Antonio Navarro, declarado en su momento como mejor alcalde del país, dijo, a propósito de la última idea de Petro del viernes pasado: “No luce necesaria una nueva Asamblea Nacional Constituyente en estos momentos”. Humberto de la Calle, otro constituyente notable del 91, publicó en X: “El argumento es débil. Si fuese cierto, no es la Constitución la que hay que cambiar sino la forma de gobernar.”
Y las redes, tan de buena memoria, recuerdan el compromiso cívico asumido por el actual presidente cuando era candidato en el 2018, de la mano de Mockus, en mandamientos escritos al estilo de la tabla de Moisés: “No convocaré a una asamblea constituyente” al lado de otro, también significativo: “Nombraré a las/los más capaces”.
Con todos sus líos, Colombia es una democracia que va para dos siglos. Una de las mas antiguas del mundo, sin par en Iberoamérica. Un país que, con muy contadas excepciones, ha sido gobernado por civiles que han asumido sus cargos presidenciales a partir de procesos electorales. Sí: dosis de corrupción, clientelismo, narcotráfico, inequidades, violencia en territorios olvidados por el estado, altos índices de abstención, han estado presentes en la vida de los colombianos vivos, los mayores en edad y de los más jóvenes.
Aún así, vivimos en una república de innegables logros en su historia.
El debate podría darse entre dos posturas: la primera, la de los términos absolutos: “Sí hay democracia” vs “No hay democracia”. O la segunda: “Hay una democracia que puede mejorarse y enrutarse hacia un país más justo”. La primera implica, para quienes no creen que la democracia colombiana sea rescatable, “patear el tablero”, no reconocer los avances que en la materia ha tenido Colombia y, por ende, “refundar la patria”. En el caso de la segunda, la única opción es la de fortalecer la democracia, buscar consensos, integrar sectores olvidados, defenderla.
No son argumentos menores: tremendos logros de la democracia colombiana son la Constitución de 1991 y hechos como la elección del actual presidente de la República. El primero, por lo que significa como apertura política y social, los mecanismos de participación ciudadana, el reconocimiento de la diversidad, por la ampliación de la autonomía administrativa y política de los entes territoriales. El segundo, materialización del primero, por la madurez de un sistema que favorece la elección de un líder de izquierda proveniente de un movimiento que comprendió que la vía armada era inviable para cambiar el país, depuso las armas y firmó un acuerdo de paz.
La izquierda, por supuesto, no es monolítica en el mundo. Tampoco en América Latina. Algo va de Michelle Bachelet, José Mojica o el actual presidente chileno, Gabriel Boric, a déspotas tipo Ortega o Maduro. Boric tuvo el coraje de estar presente en la guardia de honor ante el féretro de Piñera mostrando su respeto por el sistema democrático chileno.
Los partidos socialdemócratas y de izquierda modernos saben que el Muro de Berlín cayó. Ven en los empresarios y en el sector privado un motor imprescindible en el desarrollo económico y, desde luego, un estado atento al bienestar de los trabajadores y los derechos de los consumidores, a la protección del medio ambiente y la promoción de fuentes renovables de energía.
Es lamentable que las señales que se están dando desde el alto gobieno colombiano se enruten en la vía del desconocimiento de los avances de la democracia colombiana, con todos los defectos que ésta pueda tener. ¿Cómo armar consensos desconociendo la mayoría?
Antanas Mockus , a quien deseo lo mejor, puede contribuir a dar claridad al país, como lo ha hecho tantas veces. ¿Qué opina? ¿Se está gobernando con las/los más capaces? ¿Está de acuerdo con que se convoque una asamblea constituyente? Un escrito breve suyo ayudaría mucho en este clima enrarecido…