El carácter casi que metafísico de internet, con su computación en la nube, su inmediatez a velocidad luz, su falta de gravedad y el mismísimo misterio inmaterial que la rodea —tan misterioso que con él han querido fundar religiones igual de enigmáticas— ha creado en el imaginario colectivo la idea de que sus efectos secundarios deben ser analizados dentro del campo puramente informacional. Steven Johnson, en el inicio de su primer y famoso libro, y a pesar de su ya relativa antigüedad, destaca esta naturaleza al afirmar que “vivimos en una sociedad cada vez más moldeada por eventos que se producen en el ciberespacio, y a pesar de eso el ciberespacio continua, para todos los propósitos, invisible, fuera de nuestra aprehensión cognitiva”.
Que esta actividad informática tiene consecuencias en la economía, en la política, la cultura y en gran parte de la sociedad, es algo que esta civilización ha venido aprendiendo con el paso del tiempo. La irrupción de nuevas monedas virtuales, las fallas de una aplicación para asegurar la privacidad de sus usuarios, los desconocidos sistemas autónomos de creación artística, los nuevos conocimientos y las relaciones sociales que prioriza, son parte de los novedosos fenómenos y de las extrañas consecuencias derivadas del empleo cada vez más masivo y global de internet.
Sin embargo, a razón de aquel carácter casi que inmaterial, popularmente poco o nada se le relaciona con las consecuencias ambientales generadas, por ejemplo, por industrias como la del petróleo, el carbón, la automotriz o la aeronáutica. Han sido en este sentido mucho mejor publicitados sus beneficios que sus posibles perjuicios, pues de pocas industrias hemos escuchado tantas promesas realizables en favor del medio ambiente, sobre todo en un momento de crisis ecológica tan profunda y alarmante. Con la aparición de internet ha sido evidente el ahorro de energía y de emisiones de gases de efecto invernadero gracias a la sustitución de muchas actividades físicas por interacciones virtuales. En los inicios de los años 2000 se calculaba que, gracias al uso de Internet, el planeta podría ahorrar más de 8 billones de emisiones de toneladas de CO2 de allí hasta el 2020. Y recientemente Urs Hölze, vicepresidente de infraestructura técnica de Google, recordó la gran cantidad de energía necesaria para mover un átomo en comparación con la energía necesaria para mover un electrón. A pesar de estas promesas y evidencias, toda la actividad electrónica detrás de estas interacciones, que va en aumento de forma geométrica con cada máquina producida y conectada a internet, tiene una significativa repercusión en el incremento de la temperatura global.
En los inicios de internet no solo era la ínfima cantidad de información que se transmitía —y con ello la casi insignificante cantidad de energía consumida—, sino también la casi nula preocupación por el efecto de la actividad humana sobre el medio ambiente, lo que hizo que este tema fuera apenas intuido. En los inicios de la década de los 90, con la introducción de la world wide web gracias a los esfuerzos de Tim Berners-Lee y su equipo en el CERN, la información transmitida ha venido creciendo en forma exponencial. Al mismo tiempo, toda esta nueva demanda de información exigió la creación de una compleja infraestructura que la soportase.
El aumento de la velocidad de transmisión de información y el empleo masivo de internet gracias a la disminución del precio de los dispositivos de conexión, han puesto una nueva presión sobre el planeta. Hoy en día, los centros de datos que hacen funcionar gran parte de Internet generan la misma huella de CO2 al año que todos los viajes aéreos durante el mismo periodo; y ello aparte de la energía consumida por cada empresa, ciudad o país, tanto para poner en funcionamiento el sistema de comunicaciones, como para producir y comercializar los aparatos que lo soportan.
En el campo puramente informacional —dejando a un lado las consecuencias ambientales de la producción o de la comercialización de la infraestructura y de los aparatos que le permiten funcionar—, si internet fuese un país ocuparía el sexto puesto a nivel global en gasto de energía. Y lo preocupante no solo es la cantidad de energía consumida, también las fuentes de producción de esas energías. Según un estudio de Greenpeace, el “70% de las 400.000 antenas de celular en la India no tienen acceso a fuentes confiables de electricidad, y los generadores de energía impulsados por diésel sirven como respaldo en las ocasiones en las que el suministro no es estable.” Y no solo en la India: “Los centros de grandes datos en los países de occidente también confían en estos generadores de energía impulsados por diésel que se ponen en funcionamiento con cualquier corte de energía. Hoy en día la mayoría de centros de datos trabajan con compañías energéticas que se basan en el carbón o en plantas nucleares para generar la electricidad”.
Se calcula así en 830 millones de toneladas la huella de carbón de internet actualmente, lo cual equivale al 2% de las emisiones mundiales al año. A este panorama general hay que añadir los datos que conforman cada una de las partes de este paisaje. Entre ellos, los aportados por la académica Amanda Sopkin.
