Con sorpresa recibí la noticia del levantamiento del paro de trabajadores de la Universidad Nacional el pasado día miércoles. Tras horas de desgaste y de rumores sobre el acuerdo entre el rector de la Universidad Nacional, Ignacio Mantilla, y representantes del movimiento de trabajadores, se sentaron a esbozar un acuerdo. De inmediato, el llamado fue a las aulas, instando a la normalidad académica, y a las actividades para concluir el semestre, que lleva más de un mes paralizado.
Digo sorpresa porque tras haber vivido una situación tensa a nivel social, con clases suspendidas y acciones de tipo organizativo de los distintos estamentos de la universidad, lo que observé y escuché no se parece en nada a las noticias en los medios masivos de comunicación y a la viralidad con la que circula la información en internet. Este es otro caso en el que la Universidad Nacional de Colombia, así como la situación de la educación pública en el país, queda fuera de un debate público que involucre al Estado y la Nación a pensar y definir el presente y el futuro de la educación pública. Pareciera que las rejas de la Universidad no solo establecen los límites de la autonomía universitaria, sino que constituyen una frontera entre el mundo y el país. No debería ser así, y desde mi escasa formación, considero que deben existir puentes entre la Universidad Nacional y el país, en términos de una reciprocidad y como miembros de una misma comunidad, que inste por la resolución de sus problemas y conflictos y tenga presente lo que constituye la verdadera paz.
¿Qué es lo que no saben afuera de la universidad?
Soy un estudiante de la Facultad de Ciencias Humanas. Desde que inició el paro de trabajadores de la Universidad Nacional algunos sectores del estamento estudiantil decidieron unirse con el fin de luchar contra cosas que nos son urgentes. El año comenzó con una crisis para la Facultad de Ciencias Humanas: no hay recursos y la respuesta de la administración central siempre ha sido la misma. El centro de estudios está condenado a una paulatina asfixia en lo económico. Por ejemplo, al principio de semestre, hubo problemas para ciertas asignaturas, al no contar un presupuesto para la contratación de los docentes ocasionales.
La elección del rector, o más bien su “designación”, fue otro hecho en el que se reeligió al profesor Mantilla, sin un respaldo ni de los estudiantes ni de los profesores, y menos después de su decisión de cerrar la universidad a las cuatro de la tarde los viernes, mandando al traste la vida académica y cultural de la universidad por cerca de dos años. Su modelo de calidad académica e internacionalización es una falacia. Y no es lo único, se nos dice, que el departamento de Sociología, primera facultad de sociología creada en América Latina, no tiene los recursos suficientes para su operación durante este año. Algunos otros sucesos infaustos están en la mente de todos, como la destitución el año anterior del profesor Miguel Ángel Beltrán, bajo la sombra del procurador Ordóñez, violando la libertad de cátedra y la autonomía universitaria;, acto que se vio reiterado con el encarcelamiento de un docente que se preguntó por las causas sociales del conflicto.
No obstante, lo que rebasó la copa fue la amenaza reciente de grupos paramilitares al movimiento estudiantil de este mes, situación que se presentó el día de ayer. Lo único que sucedió fue la toma pacífica del edificio de sociología, en el que durante las dos últimas semanas se han hecho todos los esfuerzos para el diálogo entre las directivas de la universidad para la resolución de los conflictos que nos atañen a todos. Si no hay un espacio de participación democrática de los estudiantes, es lógico que se piense en la manera de ganarse dichos espacios. ¿Cómo? A través de la organización y el debate entre los mismos estudiantes, pero también mediante otras acciones que no pueden dañar a nadie: la proyección de películas al aire libre, talleres de estampado y tejido, almuerzos comunales, encuentros para darle la vuelta a la universidad en bicicleta .
Ayer, por dar un caso, fueron invitadas bandas de rock y rap a tocar, a crear un espacio satanizado por los medios y abandonado por los indiferentes, para desmentir aquella información que trata de imponer una versión sin acercarse a lo que ocurre en realidad.
¿Hasta cuándo esta situación? Lo mismo sucede en otros espacios (nótese el paro de maestros, el paro agrario del año anterior) y, aunque la indolencia del gobierno y de las mismas universidades respecto a la educación duele bastante, es necesario que el país se conecte de nuevo con lo que sucede al interior de las universidades públicas y en lo que respecta al sostenimiento financiero de estas. Así mismo se debe rechazar el hostigamiento a los estudiantes y otros miembros de la comunidad universitaria, mediante mecanismos represivos y violentos que buscan eliminar y silenciar antes de dialogar y mediar en una resolución pacífica no solo del paro que se mantiene en curso, sino de los problemas más acuciantes del alma máter. La Universidad Nacional tiene mucho que aportar a la sociedad colombiana, y más aún, cuando se nos promete la resolución del conflicto y la paz para todos y todas. Es vital que Colombia se enteré de esto.
