En 2014 recordaremos el centenario de la I Guerra Mundial. La Belle Époque terminó en 1913 con la Consagración de la Primavera de Stravinsky en mayo y el primer volumen Por donde vive Swann de la obra maestra de Proust en noviembre. El calamitoso siglo XX comenzó propiamente en 1914 con los Cañones de Agosto (Tuchman) de esa guerra e incidentalmente la apertura del Canal de Panamá el mismo mes.
En su Diario de Guerra (1914-1918) el escritor alemán Ernst Jünger narra sus sentimientos ante los primeros cadáveres en aquellas trincheras: “En esas cabezas también había habido, plenos de vida, pensamientos, deseos y esperanzas” Seis meses después encuentra por allí un trozo de cráneo: “Era completamente blanco, sin cabellos ni sesos, solo se veían algunas raicillas venosas; un soldado lo cogió y dijo que parecía un trozo de queso” Tras otro año escribe: “Aquí uno adquiere poco a poco lecciones de anatomía”. El último siglo con sus guerras, holocaustos y masacres nos insensibilizó paulatinamente al cadáver humano.
Abrir un cadáver era un rito de pasaje en la facultad de medicina. A nosotros en quinto semestre nos mandaban a la morgue los lunes a observar el trabajo del médico forense. Supuestamente para estudiar cadáveres frescos distintos a los “formalizados” especímenes del anfiteatro de anatomía. El currículo médico tradicional exponía el estudiante primero al cuerpo muerto en el anfiteatro, luego al enfermo en las clínicas y por último al sano en su práctica comunitaria. Todo como al revés de la vida pero se creía necesario hacerlo así. Algunos han pensado que esto contribuyó en parte a la deshumanización del médico contemporáneo.
En todo caso cuando veíamos las groseras disecciones de medicina legal yo imaginaba un poco la vida real de aquellos heridos por armas de fuego o cortopunzantes, casi todos personajes de la vida criminal de nuestra ciudad o prostitutas. Los cadáveres disecados para observación anatómica desde los tiempos de Leonardo da Vinci y Vesalio han sido frecuentemente ajusticiados o personas de vida oscura. Algunos de mis compañeros se mareaban al ver y oler la grasa sangrante o un colon perforado pero se suponía necesario para curtir al estudiante de medicina. No sé por qué es necesario curtir a un médico pero en mi caso no se consiguió por completo. Años después me especialicé en patología y realicé cientos de autopsias. Ocasionalmente con un órgano en las manos, corazón o cerebro por ejemplo, trataba de imaginar como había sido la vida de ese individuo. Hasta hoy recuerdo detalles personales de algunos casos. Un día medité que eran fantasías un poco macabras que nadie había autorizado. Así comienza la necrofilia, me dije asustado. Pero pensemos un poco en el otro extremo más horrible: no sentir nada cuando se abre un cadáver.
El estudio e investigación de anatomía humana en Alemania contemporánea ha sido intenso y polémico. Sobre todo porque se mezcló con la falsa idea de una raza germánica. Prueba de ello es todo lo que se gastó en fotos y mediciones del rostro y la cabeza durante el III Reich para certificar descendencia aria. Pero hubo voces contrarias a esa seudociencia desde sus inicios. Virchow, padre de la patología moderna, fue médico, político y antropólogo a lo largo de su fructífera vida. Denunció tras detalladas medidas de cráneo la idea falsa de “raza” aria en 1885. Aunque falleció en 1902 Hitler prohibió después la publicación de algunos de sus trabajos.
En 1941 Charlotte Pommer inició sus estudios de posgrado en el célebre Departamento de Anatomía de la Universidad de Berlín, dirigido por el profesor Hermann Stieve. Un día reconoció en las mesas de disección tres amigos suyos que habían pertenecido al grupo de oposición a Hitler llamado la Orquesta Roja y fueron condenados a muerte por los nazis. Ese uso de sus cuerpos la hizo renunciar a su posición académica y fue el único ejemplo de ello en ese campo durante el III Reich. Pommer perteneció después a la resistencia y aunque fue apresada sobrevivió. La mayoría de los cadáveres provenientes de prisiones y campos de concentración sometidos a estudios de anatomía en el instituto de Stieve han sido ya identificados (Clin Anat. 2013 Jan;26(1):3-21). Es interesante que la gran mayoría eran mujeres en edad reproductiva porque se pretendió demostrar, perversa hipótesis machista, que era imposible quedar embarazada tras ser violada investigando detalladamente la ovulación en condiciones de estrés.
Toda esta horrible historia nos hace preguntarnos si está permitido estudiar el cadáver como un pedazo de carne. Por supuesto que no. En todo acto e investigación hay que preservar la empatía humana, virtud fundamental de la medicina clínica o académica. Imaginar quién era el que está en la mesa de disección tiene importancia ética. Hay que sentir algo al abrir un cadáver.