En julio de este año escribí una columna con ese mismo nombre “Que tiemble Sebastián”. fue el resultado de la arremetida que, en el mundo entero, género el movimiento Black Lives Matters, con la idea de derrumbar símbolos ligados a personajes históricos que habían tenido una participación activa en la colonización y en la dominación sobre las etnias afro e indígenas.
En ese momento pensé que estaban todavía lejos las circunstancias para que se dieran en Colombia brotes de rebeldía contra símbolos de esa esclavización. Sin embargo, como dicen por ahí, a todo marrano le llega su nochebuena, nos llegó el momento de derrumbar una de esos íconos, precisamente el de Sebastián de Belalcázar, reputado “fundador” de Popayán, de Quito y de Cali.
Pues el pueblo misak, también conocido como guambiano, se fue esta semana a tumbar a Sebastián en Popayán. Se trata de un monumento ecuestre, porque el colonizador estaba representado gigante sobre su caballo (animal también fundamental en estos procesos de despojos), y con sogas lograron echarlo abajo, ante la mirada impotente de las autoridades.
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Resulta lamentable que el acto haya sido reseñado como vandálico por los medios de comunicación y no ligado a la necesaria reescritura de la historia
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Lo que resulta lamentable es que ese acto haya sido reseñado como vandálico por los medios de comunicación y no ligado a la necesaria reescritura de la historia. En las noticias no se explicó el sentido de esta protesta simbólica que pretendió nada distinto a reescribir la historia y a que nos contaran quién fue realmente Belalcázar y qué hizo contra las poblaciones aborígenes qué encontró a su paso.
La historia de la colonización y de la esclavización fue la historia del exterminio contra pueblos indígenas que se encontraban en sus propias tierras y pueblos afro arrebatados a sangre y fuego de sus territorios legítimos para traerlos a un trabajo forzado por siglos, sin derecho a nada ni siquiera a su propia vida. Esa es la historia verdadera, no la que nos han contado sobre actos heroicos de los españoles que vinieron a expoliar el oro, a violar mujeres y a torturar hombres.
Nada hay de heroico en esta colonización o en ninguna otra. Todas son infames, sin embargo, es a esos personajes a los que se les ha hecho homenaje con las estatuas y es a esos personajes a los que se defiende cuando se niega el reclamo de sustituir sus estatuas por otras que hagan homenaje a quienes fueron verdaderamente masacrados. Eso sería tanto como defender la estatua de un Hitler, frente al recuerdo de millones de víctimas en el Holocausto judío.
Pero, por supuesto, las acciones de los misak esta semana deben estar acompañadas de acciones de educación y reeducación sobre la historia ancestral y eso las comunidades indígenas no lo han hecho y no han recibido apoyo para hacerlo de las comunidades dominantes. Por el contrario, cada vez que hay una movilización indígena se la señala como vandálica y como una atrocidad contra la civilización.
Algo malo se debe estar haciendo en las protestas para que den pie a una interpretación tan equivocada. Cuando se reclaman derechos como la vida, como pasó en Bogotá después del asesinato del abogado en manos de la policía, no debería permitirse que la protesta derive en vandalismo para que su relato no derive en nuevas mentiras y justificaciones de la violencia.
Esto mismo puede estar pasando con la protesta misak que llevó al derrumbamiento de la estatua de Belalcázar en Popayán. Un alcalde ofendido y una comunidad blanca temerosa de la protesta indígena no es un buen resultado para la justa causa de reescribir la historia o de contárnosla como debió haber sido siempre. Belalcázar no fue un héroe sino un colonizador inclemente que pisoteó con su caballo los territorios ancestrales indígenas, y para contar esto necesitamos mucho más qué derrumbar históricas estatuas.