El dilema de Colombia no es cómo encontrar alternativas a Petro, como parecen creer quienes ven amenazados sus privilegios o su poder, y quienes temen que un gran cambio vendría con un posible gobierno suyo.
Dentro de un panorama de blanco o negro, ven todavía una supuesta confrontación entre la ‘democracia’ y el ‘comunismo’; la primera representando el bien y el segundo el mal.
O, dentro de un análisis más avanzado, entre el modelo idealizado de un gobierno que gracias a unos mecanismos bien desarrollados (elecciones, pesos y contrapesos, etc.) aporta bienestar y libertad a los ciudadanos, y el otro un sistema que, acudiendo solo a la represión y bajo la forma de una tiranía, acaba funcionando para beneficio de una burocracia corrupta y malévola.
La diferencia que ven entre las dos opciones sería sobre todo que la una ofrece posibilidades de éxito mientras la otra habría sido ya un fracaso.
Por eso se muestra a Petro como quien podría llevar a Colombia a la situación que vive Venezuela.
Pero tratemos de situarnos en la realidad:
Hoy los regímenes ‘democráticos’ no aparecen mejor que los que tomaron el camino del socialismo. En ambos hay toda una gama de modelos que van desde los que se muestran como los más exitosos hasta los que han llevado a los países a los peores momentos de su historia.
Es por tanto un error creer que depende de un modelo político el buen o mal futuro de nuestra Nación.
Y por eso doblemente errado y además falaz es el argumento de escoger como perspectiva y amenaza el que con Petro nos pueda suceder como a Venezuela.
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Doblemente errado y además falaz es el argumento de escoger como perspectiva y amenaza el que con Petro nos pueda suceder como a Venezuela
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La triste realidad es que por mal que nos vaya -y esto aplica a cualquier candidato y no solo a Petro- un deterioro tan dramático como el de nuestro vecino no es posible porque el nivel tan bajo en el cual ya estamos no permite pensar que quede espacio para una caída tan grande.
En lo político la sola presencia de cerca de 50 ‘candidatos presidenciales’; la práctica desaparición de los partidos (-o su funcionamiento como agencias electorales nada más-); o el sistema de cerca de 10 Reformas Constitucionales por año; o la supervivencia de una ausencia de gobierno como el actual; o la incapacidad para sacar adelante las que son reconocidas como reformas urgentes; éstas y tantas otras características son prueba de que el nuestro es un modelo totalmente inoperante (por no decir inexistente)
¿Y qué decir de nuestra condición de ‘líderes’ en materia de desigualdad, o de pobreza, o de desempleo? Cuando simultáneamente se habla de crecimientos económicos destacados, no se entiende que la contradicción lo que prueba es que el modelo de Estado nada maneja en función de la gente o nada le interesa la situación de la población.
No es Petro el peligro porque no es mucho lo qué hay por dañar; más es el peligro de que por tratar de detenerlo nos comprometamos a mantener lo que existe.