A las Farc les tengo pánico y a Santos, desconfianza.
Pero, a pesar de los pesares, creo en la paz negociada.
En la que se acordó en La Habana y en todas las que se logran sin vencedores ni vencidos, porque no dejan las huellas arrogantes de los primeros ni las humilladas de los segundos. Dejan entreabiertas las puertas de una reconciliación sostenible en el tiempo. (Ojalá).
No será fácil conseguir que aquí quepamos todos con todo y nuestras diferencias, a veces tan profundas, ni mucho menos será rápido. Con el Estado paquidérmico que tenemos, la sobredosis de sufrimiento que cargamos y la prevención, fundada casi siempre, que mantenemos…
Seis décadas de conflicto no se borran con cuatro años de negociaciones; un ladrillo de 297 páginas tan difíciles de digerir, como difícil será consolidar el posacuerdo (coincido con el experto John Pau Lederach, en que del posconflicto podremos hablar solo cuando la paz sea estable y duradera); un plebiscito o un Acto Legislativo. Con eso no basta.
“Primero, hay que empezar a buscar la paz interior de cada persona; segundo, la paz en los espacios en los que se mueve que regularmente son sus familias y su trabajo, y el tercero es buscar la paz en sociedad”, dijo en entrevista reciente con El Espectador, el expresidente de Bancolombia, Carlos Raúl Yepes, quien hizo parte de la delegación de empresarios en Cuba.
Solo que tal obviedad aquí no la entendemos.
Lo comprobamos a diario con las pequeñas grandes guerras que se libran en los círculos familiares o de amigos, por cuenta del plebiscito. Como las campañas por el Sí y por el No tienen apellido (Santos y Uribe) y el mal ejemplo cunde: ¡Castrochavistas!, ¡paracos!, ¡vendepatrias!, ¡apátridas!, ¡entreguistas!, ¡guerreristas!... Qué vergüenza ajena.
Insultos y descalificaciones caen como aludes sobre la argumentación –que argumentos valederos los hay de lado y lado-, el debate y el disenso, ingredientes sin los cuales el ejercicio democrático se desdibuja, y le cede el paso al culebrón: intrigas, traiciones, celos, rencores. Y miedos: la resurrección del comunismo decrépito, el maltrato a la Constitución, la esquiva justicia, lo mucho que cedió el gobierno y lo poco que cedieron las Farc, ¿la financiación la sacará de nuestros bolsillos el ministro Cárdenas?… Miedos explicables que paralizan y anclan en el pasado.
(A propósito de la discusión imposible, este botón: “A usted, mijita, la van a velar parada”, me dijo hace poco un amigo. Por el tonito y las sonrisas burlonas que despertó, supongo que me quiso decir “tontarrona”. Y por lo que hablábamos –el Acuerdo de Paz- estoy casi segura de ello. En medio de la profecía unánime, el apocalipsis, manifesté que yo había decidido privilegiar la esperanza sobre el miedo. Y ahí fue que me cayó la frase estelar que puso punto final a la conversa).
Sin rabia señores que el país no les pertenece. Ni a ustedes, ni a los furibundos defensores o detractores de cualquiera de las dos opciones.
Por lo que debemos alzar la voz ahora, es por reivindicar nuestro derecho
al voto. Al voto ético que será, el voto de la gente;
el de los políticos está amarrado a las elecciones del 2018
Por lo único que debemos alzar la voz ahora, es por reivindicar nuestro derecho al voto. Al voto ético que será, en últimas, el voto de la gente; el de los políticos está amarrado a las elecciones del 2018, es evidente. Un Sí o un No a consciencia, merecen igual respeto.
Yo (con susto) votaré Sí, porque además de que siempre he creído que para desarmar un conflicto no hay mejor arma que una mesa, quiero darle la posibilidad a la posibilidad de la paz (no es juego de palabras); quiero saber lo que es vivir en un país tranquilo, quiero que mi hija que también nació y ha crecido entre noticias del conflicto lo sepa, y que sus hijos, si algún día los tiene, ignoren lo que es vivir en la zozobra; quiero aprovechar este momento histórico (…si perdéis estos momentos de efervescencia y calor, si dejáis escapar esta ocasión única y feliz…); quiero que con el triunfo del Sí, el proceso de paz al fin comience; quiero ayudar a derrotar en las urnas a los recién llegados; y quiero que cambiemos de tema ya y nos pongamos a trabajar por un mejor país, el paraíso que perdimos no está en la otra esquina.
Votaré Sí, mejor dicho, porque quiero que me velen parada. ¿Y? Y que quede claro, no pretendo convencer a nadie. No hago campañas, no soy activista y jamás me empelotaré en la vía por causa alguna.
COPETE DE CREMA: Cuando estoy inquieta respecto de lo que vendrá y oigo hablar a de la Calle; o a los generales Mora, Naranjo y Flórez; o al jurista Juan Carlos Henao, o al empresario Gonzalo Restrepo, o leo los escritos de Joaquín Villalobos, respiro hondo y sigo adelante.