Cada día, y con nombres propios, se hace más evidente que algo extraño sucede con el manejo del poder en Colombia. Lo que acaba de salir a la luz sobre el exgobernador de Cundinamarca, se une a esa ya larga lista de personas que han tenido oportunidades como pocos y que en vez de trabajar por la gente que lo necesita y que está bajo su jurisdicción, se dedican a crear su fortuna personal. Se dirá que esto sucede en todas partes del mundo, lo cual es cierto, pero la frecuencia de estos casos y el descaro de estos delincuentes de cuello blanco, sí hacen de nuestro país un caso negativamente destacable.
Surge entonces la hipótesis sobre la errada percepción del poder especialmente en el ámbito de lo político. Un poder omnímodo, es decir sin límites, parecería ser la idea que predomina entre quienes llegan a esas posiciones. La respuesta de la esposa del exgobernador Álvaro Cruz, da una luz adicional. Según sus palabras ante la poca efectividad de sus sobornos para evadir la justicia, se siente maltratada y afirma como si realmente hubiese una diferencia, "que ellos no son narcotraficantes," palabras más, palabras menos: es decir, solo los narcos cometen delitos y los demás son santos así se pasen la justicia por la faja. A esta visión tan peligrosa se suma la herencia eso sí de la narcocultura, que justifica toda acción en aras de ser rico rápido.
Para aquellos que estudian el comportamiento humano se abre un espacio de análisis muy importante. Como Colombia y el resto de América Latina son sociedades tan estratificadas, donde la cúpula en términos de ingresos y por ende de poder, es tan pequeña y cerrada, quienes logran colarse o inclusive quienes sin esfuerzo siguen disfrutando de esos privilegios, se sienten por encima de las normas y actúan en consecuencia. Y como el dinero fácil cambió muchos de nuestros valores, se produce una mezcla que termina por hacerles creer a muchos que dado el nivel alcanzado, son realmente intocables.
La corrupción nos ha desbordado y como asegura Elizabeth Ungar, la corrupción política es la madre de todas las corrupciones. La oportunidad de este debate es innegable porque lo que ya se vislumbra como resultado de las elecciones del próximo 25 de octubre, cuando se elegirán mandatarios locales, es que ese poder político local tendrá una sobrerrepresentación de personas con antecedentes, familiares y amigos de dudosa ortografía.
Para que no se acepte como normal que funcionarios públicos terminen en la cárcel, con todo lo que esto significa para una sociedad que aspira algún día poder vivir en paz, es fundamental no solo que la justicia funciones como parece ser en el caso de Cruz, sino que se logre entender la causa de esta sensación del poder sin límites.
Siempre se ha pensado que somos los colombianos muy permisivos y que esta mala actitud es la que podría explicar muchos de nuestros males. Basta con recordar cómo se presentó en sociedad el narcotráfico y como en algunas regiones del país, sus fiestas eran apetecidas por muchos. Pero la verdad es que llegó la hora de acabar con todas aquellas muestras de que el poder es la ventana para todo. Inclusive para pagar supuestas penas en lugares cómodos, con whiskey, asados y manicuristas mientras el común de los presos lo hacen en condiciones infrahumanas.
Qué pasa con el poder en Colombia es entonces un tema que necesita mucha reflexión. O no hay controles de entrada y por ello se llena de pícaros o cuando se alcanzan esas altas posiciones, la sociedad los convierte en superiores, por encima de cualquier límite.
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