Hace algunos días se dio a conocer un documento del Pacto Histórico con algunas consideraciones sobre los principios que deberían guiar la ciencia en Colombia. De este documento ha surgido un interesante debate.
Comparto muchos de los planteamientos del Pacto Histórico sobre el sentido de la ciencia: una ciencia en función de la vida y no en función del mercado. Una ciencia guiada por el principio de la cooperación sobre el de la competencia. ¿Para qué el conocimiento, la tecnología y la innovación? para vivir bien ¿con quiénes? con todos los sectores de la sociedad y en especial con los sectores históricamente excluidos.
Aplaudo también que este documento haya abierto un diálogo público profundamente necesario sobre el papel del conocimiento en la sociedad.
Sin embargo, siento que al debate le ha hecho falta hacer un reconocimiento al trabajo científico que con mucho esfuerzo ya vienen haciendo mujeres y hombres en Colombia. Trabajo que han hecho a pesar de los límites económicos y tecnológicos, en contra corriente de las mismas políticas estatales y de las dificultades de la guerra. Y estos trabajos merecen reconocimiento en todos los campos: la ingeniería, la medicina y la salud pública, las ciencias sociales, económicas y políticas, las ciencias naturales, la física, la química, las matemáticas, la arquitectura y la investigación en las artes, etc.
Creo que un gran problema que tenemos es que no conocemos nuestra propia ciencia, el primer reto está en conocer y reconocer que hacer ciencia en nuestro país es un arte.
A partir de este reconocimiento hay tres desafíos en el debate que quiero abordar brevemente: primero, el lugar del conocimiento tradicional en la ciencia; segundo, la relación entre el sistema político y social con la producción de conocimiento. Tercero y último, las posibilidades de la ciencia de contribuir al bienestar.
El papel del conocimiento tradicional ha sido uno de los temas que ha avivado el debate. Vale destacar que el diálogo entre el conocimiento tradicional y académico para hacer ciencia en Colombia ha tenido como resultado reciente dos premios Alejandro Ángel Escobar: "Paraiba" y "Sal de vida", de los que hay que destacar no sólo su profundo rigor sino también su belleza para descubrir los secretos de la ecología del Paraiba del Amazonas y la sal vegetal.
En el ámbito global no se puede desconocer que en 2015 el premio nobel de medicina lo recibió la investigadora Youyou Tu, en el diálogo entre la medicina tradicional China y la occidental para tratar la malaria.
Vale decir también que existen plataformas globales como IPBES y LICCI que analizan la biodiversidad y el Cambio Climático con el gran aporte del conocimiento local. A ello se debe sumar que los estudios de Luisa Maffi han logrado demostrar que globalmente las regiones donde hay mayor diversidad de lenguas indígenas son también aquellas regiones donde los ecosistemas están mejor conservados y cuentan con mayor biodiversidad. Sin duda los pueblos originarios tienen conocimientos forjados a través de la historia que les ha permitido manejar mejor la tierra y la naturaleza que muchos gobiernos e instituciones. Ese conocimiento es ciencia.
Entonces sobre el conocimiento tradicional es necesario dejar a un lado los prejuicios, y hacer una revisión juiciosa de su trayectoria en la ciencia de nuestro país y el mundo. Cada vez más se reconoce que el conocimiento tradicional basado en la experiencia en contexto, en la observación cotidiana y en el ensayo, el error y la prueba para la solución de problemas para vivir, tiene mucho que dialogar con el conocimiento académico. No son campos de conocimiento contradictorios ni incompatibles, son formas de conocimiento complementarias y, por supuesto, cada una tiene sus límites. Aunque los métodos no son exactamente los mismos sí tienen una base común, un objetivo fundamentado en la curiosidad humana: el deseo de conocer; y una forma de lograrlo: la experiencia y la reflexión sobre ella.
Sin embargo, el desconocimiento de los aportes de comunidades tradicionales se sustentan en las relaciones históricas de poder y exclusión, la ciencia no es ajena a la sociedad que la produce.
Concuerdo en que los desafíos de la ciencia están relacionados con el sistema político, económico e ideológico en el que se ancla, que define qué se investiga, su método y cómo se aplica. Pero pienso que el camino para superar las presiones del sistema político y económico sobre la ciencia no consiste en crear zanjas y dualismos. No se trata de oponer las ciencias según sus métodos experimentales o interpretativas, ni de segmentar la ciencia colonialista de la decolonial: la hegemónica de la no hegemónica.
