Qué pereza los expresidentes, excepto Belisario
Opinión

Qué pereza los expresidentes, excepto Belisario

Los expresidentes pusieron su aporte, en mayor o menor grado, en armar el nudo de la polarización en el que nos encontramos

Por:
abril 16, 2018
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Los expresidentes colombianos, como ocurre en las democracias maduras, deberían abstenerse de participar en política. Sea en regímenes presidenciales como el de Estados Unidos o en democracias parlamentarias como la alemana, no se les ve a los ex matoneando ni dirigiendo partidos ni eligiendo quiénes son los candidatos. No vemos a Obama respondiendo trino a trino del bárbaro de Trump ni es posible imaginarse a Ángela Merkel, en unos años, babeante, amenazar a algún periodista.

A Rusia no se la puede incluir en el muestrario de las democracias ejemplares: Putin gobernó, puso a una marioneta, Medvédev, que cumplió su período, y sigue hoy gobernando y acaba de ser re-reelecto.

Los egos de los ex criollos no les permiten concebir a Colombia sin ellos y estando metidos de lleno en la política se han mostrado incapaces, finalmente, de orientar al país hacia la modernidad en un contexto de respeto y convivencia.

Los colombianos no pudimos culminar 50 años de conflicto y encarrilarnos en la vía de la paz. No solo han sido factores como la incapacidad de incorporar realmente a los exguerrilleros de las Farc a la vida social, económica y política cumpliéndoles lo pactado; ni tampoco la participación de Santrich en el narcotráfico, estupidez inmensa; ni los negocios alrededor de los recursos para proyectos del llamado posconflicto alrededor de los que un pariente de un alto mando de las Farc aparece como articulador de coimas. El gobierno ha sido incapaz de poner en marcha los proyectos productivos prometidos porque no ha adquirido la tierra. (Para mayor desolación, si gana quien parecería, no moverá un dedo en tal sentido. Al contrario).}

Los expresidentes pusieron su aporte, en mayor o menor grado, en armar el nudo de la polarización en el que nos encontramos y que, probablemente, se resuelva en un gobierno que busque reeditar la cárcel para el pequeño consumidor de marihuana y promueva acabar con molestas cortes, así como pasar la cuenta de cobro a los periodistas mal portados y, desde luego, acabar con el maltrecho proceso de paz. Por acción u omisión, los expresidentes, en conjunto, son responsables de primer orden.

 

 

La polarización probablemente se resuelva en un gobierno
que busque reeditar la cárcel para el pequeño consumidor de marihuana
promueva acabar con molestas cortes y acabar el maltrecho proceso de paz

 

 

Un expresidente conservador que intentó hacer la paz hace 20 años, de buena fe, y que no tuvo el valor y la inteligencia de apoyar un proceso que evitó los errores del pasado y que se alió a otro ex a quien acusaba, antes, de soporte al paramilitarismo y de impulsador de malas prácticas con billete para el campo. No es que contara con grandes bases políticas; sin embargo, hubiera podido contribuir a inclinar la balanza hacia la paz. Un peso pequeño podría haber hecho la diferencia. Y la hizo, en contra. Los analistas de dentro y de fuera se devanan los sesos tratando de encontrar alguna consistencia alrededor de ese fatal tiro en el pie de Colombia.

De Él, ni hablemos por suficiente ilustración. Líder indiscutible, exitoso promotor de la polarización y la intimidación, hasta ahora invulnerable, aunque no lo hayan sido algunos de sus más cercanos alfiles, fugados o recluidos. Línea Putin - Medvédev.

En cuanto al expresidente que promovió la apertura, que jugó un rol de primera línea en la reelección de Santos y, por lo tanto, en el apoyo a etapas cruciales del proceso de paz, condujo a Humberto de la Calle a la candidatura y, sin embargo, entrega un Partido Liberal dividido y debilitado. Y al, probablemente mejor candidato de todos, De la Calle, despotenciado y solo, sin posibilidades de clasificar a segunda vuelta.

Finalmente, el ex de Colombia y Unasur, aunque partidario de la paz, no puede evitar lo que Claudia López, abanderada de la lucha anticorrupción, manifestó para explicar su rechazo a una invitación sobre Unión para la Paz, una iniciativa que buscaba articular esfuerzos de apoyo al proceso: que no quería ser asociada con el expresidente porque su nombre seguía relacionado con el 8.000 (la silla vacía).

Solo se salva Belisario Betancur que, sabiamente, se retiró de la política y se dedicó a fundaciones de responsabilidad social y a la promoción de las letras.

Así las cosas, podría buscarse una reforma constitucional, un simple articulito, que prohíba a los expresidentes inmiscuirse en procesos electorales y les obligue a dedicarse a otros menesteres.

 

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