Carlos Vargas es un tesoro nacional. No estoy exagerando. Cuando él empezó a hacer su reporteria, a finales de los años noventa, cuando era pecado ser gay, cuando le pegaban tiros a la gente por ser maricas, Carlos sacudía el polvo con su indolencia, su frescura. Era una criatura del futuro que había venido a un país pacato, decadente, asesino. Y Carlos es tan valiente que nunca ha contado lo que ha sufrido, el matoneo recibido sólo por ser como es y no ocultarlo jamás.
A sus 40 años florece y desde la Red sigue siendo tan disruptivo, tan rompedor. Y él, coqueto y confiado, como cualquier famoso, ha decidido hablar con sus fans por redes, sobre todo con los más bonitos, con los que les gusta a él, y ha recibido el desprecio frío de cobrarle por ver una cita, por intercambiar conversaciones con él, ¿qué demonios se han creído estos imbéciles?
Esto fue lo que dijo en su desahogo a través de redes sociales: “Esto que les voy a contar lo hago para desahogarme y estoy seguro que es más concurrido de lo habitual. Yo le coqueteo a manes de frente por redes y me ven como su “PSE”.
¿Qué se creen estos mantenidos? Nadie podrá marranear jamás al gran Carlos Vargas.