Por poner tan sólo un ejemplo, se habla de la importancia de la descolonización del conocimiento, pero hay que reconocer que el sistema colonial produjo una de las empresas científicas más maravillosas: la Expedición Botánica, que aportó al conocimiento de la geografía, la agricultura, la diversidad biológica y cultural, la astronomía, además de su gran aporte a las artes. Se basó en el conocimiento de herbolarios locales, las tinturas indígenas y las ilustraciones de nativos, mestizos y negros. Y fue allí en el observatorio astronómico de la Expedición Botánica donde se planeó la independencia. ¿Hasta donde fue colonial o decolonial?
Sin negar la importancia teórica en la ciencias sociales, considero que las dualidades entre lo colonial y lo decolonial, lo hegemónico y lo subalterno sobresimplifican las distintas rutas por las que se produce conocimiento y se dinamiza la sociedad. Entonces, así cómo la paz, creo que el llamado a la ciencia no es la creación de bloques de oposiciones sino abrir principios y canales de diálogo entre distintos sectores de la sociedad.
El principio andinoamazónico del conocimiento se basa en la integración de los opuestos complementarios, creo que esta perspectiva de los pueblos indígenas bien puede ser una aporte a nuestras políticas públicas.
En este sentido la ciencia en Colombia tampoco se puede construir en oposición a lo que llaman ciencia hegemónica. Hay que reconocer que nunca antes en la historia de la humanidad habíamos hecho un seguimiento global a una pandemia. Esa ciencia, hegemónica si así lo quieren, lideró los protocolos de prevención y desarrolló las vacunas contra el Coronavirus que han salvado a millones de personas.
El problema no es el conocimiento de la fórmula E=mc², el problema es que el sistema político la usó para la guerra y la convirtió en bomba atómica.
La pregunta es ¿cómo dirigir los conocimientos hacia el bienestar social?
La película Don't Look Up ilustra bien el panorama complejo de las dificultades de la ciencia por generar transformaciones sociales. Muestra cómo científicos hacen un llamado a sistemas políticos para detener la destrucción del planeta, y a pesar de los esfuerzos, de la evidencia y el conocimiento, prima el poder del mercado sobre la vida.
Hoy innumerables grupos científicos de distintas latitudes, hacen un llamado a la humanidad sobre los efectos del Cambio Climático, creo que el desafío no es separar y oponer las formas de hacer ciencia, sino buscar todas las alternativas posibles para que el conocimiento logre permear la economía, los sistemas políticos y sociales, logre involucrar nuestros sentimientos y prácticas para transformar la manera como habitamos este mundo.
Pero sin duda la ciencia en Colombia requiere mayor pluralismo. Ha habido una histórica falta de valoración de los conocimientos milenarios de los pueblos indígenas, negros, campesinos, quienes no son sólo quienes mejor conocen la geografía y la biodiversidad del país, sino que además han desarrollado estrategias organizativas, tecnológicas, agrícolas, económicas, culturales y de salud física y psicológica para vivir... en muchos casos en medio de la guerra. Reconocer estos conocimientos no significa negar la labor que hacen los investigadores de las universidades, las instituciones de ciencia y tecnología, los laboratorios que aportan desde las distintas disciplinas y formas de conocimiento en Colombia. Lo que deberíamos hacer es forjar estrategias y principios para que haya aporte y reconocimiento mutuo.
Sí, una ciencia plural en Colombia debería darse a conocer en las mejores publicaciones internacionales, pero no sólo allí, también debería divulgarse en formatos legibles para la primera infancia en las escuelas rurales, en formatos que permitan alimentar nuestro sistema educativo, que apasionen a la juventud por el conocimiento, una ciencia que se construya y se divulgue con las poblaciones rurales y urbanas en respuesta a los problemas del país. Una ciencia que no esté separada de la educación básica y media, una ciencia que se vincule con el arte, porque el conocimiento debe conmover, y permear los sentimientos de la sociedad y nuestra identidad. Necesitamos una ciencia que contribuya en la toma de decisiones políticas.
La democratización de la ciencia en su producción, aplicación y divulgación, así como los desarrollos de la innovación, la tecnología y la recuperación de conocimientos olvidados, debe servir ante todo para resolver los problemas fundamentales que tenemos y reencontrarnos como sociedad. Concuerdo, requerimos una ciencia plural, al servicio de la vida, del bienestar humano y de la naturaleza, para vivir sabroso y en paz.