y responsable del programa sobre ‘el futuro del trabajo en el mundo’ en esa misma institución.
Uno de los apartes de esta entrevista con el investigador sueco-alemán viene a constatar lo que se confirma diariamente ante nuestros ojos: la inevitable automatización de trabajos y oficios cualificados debido a los avances de la inteligencia artificial, el big data y la omnipresencia tecnológica en la vida cotidiana.
Si nos atenemos a un estudio adelantado por Frey citado en el programa, el 47 % de los trabajos actuales está en peligro por cuenta de que las máquinas, según parece, aseguran y optimizan diferentes labores que en manos de los seres humanos empiezan a parecer ya obsoletos.
(Solo con este dato es entendible el título de un libro que trata el mismo fenómeno de un futuro con poco trabajo para la mano humana: ¡Sálvese quien pueda!: El futuro del trabajo en la era de la automatización, del escritor argentino Andrés Oppenheimer).
Lleno de advertencias y anuncios sobre un panorama inminente, las reflexiones de Iñaki y Carl Benedikt no dejan lugar a dudas sobre el cambio de paradigma que se avecina, y en últimas nos alertan de que esa ecuación de robótica, tecnologías de la información e ‘inteligencia’ de las máquinas va a crear un remezón sin precedentes en el mercado laboral mundial.
Lo cierto es que este avasallante panorama tiene unas consecuencias que van más allá de lo meramente cuantificable en términos de eventuales índices de desempleo.
No es que serán muchos los excluidos a favor de las máquinas, es fundamentalmente un cambio en las normas del juego social que vuelve a demandar las convicciones que históricamente se han construido en torno a cada labor y oficio para definir su(s) naturaleza(s).
No obstante los anuncios de un mundo tomado por las máquinas, la verdad es que la desaparición de labores no es algo nuevo. Es sabido que cada revolución (también) acaba con unos trabajos y crea otros; y la historia tiene bastantes ejemplos a lo largo de su curso para recordárnoslo —piénsese en copistas, mecanógrafos, pregoneros, calígrafos, repartidores de periódico, carteros, etcétera— y su desaparición ‘gracias’ a nuevas tecnologías que irrumpieron para cubrir sus actividades).
En eso precisamente radica el carácter revolucionario de esos momentos históricos que acumulan en un tiempo determinado tantas novedades que terminan por cambiar el paradigma, redefiniendo las condiciones de vida imperantes para ser remplazadas por otras que nunca fueron imaginadas.
Que las máquinas se apropien de gran parte de la fuerza productiva del planeta no es solo un excelente argumento para obras de ciencia ficción, sino también un desafío para quienes, y fundamentalmente, se dedican a la creación desde todos los ángulos posibles.
De más no está decir que si esta cuarta revolución industrial trae consigo una exclusión del protagonismo humano en la fabricación de artefactos, bienes y servicios, es deducible un aumento en la producción a gran escala y muy al modo taylorista de contenidos que inundarán las pantallas y los dispositivos móviles.
Como se hace patente en la industria de la música popular juvenil, la cantera creativa es ahora un festín para la uniformidad y la reiteración de fórmulas que se repiten ad nauseam por su éxito asegurado.
No es entonces un delirio reconocer esta aparente relación entre una sociedad hipertecnologizada (un Blade Runner a cielo abierto) y la afectación que sufrirían los procesos de creación autónomos de los diferentes artistas.
Esta creación autónoma, hasta cierto punto idealizada pero necesaria, busca acercarse a un ejercicio creativo que restablezca, aunque sea provisionalmente, el aura de la obra de arte que tanto reivindicaba el filósofo, crítico y ensayista alemán Walter Benjamin. Una labor que vale la pena resignificar:
(…) resumiendo todas estas deficiencias en el concepto de aura, podremos decir: en la época de la reproducción técnica de la obra de arte lo que se atrofia es el aura de esta.
El proceso es sintomático; su significación señala por encima del ámbito artístico. Conforma a una formulación general: la técnica reproductiva desvincula lo reproducido del ámbito de la tradición.
Al multiplicar las reproducciones pone su presencia masiva en lugar de una presencia irrepetible. Y confiere actualidad a lo reproducido al permitirle salir, desde su situación respectiva, al encuentro de cada destinatario. Ambos procesos conducen a una fuerte conmoción de lo transmitido, a una conmoción de la tradición, que es el reverso de la actual crisis y de la renovación de la humanidad. (Benjamin, W., 2019).
Por cada revolución, nuevas formas de liberación y dominio yuxtapuestas. Muchas veces, de alguna manera, cada adelanto tecnológico trae consigo nuevas maneras de mantener (o reforzar) desigualdades.
En un mundo globalizado ya no es necesario invadir países con ejércitos y tanques que resultan caros y difíciles de mantener ante la opinión pública.
A la luz de la geopolítica actual, es mucho más ‘sensato’ apostar por el colonialismo cultural. Invadir y colonizar la mente con la tecnología del ocio resulta al final más barato, bien visto y celebrado por productores y consumidores.
