En los meses de marzo, a propósito de conmemorar el Día Internacional de la Mujer, se propicia hacer balances de nuestros avances y retos.
Es cierto que la sociedad de mercado ha intentado capturar esta fecha, convirtiéndola en una mezcla de día de la madre, amor y amistad y día de la secretaria. Sin embargo, son tantas las historias de luchas, conquistas, represiones y sueños de igualdad y libertad en el mundo, que el significado del 8 de marzo sigue en disputa. Aún conmemoramos con el sentido de rebeldía, dignidad, reconocimiento y felicidad que nos merecemos las mujeres.
Hablando de balances, tengo que confesar que a veces parecemos retroceder. Pensarán ustedes en el Estado Islámico y su andanada retrógrada, pero en realidad no estamos tan lejos. Solo hay diferencias en grados o en manifestaciones y repertorios para poner en la práctica una misma idea, una misma matriz cultural: el patriarcado.
¡No, eso ya pasó de moda! dicen muchos y muchas. La verdad, así desearíamos que fuera. Que somos victimistas, dicen otras personas, que nos quedamos en la queja. Puede ser.
Otros y otras se han inventado el término feminazis, trazando una caricatura del feminismo como un machismo al revés. Nada más alejado de la realidad. Los feminismos, aunque son muy diversos, tiene en común la lucha por visibilizar las desigualdades y desventajas generadas por la cultura patriarcal y una propuesta humanista que propende por el fin de las discriminaciones de cualquier tipo.
En este año se cumplen 20 años de la histórica Plataforma de Acción de Beijing, 189 naciones firmaron compromisos para terminar todo tipo de discriminaciones y violencias contra las mujeres y las niñas en el mundo.
Se registran avances y retrocesos, como en todas las dinámicas de la vida. Pero en un debate que lleva 200 años, esperaríamos más.
Seguimos siendo un poquito más de la mitad de la población en el mundo y propietarias del 1 % de la riqueza, según el Banco Mundial.
En Colombia, como en el resto del planeta, las mujeres seguimos trabajando más y ganando menos, según el propio Dane.
Seguimos siendo una minoría vergonzosa en las ramas del poder, en la dirección de las empresas, en la dirección de los medios de comunicación.
Seguimos por el contrario, siendo una enorme mayoría en las cifras de las violencias físicas, psicológicas, sexuales y patrimoniales.
Por lo menos ahora se miden estas realidades y al evidenciarlas, se impone actuar sobre ellas.
Y aunque muchos discursos “políticamente correctos” circulen sobre las mujeres, este 8 de marzo fue raponeado a las mujeres, vaciado de su contenido y escenario de otro round entre los patriarcas de los partidos políticos, enseñándose los dientes, compitiendo sobre quién saca más gente a las calles, como si midieran la longitud de sus penes y en ello se definiera quién es más macho.
La Marcha por la Vida se convirtió en un raponazo a la fecha histórica de las mujeres y un escenario de pelea entre los machos de los partidos políticos.
Siguiendo con el balance, no todo está perdido, como dice la canción. La Corte Suprema de Justicia acaba de proferir por primera vez una sentencia condenatoria por feminicidio. La Corporación fijó jurisprudencia al indicar que en escenarios donde hay una carga de dominación para la mujer y de subordinación, hay un agravante para el delito de homicidio a la hora de fijar pena.
Gran avance en un país en que por tradición la justicia ha permanecido ciega a los debates sobre las asimetrías de poder y discriminaciones.
En fin, no todo es para celebrar ni todo es para echarnos a llorar. Las transformaciones y avances a mi juicio más conmovedoras, se están viviendo en la cotidianidad, en el mundo privado, ese que desde la década del 70 afirmamos las feministas que es profundamente político, porque allí es donde se decide si se reproduce el “orden” establecido o se transforma.
En este terreno, el de la cotidianidad, se notan cambios producto del poder de la fragilidad, de la influencia sutil: mujeres y hombres decididos a buscar la felicidad alejados de los mandatos patriarcales. Simplemente construyéndose sin receta, ensayando nuevas maneras de ser y estar, de relacionarse, de hacer pactos de convivencia, de amarse sin el drama de la posesión, de conectarse con el planeta y sus espacies sin dominación, de cuidar de la vida en todas sus manifestaciones. Y no solo me refiero a los individuos más jóvenes de esta especie. Hay también cantidad de hombres y mujeres de las generaciones anteriores que vienen ya de vuelta de los modelos de infelicidad que nos enseñaron, haciendo sus pequeñas y enormes revoluciones cotidianas y apostando a que sí es posible desaprender tanta basura.
Ojalá los patriarcas que vociferan, rapiñan, conquistan,violan, expropian, devastan, acaban con la diferencia exterminándola, lograran posar su mirada y su comprensión por un rato en el imparable cambio de libreto de la historia y vieran críticamente sus ridículos y trágicos espectáculos por la ilusión del poder que les vendió el patriarcado.
Por las lecciones pendientes, brindo por las mujeres valientes y por los hombres que protagonizan también sus caminos de rebeldía ante sus privilegios dudosos. Porque me reconectan con el linaje de las desobedientes al que pertenezco.