La movilización de migrantes hondureños y de otros países centroamericanos tiene sus causas en la violencia, exclusión, explotación de las que vienen siendo víctimas por parte de los sectores que ejercen el poder político y económico, con el respaldo de gobierno de los Estados Unidos, país que no rechazó el golpe militar del que fue objeto el presidente Zelaya.
Además, expresa la tensión entre los pueblos de América Latina con las políticas migratorias del gobierno de Trump, que llegó al extremo de separar a niñas y niños de sus propios padres, amparado en la mezquina ley de “Tolerancia Cero”, y en el desafío lanzado de elevar el muro en la frontera México y Estados Unidos para impedir el ingreso de los pobres del sur, quienes no ven en sus países posibilidades de sostenimiento a sus familias. Varios de los participantes de la caravana migratoria hondureña claramente han expresado que se movilizan porque en su país no hay condiciones para vivir dignamente. Hay quienes están dispuestos a todo, jugándosela por una nueva oportunidad a pesar del riesgo de ser arrestados, deportados o amenazados de muerte.
Sectores de poder colombianos también han contribuido a generar la presión que obliga a huir a los hondureños de su propia tierra. Antes y después de Zelaya, se conoció de la intervención de militares, paramilitares, empresarios y políticos colombianos. Buena parte de la expansión del agronegocio de la palma aceitera encontró en el país centroamericano un área propicia. Ya desde el Panamá de Martinelli habían logrado consolidar relaciones a través de empresarios implicados en crímenes en Colombia, como el caso de Javier Daza Pretel, palmero condenado por la justicia colombiana y después protegido por el gobierno panameño, país desde donde adelanta inversiones en el negocio de la energía y de la agricultura que se expanden también por todo Centroamérica.
En Honduras, el modelo paramilitar colombiano, del que abundan pruebas que vinculan al expresidente Uribe, también ha tenido cabida. Ya la ONU había señalado la posible intervención de mercenarios colombianos en el golpe de estado contra el presidente Zelaya y el empleo de paramilitares procedentes de Colombia para cuidar fincas plantadas con caña y palma. También son conocidos los cursos de instrucción a todas las fuerzas militares y de policía del país centroamericano, impartidos por militares y policías colombianos tanto en Honduras como en Colombia.
De rebote la caravana desnuda, también, las motivaciones desestabilizadoras del tratamiento humanitario que el gobierno de los Estados Unidos, a través de Colombia, ofrece a los migrantes venezolanos. Su situación es usada para incentivar los odios en el continente contra el gobierno de Nicolás Maduro. ( Ver: Álvaro Uribe visita Honduras: 'Las armas en Venezuela deben estar en favor del pueblo'). Recientemente el presidente Duque, cuyo mentor es Álvaro Uribe, intervino en la ONU y en el Parlamento Europeo, pidiendo dinero para los inmigrantes venezolanos en Colombia, recibiendo de parte de Trump la contribución de 9 millones de dólares que se suman a los 37 millones que había recibido Colombia desde 2017.
Así, la movilización hondureña está significando un traspié al uso que de los migrantes se viene haciendo para ambientar el derrocamiento del gobierno de Venezuela, tratando de convertirlos en embajadores del desprestigio ante los demás países del continente. Esas intenciones quedan al desnudo con esta caravana al constatarse el tratamiento desigual a unos y a otros. Duque y su mentor Uribe pierden. Trump y su xenofobia pierden.
El gobierno de Estados Unidos, de un lado, da muro, cárcel y muerte a los migrantes hondureños, mexicanos y de otros países centroamericanos, y del otro da “ayuda” a los migrantes venezolanos que encuentran en el presidente de Colombia un “caritativo” ayudante en el trabajo desestabilizador del gobierno de Nicolás Maduro.
El inmenso éxodo de los hondureños y demás centroamericanos está generando cada vez más solidaridad. Recientemente obispos mexicanos ordenaron a sus parroquias abrir las puertas para acogerlos mientras van de paso a la frontera con los Estados. Los medios de información no han podido dejar de registrar este acontecimiento de la dignidad humana de los más humildes que se levantan contra la inhumanidad del poder.
Coinciden también, felizmente, las caravanas con el tercer encuentro sobre la injusticia del muro, la militarización de la frontera, las deportaciones, la ley que separa niños y que genera muerte, en Nogales (México y Estados Unidos) que tendrá lugar entre el 16 y 18 de noviembre/18. El Movimiento por el cierre de la Escuela de Las Américas (SOAW) escoge estas fechas porque se conmemora la masacre de los cuatro jesuitas y las dos mujeres que les colaboraban, perpetrada por militares instruidos en la Escuela de las Américas de los Estados Unidos, el 16 de noviembre de 1989.
En medio de la tensión, de la represión y de la incertidumbre, se enfrentan de nuevo el pequeño David y el gigante Goliat, convocando al mundo a solidarizarse con el más débil.