Según Sopkin, actualmente creamos “más de 300 horas de contenido para YouTube, 510.000 comentarios en Facebook y 350.000 tweets por minuto.” Y aunque los efectos ambientales de cada actividad individualmente hablando pueden llegar a ser casi insignificantes, sumar el de todos los seres humanos conectados se convierte en un ejercicio preocupante. En efecto, según lo han estimado los desarrolladores de Twitter, cada trino genera apenas 0.2 gramos de dióxido de carbono, pero a nivel mundial esos 0.2 gramos se convierten al minuto en 7.000; en 420.000 en una hora y en 10,080,000 completando un día.
Lo mismo ocurre con cada búsqueda en Google, que según la misma compañía genera 0.2 gramos de CO2. Por otro lado, enviar correos desde Gmail puede producir 1.2kg de emisiones por usuario al año, a lo que habría que sumarle 50g si el correo contiene un archivo adjunto. Algunas fuentes estiman que un correo de 10KB emplea 0.074 microwatts de electricidad, y que un correo de 500KB hasta 3.7 microwatts. La reproducción de un video se estima en 0.2 gramos de CO2 por segundo, y en términos energéticos, guardar nuestra información en la nube requiere 7 vatios, en comparación con los 2 vatios que se requieren para guardar la misma información en el disco duro local.
Nuestras mismas prácticas tecnológicas contribuyen a este aumento de energía y de emisiones de CO2. Según una encuesta realizada por el Wall Street Journal, en promedio un ejecutivo gasta más de 6 semanas al año solamente buscando los documentos que requiere y que no recuerda dónde los guardó. Lo mismo ocurre con muchas actividades repetitivas e innecesarias que realizamos al frente de la pantalla. Con la introducción del Internet de las Cosas, y por tanto con un aumento de los dispositivos cotidianos conectados a internet, la cantidad de información transmitida y la cantidad de energía requerida exige un aumento, sobre todo cuando aminoramos nuestras actividades físicas en favor de la acción de estos aparatos 'inteligentes'.
Como han alertado investigadores de la Escuela de Computación y Comunicación de la Universidad de Lancaster, el rápido aumento de los sensores digitales remotos conectados a internet “tiene el potencial de aumentar, de formas sin precedentes, casi que ilimitadamente el consumo energético por parte de las tecnologías inteligentes.” Es lo que ocurre por ejemplo con los nuevos asistentes de voz que realizan varias funciones cotidianas en el hogar. Según Kelsey Campbell-Dollaghan, cuando se le pide a Alexa que prenda las luces en vez de hacerlo por nosotros mismos, lo que hacemos es activar una cadena de reacciones más allá del hogar, que van de un centro de datos a otro, así como la información viaja de ida y vuelta. Para el autor, “el internet de las cosas, que busca eliminar hasta la más mínima fricción de la vida cotidiana, absorbe por diseño grandes cantidades de energía”.
Gran parte de las emisiones de CO2 generadas por la actividad virtual provienen de los inmensos centros de datos que se han dispuesto estratégicamente para mantener a punto las comunicaciones globales. Uno solo de estos centros puede generar suficiente energía como para alimentar a más de 65 mil hogares. Solo en Estados Unidos, estos centros de datos consumieron más de 91 billones de horas kilovatios de electricidad, produciendo con ello 97 millones de toneladas métricas de CO2. Lo que puede sonar paradójico para cualquier usuario es que solo el 12% de toda esta energía se dedica a soportar las operaciones computacionales, mientras que el resto es invertido para mantener refrigerada la temperatura de los servidores.
En total, la manutención de toda la infraestructura que permite el funcionamiento de internet contribuye al cambio climático en una proporción de 1.5 en comparación con las emisiones generadas por la industria de la aviación. Evidentemente hay un gran ahorro cuando una conferencia como la de Sustainableux decide realizar todas sus charlas de manera virtual para ahorrar las emisiones de gases de efecto invernadero que producirían los vuelos de ida y vuelta de cada uno de sus conferenciantes. Pero de ahí a suponer que nuestra vida digital tiene un impacto neutro o casi nulo en el ambiente es una idealización igual de fantasiosa a aquella que pretendía convertir las ondas eléctricas en manifestaciones de algún tipo de divinidad digital.
El caso del peso de un sitio web es revelador de esta situación. Así, el peso promedio de un sitio web en el año 2017 fue aproximadamente de 3.48MB, correspondiente a 24 veces el peso de ese mismo sitio web en el 2003. En comparación, una página web en HTML puro pesa solamente 54KB. Es una crítica que le hace el investigador Andrew Boardman a los homepages de los más importantes periódicos digitales a nivel global. Por ejemplo, Boardman critica la página de inicio del New York Times por lo que él llama una “hinchazón digital”, representada en la cantidad de publicidad, códigos de rastreo y piezas de código javascript de misteriosa funcionalidad que se encuentran en la página y que todo usuario deberá cargar para acceder a su información. “Al ser tan pesada y tan popular”, dice Boardman, “representa una larga porción de la web servida y de uso de combustibles fósiles”.
