¿Qué se puede aprender de la crisis griega?

¿Qué se puede aprender de la crisis griega?

Grecia espera no caer en sus viejos errores. El nuevo gobierno no tiene derecho a la equivocación. El país merece otra suerte

Por: Francisco Henao
julio 12, 2019
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¿Qué se puede aprender de la crisis griega?
Foto: Aleksandr Zykov - CC BY-SA 2.0

En Atenas, Grecia, el lunes 8 de julio se dio el traspaso de poder de manera amistosa, sin sobresaltos. La feliz imagen, a las puertas del palacio de Gobierno, deja ver a Kyriakos Mitsotakis, presidente entrante, y a Alexis Tsipras, presidente saliente, con sus rostros satisfechos y eufóricos. Se despidieron con un apretón de manos. Kyriakos —sus ojos revelan complacencia— está bajo el dintel de la puerta, Alexis —sus ojos expresan victoria— comienza a descender las escalinatas, ambos con elegantes trajes Ermenegildo Zegna, azulados, el primero luce una bella corbata violeta, el segundo, fiel a su costumbre, avanza sin corbata. Al ver sus caras alguien desprevenido podría concluir: Todo está bien en Grecia.

Dejemos las dos caras sonrientes, antes enemigos, ahora, en la foto, amistosos camaradas, colegas cómplices de algún acto recóndito que ha sucedido entre los dos. Demos paso a un cartelito, si nos permiten colocarlo en la puerta del Palacio Presidencial —a la manera como Lutero clavó sus 95 tesis en 1517— que dijera, ‘cerrado por inventario’, para hablar e intentar comprender estos últimos diez años de una crisis que ha arrasado a toda una nación.

Los mercados imponen su ley. Esto es infalible. Ahora están más tranquilos a causa del fin del gobierno de Syriza. Un partido de izquierda radical, que se convirtió en un hiato breve en la historia de un país dominado por políticas conservadoras, permeabilizadas por la corrupción que han llevado al colapso de la economía y a generar condiciones de vida difíciles. Pero al egoísmo de los mercados eso le da igual, para ellos prima la rentabilidad, allá cada cual se las arregle como mejor pueda. Los mercados financieros solo sacan beneficios económicos de los países, ante las cuestiones sociales ofrecen indiferencia.

Ir contra la UE no sirve de nada. Tsipras llega al poder con un mensaje antiestablishment. Exhibía aires de rebelde, dispuesto a plantar cara a las élites europeas. Grecia, un país pequeño, insignificante, se enfrentaría al gigante, para darle al mundo una lección de dignidad. Despertó el fervor nacionalista que tiene tantos atractivos electorales, como se ha visto en la Hungría de Viktor Orbán, en el crecimiento de la imagen política de Matteo Salvini en Italia, en la Francia lepenista que habla de recuperar una identidad refundida entre los avatares que ha planteado la integración europea. Pero la salida de Syriza por la puerta de atrás, deja ver que desafiar a la UE y los mercados de capital es una lucha vana, es desgastarse inútilmente, como Sísifo a quien tan bellamente la mitología griega hizo como el símbolo del esfuerzo vano, de lo inútil que a veces resultan las acciones de los seres humanos. ¿Sí intentó Syriza, seriamente, cambiar la asfixiante situación, de la cual culpan a la UE y a Alemania? ¿Tsipras se prestó al juego del gato y el ratón con la canciller Angela Merkel?

El populismo ha sido derrotado en Grecia. Claro que los populismos que hoy rigen en tantos lugares son de cortes diferentes. Para empezar, el gran populista conservador, Donald Trump que tiene al mundo en un periquete de sobresaltos. A Tayyip Erdogan que conduce a la economía de su país al colapso. Bolsonaro ganó por la percepción de que toda la élite política de Brasil era corrupta. El camino que tomó Tsipras no podía ser otro que rendir sus armas dado el adversario que tenía enfrente y el estado calamitoso en que encontró la economía. A cambio ganó el aprecio de Bruselas y Washington “por su transformación en un político del establecimiento” (NYT, 9 julio). El populista metamorfoseado en moderado. En Bruselas le abrieron las puertas porque firmó todos los compromisos que le exigieron, a cambio de entregarle las sumas millonarias, que iban a estar cuidadosamente escudriñadas por la Troika de Bruselas. En cambio, Grecia se las cerró por considerarlo un ‘traidor’, al firmar con los acreedores un rescate que traería medidas aún más duras de austeridad, que las impuestas en los dos rescates anteriores. Tsipras objeta que lo hizo “para mantener a los griegos en el euro”. En la izquierda radical griega opinan que hubo “completa sumisión política de los líderes de Syriza al capitalismo”