El cuidado del proceso creativo (con las fases de planeación, puesta en marcha, desarrollo y evaluación inherentes), llevado a cabo por quien gestiona y/o produce contenidos creativos, tiene en esta anunciada tiranía del automatismo tecnológico un desafío al cual hacer frente.
Dejando a un lado los innegables beneficios de la tecnología como herramienta cooperativa de la inventiva humana, quienes hemos decidido dedicar nuestra energía a la creación de mundos, de sentidos y de formas de expresión desde la infinitud de las artes debemos reconocer esta omnipresencia de inteligencia maquinal como una muy velada amenaza que se presenta doble por su aparente condición de inocua.
Y esta actitud se justifica por una sencilla razón: nuestra imaginación es herida principalmente por nuestros sentidos. Todo lo que podemos ofrecer es lo que recibimos. Aquello que podemos proyectar es una recreación de lo vivido, escuchado, tocado, visto y leído.
Así entonces, ¿cómo imaginar un mundo distinto (desde nuestra creación latinoamericana) si estamos colonizados culturalmente por quienes piensan y sueñan un mundo diferente del nuestro, expresado en productos que casi de manera exclusiva consumimos? Dicho de otra manera, ¿podemos lanzarnos a la aventura de enunciarnos auténticamente al alimentarnos con frutos regados con algo más que agua?
Los creadores tienen la palabra. Cada artista, sea su ámbito el que sea, es un agente, y las especificidades de su arte son necesarias para la integración ética del rumbo.
El gestor cultural tiene un pie en lo tangible (su concreción de proyectos exitosos en lo cuantificable y medible) y otro pie en lo simbólico (la transformación social, la reparación, la movilización de la esperanza y la apertura por medio de las artes y la expresión).
Dicho esto, lo cierto es que la labor de la creatividad requiere de un ecosistema que potencie su accionar, un llamado a la cooperación de fuerzas que inevitablemente requieren de Estados y gobiernos para cumplir con sus misiones y visiones estipuladas en tantas directrices y políticas que reposan en anaqueles. La continuidad es más que necesaria para asegurar proyectos:
A pesar de los múltiples esfuerzos en Argentina, Chile, Brasil, Colombia y México por impulsar acciones gubernamentales a favor de los bienes y servicios protegidos por el derecho de autor y de los derechos conexos, faltan esfuerzos a largo plazo para efectuar pesquisas que den cuenta, efectivamente, del impacto de las industrias culturales en sus economías locales y nacionales, así como en la instrumentación de líneas de trabajo bajo políticas de Estado y no de gobierno (…). (Rey Vásquez, D., 2009).
Por eso su labor de gestión es una reivindicación del acto cultural como acto creador de realidad, una acción que es ideológica, ética y estética.
Que la cultura no es un terreno neutro como se quiere hacer ver es ahora una premisa que no admite discusión. Así lo expresa Margarita Rosa Serje en su texto Palabras para desarmar (2002), en el que desmitifica esa supuesta neutralidad o carácter inmaculado de la cultura, puesto que es, en efecto, un territorio para una ‘guerra’ que se libra para construir eso que llamamos realidad:
El entendimiento de la cultura como proceso de “hacer” la verdad, de “fabricar” la realidad, se conjuga con la forma en que Michel Foucault (1975, 1989) voltea la perspectiva tradicional del poder como dispositivo de represión y de control, y lo expone como lugar de producción.
La disciplina no es solamente represión, es también el consentimiento y la interiorización de sus principios. El poder, entonces, más que reprimir, produce realidad; más que ideologizar, más que abstraer u ocultar, produce verdad.
No hay modelo de verdad que no se constituya en un dispositivo de poder, ni saber, ni siquiera ciencia que no exprese o implique una estrategia de dominio. Así, la guerra, parafraseando a Clausewitz, es la cultura por otros medios. (p.130)
Al final, veremos si lo expresado por el economista Carl Benedikt Frey y sus colegas es uno más de los anuncios apocalípticos o una posición integrada, como lo nombraría Umberto Eco.
En poco veremos hasta dónde la comunidad de creadores responde a las demandas de resignificación de su labor, y comprobaremos si el cambio de paradigma, que es inherente a esta revolución 4.0, está al servicio de nuestros sueños de trasformación.
Si nuestra imaginación es herida principalmente por nuestros sentidos, la invitación no es dejar de lado ciertos alimentos de sentido, traídos por la fábrica global de productos, sino equilibrar esa dieta que nos permitirá crear/creer desde el mismo lugar que habitamos, para bien y para mal.
Referencias
Benjamin, Walter. (2019) La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.
Rey Vásquez, Diana. (2009) El debate de las industrias culturales en América Latina y la Unión Europea.
Serje, Margarita Rosa. (2002) Palabras para desarmar. Una mirada crítica al vocabulario del reconocimiento cultural.