Si alguna vez has pasado por la vía que va de Barranquilla a Ciénaga, no puedes evitar quedar sobrecogido por la miseria que se observa en los caseríos aledaños, con sus calles destapadas, la basura por doquier y la pestilencia del aire por la pudrición de las aguas. Tasajera es uno de esos caseríos que no llegan a pueblo, todo es viejo en él, las calles, los caños, la basura, el hambre, la desidia, la pobreza. Lo único nuevo son los carteles que año tras año en épocas de elecciones adornan con rimbombantes colores las paredes carcomidas de las chozas. Estos también, aunque se renuevan cada año, también son viejos con las mismas consignas de siempre.
Los niños se divierten a pie descalzo dentro del fango y el salitre con una pelota desinflada, haciendo el quite a la basura y al agua empozada. Se ven con el estómago lleno y distendido, pero no por la comida que ya es escasa en la zona, sino por la parasitosis endémica que se los devora vivos desde adentro. La malnutrición campea por las calles abarrotadas de gente que lucha por el sustento diario. En ningún otro lugar se palpa tan densa la inseguridad alimentaria que se puede oler. Se vende pescado de río y de mar, camarones, miel de abejas sin panal, guineo paso, mango, hasta huevos de iguana. Corren tras los conductores de los vehículos ofreciendo sus mercancías y los niños se apostan en la acera mendigando una desvalorada moneda.
A pesar de la precariedad de la vida, son personas felices, luchadoras, con sueños y esperanzas. No son descuidados por naturaleza o arriesgados por afición. Son valientes por necesidad. La miseria les da el valor necesario para enfrentarse a un carrotanque en llamas, exponiendo el pellejo en ello y hasta la vida. No son estúpidos, son necesitados. No son ineptos, son hambrientos. Viven en un reinado de podredumbre y abandono que solo se hace visible cuando algo tan extraordinario ocurre. Luego pasa, dejan de ser noticia y son nuevamente olvidados. Se sumen nuevamente en el sopor de la piel calcinada por la inclemencia de la vida a la espera de un nuevo carrotanque.
Estos muertos que caen bajo la prepotencia de las llamas son héroes; son los que ven la oportunidad de obtener unos centavos con que darle de comer a sus hijos; son la imagen del amor inconmensurable; son los que dan la vida por los demás y los que se entregan para hacer visible sus necesidades, su caserío y su región; son los que ponen el pecho al fuego para que tú te asombres de su valentía disfrazada en pillaje. Tú que estás cómodamente leyendo esto que cómodamente estoy escribiendo y yo con mí desasosiego, pero con el corazón deshidratado del dolor no alcanzamos a comprender la naturaleza de tanto sufrimiento. Son gentes, son hermanos, son humanos, son colombianos.
Ruego a quien pueda hacer más de que lo que yo estoy haciendo para que se haga algo y que los niños no sigan hartos de parásitos, no tengan que jugar descalzos en el lodazal de su vida, tengan una alimentación digna y condiciones de vida adecuadas para su edad, y para que sus padres puedan tener como alimentarlos, vestirlos, educarlos y amarlos.