Nadie duda de que la reactivación del campo colombiano es la ruta a seguir si se quieren resolver grandes problemas actuales del país. Por su potencial, dadas las perspectivas mundiales de mayor demanda de alimentos; por el hecho de tener tierra y agua, Colombia ofrece todas las posibilidades de responder exitosamente al reto de alimentar la creciente población mundial. Además, si alguna deuda es inmensa y además su pago no se puede seguir postergando, es precisamente aquella originada en la profunda brecha que existe entre el campo y la ciudad. Por consiguiente, es obvio que llegó la hora del campo en Colombia, y por ello no ha sido una casualidad que la reforma rural sea el primer punto del Acuerdo Final entre el gobierno y las Farc.
Sin embargo, las amenaza que existe actualmente para que este propósito quede en el olvido son inmensas. La primera es que las propuestas en curso son más una larga lista de mercado que es absolutamente imposible de cumplir y que exige lo más complejo y es un real entendimiento de los intereses que se esconden detrás de las posibilidades de cambio. Esta forma de abordar la situación rural impide entender lo que se ha vuelto a destapar en este inicio de posconflicto: las razones por las cuales este país, lleno de gente inteligente, no logra cambiar las raíces de su profunda desigualdad e injusticia y ahora de su lento crecimiento económico.
La segunda amenaza es la falta de claridad del gobierno que tiene dos agendas que pueden resultan conflictivas por falta de decisión: por un lado, el objetivo de la Misión para la Transformación del Campo, que es el impulso a la agricultura del pequeño productor con reglas claras para los grandes, y la otra, que son los beneficios para los grandes dejando marginados a quienes más lo necesitan, los campesinos colombianos. No es posible dejar contento a todos en este país cuando es en el sector rural donde se evidencian esos poderes que frenan su modernización. Se trata del feudalismo y del egoísmo que impera entre quienes se benefician de la tierra rural del país.
La tercera amenaza es precisamente el feudalismo y su poder político que impiden que la tierra rural, con un nivel de concentración vergonzoso, se distribuya de manera justa y como pre requisito para impulsar el agro. Todavía en esta Colombia del siglo XXI, los dueños de la tierra, los ganaderos que la acaparan más para especular que para producir, han levantado sus voces para volver a hacer otra contrarreforma agraria, y el país urbano calla sin entender las consecuencias de este acaparamiento de tierras inexplotadas adecuadamente. Y el Gobierno teme enfrentarlos.
Los dueños de la tierra, los ganaderos que la acaparan
más para especular que para producir,
han levantado sus voces para volver a hacer otra contrarreforma agraria
La cuarta es la oposición a los ingresos públicos que se lograrían con el Catastro Multipropósito que no dejaron avanzar los políticos feudales y terratenientes que tenemos y esos gremios que los representan. Sin recursos estatales es imposible avanzar y hacer las transformaciones que se requieren y que todos conocemos y que son parte de las listas de mercado de quienes creen tener la solución.
Mientras no se reconozcan estas grandes barreras, estas amenazas reales, todos los debates y programas para la dinamización del sector rural colombiano, serán inútiles. Pero la peor de todas las limitaciones está en la contradicción de los líderes colombianos que claman que la economía se recupere, pero al mismo tiempo no dejan tocar la tierra que está en sus manos, muchas veces de manera ilícita, y tampoco quieren pagar los impuestos que muchos, como individuos ricos, llevan siglos evadiendo.
Y los candidatos presidenciales, muertos del miedo de que no los elijan, se limitan a las generalidades para no perder votos, sobre todo de quienes sigan mandando en este país, que además son los financiadores de muchas de las campañas políticas. Hablar claro, destapar hasta el cansancio los intereses mezquines de quienes piden cambios, pero no están dispuestos a ceder nada, es el principio para lograr iniciar la agenda de cambio de este país en general y del sector rural en particular. Lo demás son especulaciones inútiles.
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