¿La UE lo doblegó amenazándole con expulsarlo de la eurozona? Wolfgang Schäuble, ministro de Finanzas alemán en 2015, en Der Spiegel, negó esta posibilidad: “Nunca dijimos que Grecia debía irse de la Zona Euro, solo advertimos sobre la posibilidad de que Atenas por sí misma pueda decidir tomarse un tiempo afuera”, aseguró. Schäuble —cumplirá 77 años el próximo septiembre— ha sido considerado el padre de la austeridad, que en esta última década impuso a rajatabla en todas las economías de la UE. Parece que sacó esta política económica —que Schäuble recuerda constantemente— de las enseñanzas de su abuela, que repetía: ‘La benevolencia precede al libertinaje’. Alucinante la expresión —ella pertenecía a la pedagogía del látigo—, sobre todo cuando lo que está en juego es el destino de los pueblos. Tsipras solo tenía una opción, ‘acepte aplicar el ajuste o forzaremos a Grecia a salir de la Zona Euro’. Si Grecia salía, le esperaba una mega devaluación. Tan draconiana o más que la vivida en Argentina con ‘el corralito’ de 2001. Recuperar su antigua moneda, la dracma, tendría unos costos exorbitantes y los salarios de los trabajadores caerían estrepitosamente. Otra consideración, haberse ido del euro no significaba que la deuda —con todas sus arandelas— cesara, y anunciar una cesación de pagos sería paralizar las actividades económicas, ya que llegaría una lluvia de sanciones.

A Grecia no se le puede aplicar el ‘demasiado grande para quebrar’. Es un país con una historia enorme y esclerotizada y el declive de una economía que cae en picado —sus dificultades vienen dadas por el saqueo de sus fondos públicos en los noventa, luego con las obras de los Juegos Olímpicos de 2004, donde hubo obras faraónicas deportivas que hoy están en ruinas y en manos de la vegetación y 9.000 millones de euros que se esfumaron, y en la más alocada idea de invertir en armamento —comprado en Alemania y Francia— por sus temores a ser agredido por Turquía, con quien mantiene un litigio por el gas de Chipre [El viernes 12 de julio 2019, ha llegado a Ankara, Turquía el sistema defensa antimisiles ruso S-400, costo 2.500 millones de dólares. Operación que molesta, y mucho, a la OTAN. El gobierno de Recep Tayyip Erdogan justifica la compra porque Grecia también tiene un sistema defensivo ruso, el S-300, instalado en la isla de Creta desde 1998]. Para Grecia ingresar, en las condiciones que lo hizo, a la UE fue un error magno. ¿Quién lo propició? Creo que los culpables del desbarajuste son la Comisión Europea y la banca. ¿Por qué la gran banca europea soltaba alegremente su dinero, sabiendo que se exponía a un imposible retorno y condenaban a Grecia a la pérdida de autonomía económica nacional? Si Grecia cayera el euro no explotaría, seguiría su vida normal. La salida de Grecia es impensable, sería el mayor disparate. Es un país absolutamente hipotecado. Se pueden mover hasta donde los acreedores digan.

Hoy cuando enterraban a Ross Perot, la prensa lo ha recordado como el hombre que tenía afán por romper los moldes políticos estándar. John Harris, en Político, tituló su obituario: Perot, el padre de Trump. Porque Perot, 25 años antes, mostraba desprecio por la clase política de siempre y decía que el camino a la grandeza nacional era enviar un empresario autocrático a la Casa Blanca. De Ross aprendió Trump, que ganó en 2016 por su desprecio de las élites, de unas élites extractivas, succionadora de los recursos, de apetito insaciable, desconectadas de la gente, y por su famoso mensaje de volver a hacer grande a América, y porque la crisis económica de 2008 le puso el triunfo en bandeja.  El votante viró buscando una opción diferente, un rumbo distinto. Similar proceso vivió Italia con Beppe Grillo y su M5E, los italianos ya no soportaban a su clase política incapaz de escucharlos, de sacarlos de las injusticias y de ese “se han olvidado de nosotros”. Ucrania se inscribe en esa línea del ‘ya basta’ a tanto despropósito de las élites afincadas en sus zonas de confort. Democracia es cambiar de rumbo cuando las cosas no funcionan.