Alex Wissner-Gross, físico de la Universidad de Harvard, sostiene que visualizar una página web genera cerca de 0.02g de CO2 por segundo, cifra que subiría a 0.03g si la página contiene imágenes complejas, animaciones o videos. “Así, cuando estás sentado en Londres viendo un sitio web de California, hay plantas de energía en al menos dos continentes bombeando dióxido de carbono en la atmósfera para que puedas ver ese video o para que leas ese periódico virtual.” Sobre esto mismo, en un artículo del influyente sitio web de diseño A List Apart, el autor señala el gigantismo exagerado de los sitios web actuales y el aumento que ello conlleva de consumo energético. “Con nuestros carruseles rotatorios, imágenes en alta resolución y más, hemos diseñado por años sitios web con una demanda de energía creciente, creando monstruosos Humvee donde podríamos haber creado híbridos esbeltos o, mejor aún, bicicletas.”
Todo este interés por los efectos de nuestras actividades digitales sobre el equilibrio ecológico del planeta ha permitido la emergencia de un movimiento en el campo del desarrollo web preocupado por la manera en que las interfaces con las que los millones de usuarios interactúan en sus vidas cotidianas contribuyen al calentamiento global. Frente a ello, varias iniciativas han centrado sus esfuerzos en la proposición de unos principios o estándares que permitan un ahorro en el consumo de energía y por lo tanto de las emisiones de CO2.
Aquí se encuentran por ejemplo iniciativas como la de Sustainable Web Design, que es un introducción a las técnicas que los desarrollares web pueden implementar en sus proyectos para reducir la huella ecológica. Allí se mencionan no solo las técnicas para reducir el tamaño de un sitio web, también los comportamientos de los usuarios que pueden ser diseñados para que encuentren más fácil y rápidamente la información que necesitan: “Sitios que son claros, concisos, simples y ligeros en imágenes y códigos son benéficos tanto para el medio ambiente como para las personas que hacen uso de ese sistema”.
Según este movimiento, hay cuatro principios que se deberían ser aplicados para reducir el consumo de energía de un sitio web. Primero, facilitar la búsqueda de información; segundo, optimizar el funcionamiento del sitio haciendo que cargue la información más rápidamente; tercero, mejorar la experiencia del usuario independiente del dispositivo utilizado; y cuarto, contratar centros de datos que funcionen con fuentes de energía limpia. En ecograder.com, por ejemplo, es posible analizar si un sitio web es ecológico o no según estos principios.
A pesar de todos estos esfuerzos en el campo del desarrollo web o de los realizados por los mismos usuarios para ahorrar energía, hay un problema de fondo que ninguna buena voluntad o buen propósito corporativo podrá solucionar. Se trata del modelo de negocios de la economía de internet, basado en el tiempo de atención de los usuarios. Para este modelo de negocios, el aumento del ancho de banda, el aumento de la información transmitida y con ella de la energía consumida, es una oportunidad para obtener más ganancias de la atención de sus usuarios y no un problema ambiental. Si el funcionamiento de internet depende de un tipo de adicción a la información nueva; si su sustento económico depende de que consumamos cada vez más información, entonces este problema solo va a seguir en aumento. En el fondo se trata de un asunto estructural del sistema económico, que busca maximizar las ganancias por encima de sus consecuencias.
La economía de la atención, que ya se puede rastrear desde los inicios de le era industrial en Europa y en los orígenes de la publicidad, es hoy el pilar fundamental que inyecta dinamismo a las múltiples distracciones que nos proponen las pantallas conectadas a internet. Y como en la actual crisis ambiental del capitalismo, la solución no solo debe provenir de las fuentes de energía que ponen en funcionamiento toda esta infraestructura técnica o de los esfuerzos individuales de cada usuario para disminuir su consumo energético; también debe provenir de una transformación de un sistema de expectativas de consumo inocuo que beneficia a unos pocos y le tira el agua sucia de sus consecuencias a la mayoría.
Referencias:
Online News: The Canary in the Coal Mine. Andrew Boardman
The Rise of Green User Experience.
Sustainable Web Design. Resources for building a cleaner, greener internet.
Internet usa más electricidad que…
How viral cat videos are warming the planet.
If the world stopped using email, how much electricity would we save?
Why we need Netflix to join the race towards a green internet.
How Polluting is the Internet?
Skeletons in Our E-closets: The Impact of Wasteful Digital Storage. Amanda Sopkin.
Cloud Computing Can Use Energy Efficiently. Urs Hölzle.