En una semana Trump consiguió patear el tablero de ajedrez de la política interna en los Estados Unidos y también a los aliados de la primera potencia mundial.
Se declaró en guerra contra los medios, fulminó la Alianza Transpacífica (TPP), se echó encima a los mexicanos por cuenta del muro, prometió investigar el fraude electoral a pesar de haber sido elegido presidente y acabó con el apoyo a las políticas de derechos reproductivos de las mujeres.
Pasó por encima de la Unión Europea al augurarle a Theresa May el mejor de los éxitos al brexit, hizo a un lado escrúpulos ambientales al darle paso a la construcción de oleoductos problemáticos (frenada por su antecesor), expidió prohibiciones a la inmigración diferenciando musulmanes de cristianos, reivindicó la tortura como medio eficaz para combatir el terrorismo y se fue lanza en ristre contra la reforma sanitaria de Obama.
Amén de mantenerse activo en Twitter y de invertirle tiempo a disputar las métricas para medir la cantidad de gente que asistió a su posesión, la más concurrida en la historia, según él.
Para muchos, una locura. Sin embargo, dentro de los EE. UU. recibió el apoyo de la poderosa sindical AFL-CIO, cuyos afiliados ven en los tratados de libre comercio un enemigo a muerte. Y el Dow Jones superó la raya de los 20.000 puntos: ¿no es halagüeño para los negocios la prometida rebaja de impuestos, los planes de infraestructura y liberarse de los ambientalistas?
Y por fuera, líderes de movimientos políticos que, ubicados en la extrema derecha en todo el planeta, se frotan las manos de la dicha. En Coblenza, Alemania, se reunieron los de trece partidos europeos para celebrar y vaticinar próximos éxitos electorales.
Se diría que hay identidad entre Trump, el brexit, los movimientos de extrema derecha en Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Austria, Polonia, Hungría, Grecia. Por estos lares, algunos criollos prominentes se sienten, también, identificados con la ola mundial.
¿Se trata, en verdad, se planteamientos políticos compartidos?
Por partes. El chovinismo es, ciertamente, un rasgo común de los movimientos en auge. La consigna de “América primero” de Trump es afín a las consignas del no a la globalización y el saludo al proteccionismo de Marine Le Pen y algunos de sus colegas europeos.
Sin embargo, ¿son todos proteccionistas? No. El Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), tiene dirigentes que rinden culto a la mano invisible y benefactora del mercado libre aunque, obvio, no a la Unión Europea.
¿Será, entonces, la xenofobia el rasgo común? Si y no, depende de hacia qué grupos étnicos o religiosos. Algunos de los líderes son claramente antisemitas, como el Sr. Le Pen, fundador del Frente Nacional de Francia, como también Amanecer Dorado, neonazis griegos. Pero, en contravía, los extremistas belgas de Interés Flamenco, que forman parte del aquelarre nacionalista, se apoyan en movimientos de derecha de Israel en tanto que son radicales anti-musulmanes.
¿Comparten su visión en torno a la orientación sexual? Complicado, porque mientras algunos promueven la familia tradicional como única forma legítima, hay otros, como el Partido Holandés para la Libertad (el del Geert Wilders, del peinado Elvis Presley) que rechaza a los marroquíes pero acoge a la población LGTB. Alto contraste con el homófobo vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence.
No es posible, por lo tanto, identificar una agenda programática integral común más allá del chovinismo. Hay, sí, varios rasgos compartidos en el modo de operar.
El primero, el miedo. Pese a las diferencias anotadas, el primer ingrediente de la receta política es el de la fabricación de diagnósticos sombríos que generen pánico. “Usted está mal, amenazado, o podría estar peor…”.
La construcción de categorías de enemigos:
refugiados sirios, TLC, homosexuales, judíos, musulmanes…
Son los culpables reales o potenciales de los varios tipos de inseguridad
Segundo, la construcción de categorías de enemigos. Pueden ser refugiados sirios, el TLC, las normas ambientales, los homosexuales, los judíos, los musulmanes. Son los culpables reales o potenciales de los varios tipos de inseguridad: laboral, física, conservación racial, religiosa, étnica… ¡Ah! Los rivales políticos in situ tienen que ser maltratados y calumniados. Así, la señora Merkel, una dirigente democrática de derecha, ha resultado, para la extrema derecha alemana, auxiliadora del terrorismo.
Tercero (lo aprendí de Juan Carlos Flórez, concejal e historiador), la oclocracia, término que no conocía. Se trata de una degeneración de la democracia en tanto que la voluntad y los miedos de grupos numerosos de ciudadanos se convierten, para los instrumentadores, en los de “el pueblo”. “Devolveré el poder al pueblo”, dijo el magnate Trump en la posesión. Tiranía de mayorías.
Cuarto, el humor de los líderes. Si la plataforma política es el miedo, si los enemigos internos y externos conspiran contra “el pueblo”, es imposible actuar con buen sentido del humor. Anhedonia furiosa, dice un columnista del New York Times, David Brooks: la incapacidad de experimentar felicidad. La anhedonia no tiene color político: es de los fundamentalistas, de izquierda o derecha. Una forma de estreñimiento.
