“Así como se refieren a su oponente, así serás tratado en caso de que llegase a gobernar”, reflexión a la que he llegado, después de ver el fragor el combate para acceder al cargo de presidente de la República.
La crianza bajo el amor y respeto a Dios, la patria y la autoridad, los hábitos, costumbres y modales en nuestras familias de origen, la tolerancia y el interés por la condición difícil del otro, nuestra solidaridad en la desgracia y el ánimo de servicio, deben ser manifiestos y estar presentes en estos prohombres; constituyéndose en una garantía adicional y necesaria de lo que sería un buen gobierno.
La irreverencia e irrespeto de estos altos ideales son recibidos con goce y disfrute por parte de los seguidores de quien los lanza, haciendo eco de los mismos, desafiantes y retadores. Creen tener la razón y que la justicia social está en sus manos.
Intelectuales, artistas, bohemios, ateos y jóvenes idílicos, y por supuesto las izquierdas, se sienten identificados y representadas por su líder o candidato. Es una posición de rebeldía frente al orden establecido, y conforme a los nuevos conceptos de “civilidad” y de “avanzada” que creen representar; pero que en verdad es decadencia y materialismo temerario e irresponsable.
Queriendo posar de garantistas y libertarios permitimos el advenimiento de teorías y posiciones que socavaron las estructuras espirituales del Estado, del ideal nacional, debilitando sus cimientos y estructuras. Básicamente, permisividad convertida en libertinaje, anarquía y disolución.
Una sociedad que así se levanta es de costumbres relajadas, laxa, ambivalente, falta de carácter, disciplina, metas, anárquica, sin Dios y sin ley. Gracias a esos valores ortodoxos y puros, que hoy son mirados con odio, desprecio y desdén por los “rebeldes” militantes de la otra Colombia, construimos una nación democrática y libertaria, que les permite y garantiza vociferar e insultar sin mordaza ni censura.