Más allá de la victoria de Iván Duque, quien es ya el presidente electo de Colombia y eso no va a cambiar, es pertinente para el país revisar las secuelas implicadas en el resultado de las votaciones del pasado domingo. Dichos resultados describen claramente la situación de los colombianos como sociedad.
Desde que en el 27 de mayo, cuando se dispuso la segunda vuelta de la contienda electoral entre el candidato del Centro Democrático y el de la Colombia Humana, sabíamos que el país caía una vez más en una división de opinión que no traía consigo nada bueno. Sabíamos también que cualquiera de los dos que quedara presidente tendría la tarea de entrar en consenso con casi la mitad de colombianos que no convenció, y que el que llegara traería con él un efecto muy nocivo en la convivencia entre los colombianos.
Antes de cualquier cosa debemos ser objetivos: el culpable de la victoria de los mismos con las mismas no es Fajardo, ni es Petro, tampoco lo es aquel que votó en blanco. La culpa de nuestra errada situación política recae en esa "formación" que hemos tenido, que más bien es una deformación, que nos conlleva a ser una sociedad llena de miedo, que no actúa y se manifiesta por convicción; un país que, en su mayoría, durante la elección de un presidente no es capaz de leer las propuestas de cada uno de los candidatos. Tenemos una formación que nos ha llevado a ser una simple masa que se mueve de acuerdo al que sea más hábil en desinformarnos, una masa que se rige con esa indeseable ley del mínimo esfuerzo.
La gran perdedora: una Colombia que resulta totalmente dividida, fragmentada. Una Colombia que es incapaz de unificarse en un proyecto que sea beneficio de todos. Perdió un país cuyo pilar es el odio por aquel que no piensa igual, perdió un país que está lejos de merecerse llamar por un solo gentilicio.
A pesar de todo, no es momento de bajar los brazos y resignarnos a lo que el tiempo traiga, es momento de aprovechar esa conciencia que se empieza a generar en diferentes sectores demográficos que nos indica que hay personas con intención de cambiar el rumbo de una sociedad que se muestra totalmente inconforme con lo que ha construido. El cambio social que pedimos a gritos está muy cerca de abrirse paso.
Hay que rescatar que los acuerdos de paz rindieron cuentas, acabaron de pasar las elecciones más pacíficas de toda la historia de Colombia. También, que habrá por primera vez una mujer en la vicepresidencia, lo que dictamina la evolutiva tolerancia que tiene el país. Y aunque aún son demasiadas las personas que no cumplen su deber ciudadano de votar, la abstención se redujo notablemente.
Ya sabemos dónde está el gran reto del que, gustenos o no, estará liderando el poder ejecutivo, y es volvernos un solo país, que trabaja y convive como tal. Ahora bien, el proyecto más indispensable para el presidente electo será aquel de solidificarnos como un bloque social.
No es hora de buscar culpables, es momento de sacarle más brillo a ese rayo de esperanza de una generación que empieza a hacer las cosas como se debe, una generación que se interesa por la Colombia tan dolida que le dejan las anteriores. El cambio es inherente al pueblo, todos somos importantes dentro de esa transición ciudadana, así que colombianos: a trabajar todos como y por un solo país, pero lo más importante: ¡A educarnos!