Son demasiados frentes llenos de problemas los que estamos viviendo los colombianos en este momento. Aun los más optimistas frente a la posibilidad de empezar a romper nuestra larga historia de conflictos y llegar a un acuerdo con las Farc, sentimos que esa esperanza de cambio en la dirección correcta se está enfrentando a una metástasis, en la cual afloran todo tipo de debilidades de una sociedad que no ha encontrado su norte. Corrupción en todas las modalidades posibles y no solo del Estado sino de amplios sectores considerados respetables; un nivel de violencia ciudadana que ha trasgredido los límites mínimos de tolerancia; un Estado que se desacredita y se debilita por decisiones cuestionables de sus funcionarios y por actos que se apartan de lo aceptable; un sistema judicial que ha perdido la credibilidad necesaria para que la sociedad entienda cual es la línea de comportamiento que le marca la Ley.
Esta especie de destape de este país, en el peor de los sentidos, es el resultado de todos los males que han afectado a nuestra sociedad por décadas o será que, precisamente porque existe la posibilidad de un cambio, ¿salen a flotes todos nuestros pecados? ¿Será el principio de un proceso que termine por mostrar con una mayor claridad los temas que nos sacarán de ser un país, violento, desigual e injusto? Más allá de los diferentes casos y escándalos, ¿la sociedad colombiana decidió dejar atrás su hipocresía y mostrarse como es?
Los momentos de profundas dificultades pueden ser un quiebre para bien o para mal, y la esperanza de muchos es que en esta ocasión sea para bien. Pero la pregunta de fondo es cómo se logra salir enriquecidos de esta acumulación de hechos tan duros como que aquí hasta en Bogotá se nos mueren los niños pobres de hambre; como la existencia de un poder en manos cada vez más inescrupulosas que refuerzan la concentración de privilegios; y que parece haber una selección adversa cuando se trata de quienes ocupan altas posiciones en lo público y lo privado.
Nuestra censura social solo es para quienes están
fuera de nuestro respectivo círculo de relaciones
pero a los nuestros todo se les perdona
Lo primero debería ser reconocer el grado de responsabilidad de todos y cada uno de nosotros. Este país lo delinean los actos de nosotros, de manera que no podemos seguir asumiendo el rol de solo espectadores sino aceptar que somos actores de la realidad que vivimos. No negar algo que está en el trasfondo de muchos de nuestros problemas: los sectores privilegiados hemos aceptado vivir en guetos, donde no nos mezclamos sino con nuestros aparentes pares. Y como si fuera poco, nuestra censura social solo es para quienes están fuera de nuestro respectivo círculo de relaciones pero a los nuestros todo se les perdona. Es decir, la solidaridad de clase está por encima de cualquier otra solidaridad. Por ello, si uno de los nuestros es un ladrón, "su razón tendría", beneficio de la duda que no se le concede a nadie fuera del respectivo círculo social.
Una simple sugerencia: por qué en vez de echarle la culpa de todo lo que pasa a los demás, no aceptamos que hemos sido tolerantes con muchas de las actuaciones que hoy nos escandalizan; que nos encantan los chismes, el descrédito de los demás como si eso nos convirtiera en héroes; que leemos o escuchamos primero los escándalos que las noticias; que azuzamos el matoneo siempre y cuando no sea con uno de los nuestros. En fin, que le hemos venido dando la espalda a muchas de nuestras falencias como sociedad.
¿No será que lo que nos está pasando es que dejamos pasar hechos y comportamientos graves, simplemente por comodidad y para no tener que hacernos cuestionamientos?
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