¡Que los cuelguen de donde sabemos!

¡Que los cuelguen de donde sabemos!

Por: Camilo Acosta
enero 07, 2014
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¡Que los cuelguen de donde sabemos!

Talión, del latín “tales” o “talis”, significa idéntico o semejante. La ley del Talión, esa ley recomendada por el Dios de los judíos a todos los hombres, es un principio jurídico de la antigüedad en el cual se imponía al agresor una pena idéntica o semejante a la falta que había cometido. Si recibes una ofensa, lo mejor no es que actúes vengativamente, sino que tu agresor reciba la misma ofensa, o una equivalente a la que tú has recibido. La sed de venganza puede llevarte a cometer actos indebidos, y que sobrepasen con creces los daños que te fueron causados. Con tal ley, lograron los antiguos poner a ladrones y asesinos en los zapatos de sus víctimas, y los retaron a arriesgarse a perder lo que con sus fechorías querían ganar. Si quieres robar, te cortamos la mano con que robas, si hieres a tu prójimo, te quitamos una pierna, si insultas a tus mayores, te rajamos la lengua… y así.
“¿Qué merecen los asesinos del joven médico? ¡que los cuelguen de donde sabemos!” “Si al sicario le gusta la sangre, hay que ponerlo a sangrar, si le gusta el dolor, hay que inflingirselo (sic) y si le gusta la muerte... sencillo”. Éstas fueron las desafortunadas afirmaciones este primero de enero de un concejal de Medellín en la red social Twitter, para empezar el año con pie derecho, ultraderecho.

Que a los violadores los violen, o al menos los castren, que a los rateros les quiten las extremidades una a una, y que a los asesinos los ejecuten, podría, lo reconozco, evitar un larguísimo proceso penitenciario y carcelario que ni en el 50% de los casos logra rehabilitar al antisocial. Además con lo llenas que andan las cárceles en estos días, y con lo congestionados que están todos los despachos judiciales del país ante tal cantidad de hampones, urge una solución expedita, inmediata, como un machetazo, que corte para siempre con el círculo vicioso de la delincuencia y la impunidad.

En un país con tantos y tan largos problemas de violencia y corrupción, la ley del ojo por ojo resulta, cuanto menos, atractiva. Y tenemos ya una de las mayores pruebas de que el endurecimiento de penas puede hacer bajar los índices de contravenciones y delitos: la recién sancionada ley contra conductores ebrios, que ha logrado reducir muchísimo los índices de accidentalidad y la cantidad de muertos y heridos por la combinación trágica entre alcohol y gasolina. Es una de las muestras de cómo el derecho puede influenciar las conductas, y a largo plazo las costumbres, de los individuos y la sociedad.

En nuestros tiempos se conservan ciertos vestigios jurídicos de la Ley del Talión, para que los delincuentes reciban castigos de gravedad semejante a las faltas que cometieron, y para que sus víctimas reciban una reparación, al menos económica, por el daño que les fue causado. Pero la aplicación medieval del castigo contra el cuerpo, prescrito hace tanto tiempo por nuestra legislación, no puede volver. Y no puede volver porque no somos ni China ni Corea del Norte, donde lo que dice el Estado es la última palabra, ni somos Suecia o Noruega, donde los delincuentes se cuentan con los dedos de las manos. No podemos ir mutilando y colgando de donde sabemos a tanto bandido que hay por ahí, la solución debe ser mucho más profunda.

¿Qué hacer entonces con tanto malhechor? Una propuesta para el concejal Campuzano (a riesgo, claro, de sonarle muy mamerto) sería que su corporación, por qué no por iniciativa de él mismo, interviniera integralmente en las comunas, promoviendo programas de inclusión laboral, educativa, sanitaria, alimentaria, que alejara a los jóvenes del camino fácil de la delincuencia y cortara de tajo con el fenómeno. De no ser así, terminaremos por ver de nuevo los órganos de los hampones exhibidos en las plazas públicas, sus cabezas rodando por el suelo, y una multitud eufórica celebrando la violencia que pretenden castigar. Ya hay varios países en Latinoamérica donde los linchamientos populares son una fuente grave de violencia.

Si mí propuesta no fuera escuchada, y la iniciativa del concejal tomara fuerza, le recomiendo a él alejarse de una vez de sus copartidarios de la U, no sea que resulten colgados o mutilados por desfalcar al Estado, o por andar de brazo con los paramilitares. Le recuerdo al honorable, solo por si acaso, que hacerse el de la vista gorda se llama complicidad.

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