Resulta extraño andar entre abismos por Bogotá, esa ciudad de furia, de barros, de congestiones, de sobrevivencia incierta; esa ciudad contaminada, gris, sitiada por su intenso aspecto de excavación arqueológica cundida de niños mendicantes en los semáforos, y detenerse a pensar entre tanto que Claudia López ha estado nominada como mejor alcaldesa del mundo; que la ciudad ha recibido el premio Desafío de las Ciudades otorgado por el Fondo Mundial para la Naturaleza, el premio Construyendo Sueños, sobre niñez, adolescencia y familia, o que presida la Asociación Internacional de Grandes Metrópolis.
Así son los premios con sus pies de barro. Duque le otorgó la Orden de Boyacá al indecible expresidente del Congreso, Ernesto Macías, quien en una misma noche se colgó la Orden Simón Bolívar, la Medalla Cacique Pigoanza, la Medalla al Liderazgo Regional y el Garzón de Oro. Qué decir, el Congreso le plantó la Orden al Mérito de la Democracia en grado de Gran Caballero al Esmad y a Diego Molano, exministro de Defensa, quien sonriente, casi burlón, estiró en su momento la mano para recibirlo.
Un periodista grande y de verdad que hasta ahora no recibió ni aspiró a ningún premio oficial, le preguntó eso a García Márquez horas antes de recibir el Nobel: ¿Qué tiene un premio por dentro? Nada, respondió aquel, todo lo tiene por fuera, porque los premios son vainas para crearle ilusiones a la otra gente.
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¿Qué tiene un premio por dentro? Nada, respondió García Márquez horas antes de recibir el Nobel, todo lo tiene por fuera, porque los premios son vainas para crearle ilusiones a la otra gente
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Acaso por eso o por mucho menos, no llegaron nunca a cubrirse con el Nobel, y daría por seguro que algunos de ellos escasamente lo apetecieron: Mishima, ni Borges, Cortázar, Sábato, Benedetti, Kerouac, Kafka, Clarisse Linspector, Virginia Wolf, Upton Sinclair, Montanelli, Jack London, Baldwim, Joyce, Orwell, o Erskine Kaldwel.
Tampoco en su corta vida llegaron a envolverse en diplomas, Rafael Chaparro, ni Gonzalo Arango; así como Hitchcock, Kubrik, Buñuel, Stanly Kramer (por el Juicio de Nuremberg), Kurosawa, De Sicca o Fritz Lang (por el Vámpiro de Dusseldorf) no subieron a la tarima iluminada a acariciar la estatuilla de Oscar al mejor Director.
Bueno, tampoco el Che Guevara, Sendic, Quentin Lame, ni Bateman, Pizarro, Trotsky, Zapata, Villa o Gaitán llegaron a gobernar, y con excepción del Che ninguno siquiera participó del rito de juramentar como servidor público, un ritual que muy a menudo se obtiene mediante el aprendizaje repetitivo de llevar y traer un frisbi en la boca.
Algo muy dislocado pasa mientras se ofrendan y se reciben premios: Hidroituango no aparece, Hidroituango lanza continuos penultimatúms de entrada en operación, una operación que no comienza o que lo hará a tumbos en el último según de la última campana, pero Daniel Quintero, arrebatado alcalde de Medellín y la ciudad se adornan con el Premio Nacional a Mejor Desempeño Fiscal, Premio a Mejor Índice de Desempeño Institucional, Premio Nacional de Alta Gerencia y Premio Nacional al Mejor Plan de Desarrollo.
Poco, pues, tiene un premio por dentro. Y poco por dentro tienen muchas veces sus beneficiarios.
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