“Más tolimense que un totúmo” así describía Pilar Castaño a su mamá. La comparación sólo funcionaba para ella misma, porque no había nada más refinado en la televisión colombiana que Gloria Valencia. Estábamos prácticamente en taparrabos todavía, en plenos años setenta, cuando Doña Gloria y su esposo, Álvaro Castaño Castillo, lanzaron Naturalia. En esa época estaba bien visto la cacería, no se conocían los estragos que la contaminación hacía en la capa de Ozono, y Álvaro Mutis ni siquiera sabía qué significaba la Ecología, el cuento ese que la pareja de esposos amigos suyos no paraban de nombrar en los cocteles. Todo empezó a cambiar con Naturalia y si hoy vemos como los cóndores repueblan los páramos y los ríos retoman su cauce es gracias a Doña Gloria.
Dueña de una elocuencia absoluta, entrevistó a los más grandes, desde Borges hasta Jacques-Yves Cousteau y nunca decepcionó, siempre a la altura del compromiso. Miren a esta mujer en el 2010, a sus ochenta años, lo fresca, la claridad que se mandaba, que imponía en esta entrevista con José Gabriel.
La categoría que tenía Gloria, su voz meliflua, su actitud, su carácter le hacen demasiada falta a esto tan plano que es la televisión nacional. Si, se murió a los 83 años, pero estaba en plenitud de condiciones y hubiera podido dar más. Es raro que alguien a esa edad, en esa máquina de picar carne que es la televisión nacional, hubiera tenido tanta, tanta vigencia. Aún con 93 sería una Mirtha Legrand. La gente como Doña Gloria no debería morirse nunca.