En Grecia esto no se dio. Kyriakos Mitsotakis significa volver a la misma cantaleta, a las mismas andadas, a esas ideas conservadoras que condujeron a resultados muy malos, que exigen otros replanteamientos. Estos conservadores de Nueva Democracia, el partido del señor Mitsotakis, fueron los causantes del falseamiento de las cuentas, que son una de las causas de la ruina del país. Mintieron presentando a la UE un déficit de 3,7%, pero en realidad era de 12,7%. Los cuatro años de Syriza y Tsipras, le enseñan al mundo que a Grecia le falta una democracia robusta, operativa, que no premie los errores. Esto significa que los griegos votan no por convicción sino por desesperación —la peor consejera que hay—, los que votan. Hay otros que se abstienen (42,08%, el 7 de julio), los sectores de los trabajadores y de la juventud desmoralizados por la crisis. La alta abstención hace que la legitimidad de Mitsotakis sea muy precaria. Incluso sacó menos votos a los obtenidos por el partido en 2009 bajo Karamanlis, cuando fue derrotado por el Pasok —que en 2015 desapareció de la escena política y cambio de nombre a Kinal—.

Si la desesperación lleva a decisiones equivocadas, más grave aún es la pérdida de la fe. Francis Fukuyama —volcán de ideas— opina que no hay sistema democrático si la gente no cree en él. Las desigualdades y la pobreza han crecido de manera exponencial desde el estallido de la crisis de la deuda que ha llevado a los ‘descamisados’ a abjurar de cualquier creencia. Sus vidas se reducen a hacer interminables filas en los centros de salud de Atenas con el propósito de que les regalen alguna medicina para aliviar sus dolores. Lo que abunda en la tierra que vio florecer ese portento llamado Platón es la decepción con la calidad de gobiernos que se han sucedido en las últimas décadas. Dónde la corrupción está en el corazón del Estado y es el tema recurrente de las conversaciones. En Alemania —país que no está libre de pecados en Grecia— la pregunta que muchos se hacen, después del triunfo de Mitsotakis, es: ¿volverá el gobierno de Grecia a dilapidar fondos públicos, como antes de la crisis de deuda? Porque el ganador de las elecciones del 7 de julio ofreció “menos impuestos y más inversión”, ahora cómo lo va a lograr si tiene que cumplir con los rigurosos compromisos adquiridos por el rescate financiero.

Hay otra enseñanza de todo este proceso griego que bien vale la pena mirarla. El pez grande se come al chico, es algo que nadie discute, se ve en la realidad de la vida. Alemania impuso la austeridad, que para muchos es un atentado contra las economías de aquellos países con estructuras vulnerables, donde el gasto público se achicó y el nombrado Estado de bienestar ha sido recortado. Mark Leonard, director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, es de los pocos que han dicho una verdad del tamaño de la catedral de Colonia, dijo: “La propia UE ha aprendido de la crisis griega que es ‘necesario tener un acuerdo económico más equilibrado”. Los atropellos de todo tipo han estado a la orden del día. Sobornos multicolores, gama alta, Siemens es acusada de atar contratos públicos con mordidas millonarias, Novartis está acusada de sobornar a médicos y funcionarios para promover sus productos. Obligar a vender activos estatales para pagar los intereses de la deuda, es una canallada. Grecia vendió el puerto el Pireo a los chinos por un valor de $ 368,5 millones de euros. El economista Joseph Stiglitz se oponía a la austeridad, es como volver al siglo XIX, cuando se encarcelaba a los deudores.

Leonard (NYT, 9 julio) no se muerde la lengua: “Grecia fue una importante placa de Petri para la estricta economía alemana, que no ha tenido éxito”. Como en Guernika donde Alemania probó sus bombarderos para ver cómo funcionaban. Qué tristeza que Grecia se hubiera convertido en un laboratorio de experimentos para ver cómo operaban las fórmulas del señor Schäuble, cuya abuela había perdido los sentimientos de compasión y el respeto de la dignidad humana —en Letonia la mitad de la población tuvo que irse al extranjero a causa de la cura de austeridad impuesta al país—. Y que los políticos griegos tengan la caradura y el cinismo de sonreír y celebrar sus triunfos electorales con cenas heliogabálicas cuando han conducido a su pueblo al dolor y la amargura de saber que les han robado su futuro. La impiedad es la moneda de los pusilánimes.

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