Por: Juan Sebastián Barrero Del Río
@juansebarrero
De entrada la respuesta debería ser “que fueron los mejores en su oficio”. El primero enterrado pero más vivo que nunca, su novela es el primer éxito de RCN en los últimos 10 años y de ahí que su música suene en cada rincón del país. El segundo, retirado de las canchas, vive con el peso de estar en la disputa eterna, que comparte con Pelé, en la que se busca definir el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos.
El uno cantante vallenato, el otro jugador de fútbol. El uno polémico, el otro… también. Ahí está entonces el primer punto común de estos dos personajes que, como otra coincidencia que los une, no encontraron en las tarimas o en las canchas de fútbol a alguien que siquiera pudiera igualar su talento.
Ambos de origen humilde, una vereda pobre de Colombia y una villa argentina los vieron nacer, crecer y dar las primeras muestras de su talento. Luego, una magia sin límites se fue haciendo incontenible entre aires de acordeón y canchas de fútbol. La fama les coqueteó y la abundancia, cuando se ha crecido en medio de carencias, es tan seductora como mala consejera.
Si la primera respuesta que usted encuentra al leer mi título es “la droga”, no está equivocado, este artículo no quiere omitir o enaltecer comportamientos errados. El objetivo de este escrito es reflexionar ¿de cuándo acá Diomedes Díaz, Maradona, o cualquier personalidad destacada en su labor, más que ser el mejor cantante vallenato o futbolista, debe ser la mejor persona?
¡No seamos tan…! Señor lector, padre de familia, estudiante, que no sean ustedes o sus hijos quienes anden buscando fuera de la familia o la academia ejemplos de vida y de conducta. ¿Quién dijo que Diomedes Díaz o Diego Maradona tenían que ser los guías en la educación de los jóvenes del mundo?
Nace entonces otra pregunta que ha aburrido, indignado y hasta exiliado talentosos colombianos. ¿Por qué tendría Gabriel García Márquez que regalarle un acueducto a Aracataca, Lucho Herrera una escuela a Fusagasugá; Nairo Quintana una pista de ciclismo a Cómbita, y James Rodríguez canchas de fútbol a Cúcuta? Que quede claro entonces que es el Gobierno el único encargado de velar por el bienestar de los colombianos y de garantizar la construcción de obras que contribuyan al desarrollo cultural y deportivo.
Volviendo a la pregunta que nos reúne en este escrito ¿qué tienen en común Diomedes Díaz y Diego Armando Maradona?, sería entonces oportuno, luego de aclarar deberes de unos y otros, evaluar a cada uno por su profesión, al cantante por sus versos y al jugador por su gambeta. Hacer una novela que cuenta a vida del más grande artista y compositor vallenato nacido en Colombia no es hacer “apología al delito”, como desde la ignorancia se ha dicho. Mucho menos, permitir que los bogotanos vean de forma gratuita al jugador más importante de todos los tiempos es exaltar a un “drogadicto”.
Ahora bien, si alguno de ustedes me pregunta que si Diomedes Díaz y Diego Maradona son ejemplos de vida, bien podría responder que son ejemplos de sus propias vidas, ambos soñaron con ayudar a sus familias desde su profesión, Diomedes sonando en todas las emisoras y Maradona metiendo goles en la Copa Mundo. ¿Cumplieron con el objetivo de sus vidas?, solo ellos lo sabrán, lo que sí es cierto es que nunca se autoproclamaron ejemplos de vida, por eso en las imágenes que tengo en mi memoria Diomedes está, frente a un estadio lleno, “cantando, cantando, cantando versos bonitos” de medio lado y moviendo sus manos, y Diego Maradona va con la pelota pegada al cuerpo mientras deja jugadores ingleses a su paso, luego le pega de zurda al balón y lo demás es celebrar con la Copa Mundo en sus manos.
Hay que dejar entonces de tratar de llenar los vacíos personales buscando ejemplos de vida, y algo muy importante, a no ser que tengamos bata, y maso para dar veredictos, dejar de comportarnos como jueces de vidas ajenas. Lo de Diomedes ya es de Diomedes con Dios y lo de Maradona es de Maradona con él mismo.
Por: Juan Sebastián Barrero Del Río
@juansebarrero