Una característica de los análisis electorales ha sido el buscar describir los resultados según un patrón de ‘partidos’ o de los dirigentes de los mismos; y otra, la de tratar de amarrarlos a predicciones sobre las futuras elecciones presidenciales.
Esta forma de estudio sobre lo sucedido responde más a una especie de tendencia a mirarnos solo el ombligo y solo lo coyuntural, sin tener en cuenta lo que correspondería a una visión más acorde con la ciencia política y las realidades sociológicas y de economía política que explicarían con más profundidad lo que es parte de un proceso histórico —incluso un hito— que puede estar marcando un gran cambio para el futuro.
Algo nos puede enseñar Chile, ya que trabajamos con el mismo modelo teórico —neoliberal— y copiando sus instituciones; no solo hemos seguido las mismas orientaciones y recetas de los mismos que se las dieron a ellos, sino hemos copiado los instrumentos que en Chile utilizaron para desarrollarlas.
No por casualidad casi todos los analistas mencionan el paralelo con ese país que nos servía de guía por sus resultados económicos, pero que resultó ser una bomba de protesta ciudadana.
Hemos ido detrás de un modelo de desarrollo cuyos resultados mostraban un sistema bien estructurado en lo económico pero que no necesariamente lo fue en lo social; mostraron que para la población no basta el crecimiento económico, y que no se puede ocultar o disimular indefinidamente el malestar social por la vía de la represión y de la manipulación de la información.
Basta comparar los problemas de allá con lo que tenemos acá. Con la circunstancia de que estamos peor en lo social y mal estructurados en lo económico.
Se precia el Gobierno de que tenemos un crecimiento mayor que el promedio de América Latina, lo cual es lo que fundamentalmente se le reconocía al modelo chileno.
Y, como allá, se despliega en los medios y se sataniza por parte de las autoridades los ‘actos vandálicos’ en las manifestaciones, omitiendo o minimizando lo que esas manifestaciones expresan, en cuanto a lo que acompaña y se cuestiona de ese crecimiento.
Allá están escandalizados y motivados porque están en el puesto 19
de los más desiguales del mundo.
Nosotros estamos en el puesto 4, el peor de Latinoamérica
Allá están escandalizados y motivados porque están en el puesto 19 de los más desiguales del mundo. Nosotros estamos en el puesto 4 —el peor de Latinoamérica— y de acuerdo con el indicador Gini que mide esa desigualdad nuestra tendencia reciente es creciente.
Allá la protesta es de la clase media que creció en número pero a la cual le surgieron nuevas demandas que al no ser satisfechas han producido la situación que se vive. Aquí la proporción que ha pasado a la clase media no es tan grande (lo cual significa que aquí la población pobre es proporcionalmente mayor) pero la respuesta a esas nuevas necesidades es aún más deficiente. Tenemos el desempleo más grande de América Latina.
Allá la salud es universal pero protestan porque no es el Estado quien responde y para las empresas privadas no sería negocio si cumplieran con lo que espera la población. Aquí se declaró la cobertura universal copiando el sistema de allá, pero los recursos son mucho más insuficientes y el sistema no funciona. La EPS más importante y la que mejor funcionaba (Saludcoop que manejaba casi el 40 % del sistema) fue desmantelada sin verdadero fundamento, lo que hace que aún están pendientes los reclamos contra el Estado; después de la intervención y administración del Estado son varios billones (¿6?, ¿7?) de pesos las pérdidas, y todos los intentos de entregar a otros privados han sido fracaso tras fracaso ( los más recientes —probablemente no los últimos— Saludvida, Emdisalud, Cruz Blanca y Comfacor).
Allá el sistema de pensiones cubre a toda la población y la queja es porque el seguro social del Estado (el equivalente de Colpensiones aquí) reconoce sumas menores al salario mínimo. Aquí solo el 23 % de la población está cubierta, y las pensiones privadas nunca pagan el 75 % del último salario que se supone garantizaban; se sabe que lo que llaman la ‘bomba pensional’ hará explotar las finanzas del Estado, pero a pesar de eso no se enfrenta el problema sino se difiere y difiere su solución (por enésima vez la ministra del Trabajo informa que tampoco se presentará un proyecto de ley este año).
Allá la protesta se inició por el alza de las tarifas del metro; aquí ni siquiera tenemos metro (y para qué mencionar los problemas del transporte público).
Fácil es escribir historia y aún más dar explicaciones a posteriori. Sin embargo, el consenso que aparece hoy alrededor del fenómeno chileno no es que no hubiera sido estudiado.
El debate sobre el ‘modelo neoliberal’ ya había sido superado por la respuesta que dieron sus resultados: en todas partes donde se aplicó —incluyendo los países desarrollados donde si había suficientes bienes y servicios para toda la población y la función del Mercado era solo mejorarlos— crearon insatisfacción (como lo probaron las manifestaciones de los ‘indignados’ (Madrid, Paris, Seattle, etc.); en los países en desarrollo se agravaron todos los índices de inequidad y de marginalización, puesto que la libre competencia crea ganadores y perdedores pero no dice qué pasa con estos últimos. Los mismos promotores-defensores como el Fondo Monetario Internacional, el Economist, etc. reconocen su fracaso.
Chile había sido el modelo piloto que mostró y mostraba las bondades de las teorías de Friedman, de la gestión de los Chicago Boys, de las recetas del Consenso de Washington, de las políticas de ajuste y de privatizaciones, etc. Era el último bastión de defensa del modelo por la situación que presentaba ante el exterior (crecimiento de la clase media, el ingreso per cápita, la aceptación por el OCDE, las tasas del PIB, etc.; lo mismo que aquí). Pero no se sentía así desde el interior, donde les preocupaban más la dificultad para pagar a los bancos, las tarifas de los servicios públicos, los costos del mercado (este con minúsculas), la situación de los ancianos de la familia, etc.
Los paros del 2007 y las revueltas estudiantiles del 2011, la protesta de los pueblos indígenas mapuches, las respuestas vía represión, etc. mostraban esa otra cara de la moneda.
El manejo de los medios concentraba la atención en ‘los actos vandálicos’ en las manifestaciones y se minimizó lo que pueden significar las protestas como expresión ciudadana. La consecuente respuesta tanto allá como aquí ha sido la represión con el uso de la fuerza pública (aquí el Esmad) lo que equivale a echarle gasolina al fuego.
Más que pensar en Uribe o Petro, en Fajardo o Vargas Lleras, en sí la estrella del futuro será Char, Quintero o Claudia López es indispensable reconocer lo mal que estamos, y el porqué de ello. Y puesto que nuestra comparación es con Chile, esperar que el gobierno sepa manejar el paro del 21 para no pase aquí lo mismo que allá.