Cada vez que se revuelcan los ánimos con motivo de las campañas electorales para alcaldías y concejos municipales, se pone de manifiesto que lo que se elegirá es un administrador y una junta directiva del municipio. Entonces aparecen los personajes que fungen como candidatos prometiendo que harán, construirán, invertirán, solucionarán, etc., como si eso fuera obra de un individuo con las fuerzas necesarias para hacerlo y ya.
También entre los cándidos electores aparecen quienes dicen: «Esta obra la hizo fulanito alcalde» y toman a diario fotos con placas en las que se recita: «Este puente fue construido por el alcalde Tal y Pascual». Entonces vale la pregunta: ¿Sabe de algún funcionario de cualquier rango que haya sacado un solo peso de su bolsillo para comprar un ladrillo o una palada de arena, para una obra? Es obvio que no.
Todas las obras se hacen con dinero de los impuestos. Y aun en los casos cuando los alcaldes endeudan la ciudad con vigencias futuras, esa deuda se debe pagar con impuestos. El alcalde es, solamente, un administrador de los recursos que son patrimonio público, no de los contratistas, ni de quienes financian las campañas. Todas las obras públicas que se construyen en la ciudad pertenecen a la ciudad, es decir, a los ciudadanos.
¿Cuál es el papel del ciudadano? Vigilar, vigilar y vigilar. Primero, vigilar que quienes asuman los cargos estén capacitados para administrar recursos con sentido social; segundo, vigilar que las obras correspondan realmente a las necesidades de la comunidad; y tercero, vigilar que los costos correspondan a los trabajos ejecutados (añadiría que se debe vigilar que los candidatos cumplan el precepto aristotélico de no acceder a la política para salir de sus acosos económicos). El ciudadano consciente debe reconocer cada obra ejecutada por las administraciones como fruto de su propio trabajo, fruto de su sudor y, por tanto, debe defender esa obra como propia de la comunidad. A nadie le gusta que lo roben. Tampoco debemos permitir que se roben los recursos de la ciudad, nuestra ciudad, que es como si nos metieran la mano al bolsillo.
Es un deber ciudadano pagar los impuestos cumplidamente, sea quien sea el mandatario de turno. También es deber, mucho más importante, saber a dónde va el dinero que pagamos. Así comprobaremos que la ciudad tiene dueños, dolientes: la ciudad es nuestra.
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