Las élites que se han lucrado siempre de la administración de Bogotá están desveladas desde que Petro asumió la Alcaldía. No es para menos: cero contratos, cero puestos, cero intrigas, cero corrupción, cero clientelismo, cero sumisión, cero dependencia, son una dosis muy alta de dignidad, de honestidad y de moralidad pública para la cual no está preparado, aún, el establecimiento. Y por eso están desesperados. Porque perdieron un negocio que maneja muchos billones de pesos cada año. Ese es el odio contra Petro: que no les deja ver “ni media”.
Por eso la campaña contra Petro empezó al día siguiente de su elección. Alineados contra él, los medios de comunicación, CARACOL, RCN, EL TIEMPO, EL ESPECTADOR, SEMANA y los más importantes manipuladores de opinión, Darío Arizmendi, Julio Sánchez Cristo, Yamid Amat, enfilaron baterías contra un hombre que traía con BOGOTÁ HUMANA, una propuesta administrativa, ambiental y política, alternativa a la de los carruseles de la contratación y la corrupción política. Eso les produce pavor en las entrañas, por una razón elemental y simple: ven en Petro un Chávez en potencia.
Y es que Colombia está muy cerca de llegar a la situación de Venezuela. Y no es tanto por culpa de Petro ni del socialismo siglo XXI, sino por el fin real de los partidos políticos, algo que sucedió allá con Adecos y Copeyanos, los liberales y conservadores de acá, que de tanto saquear los recursos públicos en beneficio propio, y de tanto entregar la economía nacional, los recursos naturales y las materias primas a las multinacionales extranjeras, se quedaron sin nada. Lo perdieron todo: negocios oscuros, dinero en exceso y control total del poder. “Nada es eterno en el mundo” cantaba una vez un tal Darío Gómez en una cantina de esas de emborrachar. Y lo perdieron en democracia. Eso fue lo que hizo Chávez: les quitó la democracia a los políticos y se la entregó a sus legítimos dueños, el pueblo, los ciudadanos.
El asunto ahora es Petro. La orden es atajar a Petro. Y la vieron muy fácil. Y con el fin de asegurar una presa tan valiosa para la “democracia”, se plantearon dos medidas extremas, ambas letales. Una era usar el poder preferente de la Procuraduría, que en efecto, en el breve lapso menor a un año, -algo que no tiene antecedentes en la historia judicial de Colombia-, Petro estaba destituido e inhabilitado por 15 años, como resultado de una sanción disciplinaria, con un baboso sustento jurídico, constitucional y legal, contradiciendo el Artículo 23 de la Convención Americana de Derechos Humanos, que hace parte del llamado “bloque de constitucionalidad”; medida “desproporcionada” la calificó un respetado editorialista. Y tal parece, al quedar suspendida casi de inmediato, dicha destitución y muerte política no consultan los propósitos supremos de la institucionalidad jurídica sino los mezquinos intereses de los contradictores políticos.
La otra medida contra Petro era una campaña de descrédito mediático que sirviera como fundamento a una Revocatoria del Mandato, que se veía muy bien, hasta que el lleno continuo hasta las banderas y lugares adyacentes de la Plaza de Bolívar de respaldo a Petro, les hizo comprender que algo estaba pasando. Y algo está pasando, señores de la Oposición. Váyanse preparando porque el camino que les espera es largo y tormentoso. Ustedes ya perdieron este país. Este país lo han sostenido con la guerra, hasta que Santos dijo “NO MÁS”.
Por eso la reelección de Santos es un mandato por la Paz de Colombia contra los señores de la guerra.
“No puede volver a suceder”, escribió Rudolf Hommes en EL TIEMPO, advirtiendo el peligro de líderes de izquierda, como Petro, que sean víctimas de las mal llamadas fuerzas oscuras, -porque cada vez son más claras-, como lo fueron los líderes de la desaparecida Unión Patriótica.
