La primera respuesta, que llega a esta pregunta, es casi invariable: “No pierdo nada, más bien gano todo”. Y siguen: “Qué pregunta tan absurda. ¿Qué voy a perder? ¡Pues nada!”. Sin embargo, el ser humano no es tan sencillo. La psicología puede tener sus caminos ocultos, sus vericuetos, y la mente no quiere ser descubierta en sus tretas. Veamos algunos ejemplos de la vida real, del ejercicio médico.
“Si me curo de la tendinitis en la mano, tendré que volver a digitar en el computador todo el día y perderé la reubicación laboral en este trabajo que me gusta más”. “Si curo de mi lumbago, perderé la ayuda que los demás me dan, en tareas que no me gustan, levantando peso, moviendo muebles, arreglando cosas en el hogar. Prefiero ver mis partidos de fútbol”. “Si curo mi diabetes, puedo desmandarme en el comer y pierdo la autoconsciencia en el cuidado alimenticio, corporal”. Recordemos, esto no es siempre un acto consciente (a veces lo es), casi siempre es el subconsciente tratando de no perder la ganancia que da la enfermedad.
La enfermedad da “privilegios” en la vida. Menos responsabilidades: “Por mi dolor no puedo trabajar sino medio tiempo, la familia debe proveer dinero, no solo yo”. Evadir actividades, reuniones, informes: “No tuve tiempo pues tenía una gastritis (o una migraña) que no me dejó hacer nada”.
También mente y emociones juegan con el amor, el supuesto amor. “Si me curo de la fibromialgia, mi pareja puede dejarme, ya no sentirá que la necesito”. “Si sano de mi depresión, los demás se alejarán de mí”. Pierde una compasión mal entendida.
La enfermedad crea vínculos emocionales patológicos,
allí donde la ganancia del uno es la pérdida del otro
En resumen, los demás asumen tareas por nosotros. Tareas que debiéramos realizar y donde la enfermedad nos provee la mejor excusa para no hacerlo. La enfermedad crea vínculos emocionales patológicos, allí donde la ganancia del uno es la pérdida del otro. Quien no está enfermo pierde individualidad, independencia, libertad. Se deja arrastrar a ello, cuando debiera poner límites.
Difícil reconocer que en el inconsciente, es mejor mantener la enfermedad para mantener estas ganancias. Difícil aceptar que para nosotros representan más bienestar, que las molestias de la enfermedad misma. Difícil asumir que la enfermedad trae beneficios personales, familiares y sociales. Difícil para la mente racional, materialista, reconocer que emociones y pensamientos influyen en el cuerpo, haciéndolo propicio a enfermar.
Es más fácil decir “estoy cansado, cansada, tengo dolor de cabeza”,
que “en este momento no tengo ganas de hacer el amor”
Social y psicológicamente a veces es más fácil excusarse detrás de una enfermedad que tener el coraje de decir: “No, no quiero”. En otro ejemplo muy sencillo, es más fácil decir tengo gripa, que decir no estoy preparado para dicha reunión o para el examen o para el encuentro. Jocosamente en serio, es más fácil decir “estoy cansado, cansada, tengo dolor de cabeza”, que “en este momento no tengo ganas de hacer el amor”. La enfermedad se impone, para protegernos. Eso creemos.
Perdemos un beneficio, para ganar otro. ¿Cuál es mayor para nosotros, para nuestra psicología, para nuestros valores, para nuestros deseos, para nuestras necesidades?
Una forma de encontrar el “qué pierdo”, es hacer la siguiente pregunta: ¿Qué no puedo hacer por culpa de mi enfermedad? Si encuentras la respuesta, esa es la ganancia (por más extraño que parezca) que se pierde al curar la enfermedad. Recuerden, psicológicamente es una paradoja, no hay lógica.
La pregunta ¿qué pierdo?, no puede hacerse a la mente racional, a la mente cotidiana, tiene que hacerse a lo profundo del corazón.
Hipócrates decía: “Primero pregúntale a tu paciente si se quiere curar, luego has tu trabajo de médico”.
Publicada originalmente el 4 de noviembre de 2017