Estoy en un almuerzo en el restaurante Manuel de Barranquilla. En una mesa, rodeado de las personas que más quiere, Fuad Char tiene pinta de persona importante. En la mesa hay varios políticos, ex gobernadores, todos le rinde reverencia como si fuera una especie de emperador. Me da curiosidad y me acerco. Espero encontrar a un hombre duro, inquebrantable, el que han mostrado algunos medios del interior, una especia de faraón costeño que es el dueño de todo lo que se mueva en la Costa Atlántica. Nada de eso es cierto. La voz es la de un señor mesurado, tranquilo. En ese momento, en pleno carnaval, le pregunté cuantos partidos más le iban a dar de esperar a Arturo Reyes. “Los que sean necesarios” me dijo.
En 1972 compró un equipo que en ese momento no tenía una sola estrella. Había contado con súper cracks en su nómina como los brasileros Heleno Da Freitas y Garrincha. Pero jamás un título. Fue Fuad quien le dio amor a ese equipo y toda la plata que tenía para hacer el sueño realidad de millones de costeños: ver al Junior campeón. Ocurrió en 1977 y el equipo lo comandaba otro brasilero, Victor Ephanor. A partir de ahí Junior acumula nueve títulos y la gente en Barranquilla le critica a los Char que no les exigen a sus jugadores ni al cuerpo técnico y que paguen sueldos astrónomicos de pura cheveridad. Para Fuad el Junior es un divertimento. Cuando hablé con él me encontré con un señor, muy respetable, al que no sabía demasiado sobre las finanzas futboleras. El Barranquilla F.C., filial del Junior, resultó siendo uno de los equipos del mundo con mayor rentabilidad por haber sacado de sus semilleros a cracks como Carlos Bacca o Luis Díaz. Fuad ni siquiera sabía.
Ya casi no va al estadio. Para él lo mejor que pasó en el banco tiburón fue el argentino José Varacka. Don Fuad se da el lujo de vivir en otro tiempo. En la despedida de Viera, en la Aleta del Tiburón, nos dimos cuenta que la gente lo adoraba y que, aunque les cueste trabajo reconocerlo, saben que es el papá de los pollitos.