Algo muy serio está sucediendo en esta sociedad del Siglo XXI porque muchos hombres, lejos de desprenderse de valores patriarcales que han subestimado por siglos a la mujer y a las niñas, siguen siendo violentos y estos casos lejos de reducirse, parecería que se incrementan. Si algo ha cambiado en estas sociedades de hoy es el papel de la mujer. Se educa en promedio más que los hombres; asume el trabajo del cuidado en solitario que ahora se duplica desde que las mujeres también salieron al mercado laboral. Ya son jefes de Estado en distintos países, lo que demuestra la capacidad de la mujer en responsabilidades de alto nivel. Algo similar sucede en empresas todavía dominadas por los hombres pero con una representación creciente de líderes femeninas. Ahora, ¿por qué estas realidades no logran cambiar el difícil panorama para las mujeres y las niñas de hoy?
Lo primero que debe afirmarse es que no todas las mujeres del mundo están de acuerdo con el mayor protagonismo de algunas de ellas. Por razones religiosas, por razones culturales o por conveniencia, todavía existen sectores femeninos que, lejos de apoyar los cambios que harían más fácil la vida de aquellas que quieren salir del hogar, las critican, las calumnian y están lejos de apoyarlas. Todavía para muchas mujeres, el poder sigue siendo un tema de hombres.
Lo segundo es entender el momento en el que está el tema de la mujer: ya se educó, ya salió al mercado laboral y ahora quiere el poder económico, político y social. Los anteriores avances en educación y salud, se hicieron sin que se cuestionaran suficientemente las bases de estas sociedades que giran alrededor de los hombres. Pero a partir de ahora, el tema de fondo cambia: ¿por qué persisten las desigualdades de género y no se valoran los evidentes avances de la mujer? La respuesta es muy sencilla: el debate de género pasa ahora a las ligas mayores, a los temas del poder. Obviamente, millones de hombres no quieren compartir lo que han manejado por siglos. Y es en la política donde este tema es claro.
Dos hechos recientes demuestran que, en el caso de la mujer, todo ha cambiado para que esto, la violencia ejercida contra ella, siga igual o peor. En primer lugar, el asesinato de la reina de belleza y su hermana en Honduras, posiblemente por razones tan absurdas como un ataque de celos de uno de los hombres que las acompañaban porque bailaron con otros hombres. Caso que tiene estremecidos a millones. Además, enterraron los cadáveres con el obvio propósito de dejar el crimen impune. Muchos, sobre todo en el mundo desarrollado –donde a veces ocurren hechos similares o peores–, afirmarán que ese es el producto de una cultura todavía primitiva de los latino-americanos. Como para confirmar esta postura, resulta que un padre en Colombia le hizo tragar cápsulas de cocaína a su pequeña hija de 11 años y casi la mata porque una de ellas se le rompió en el estómago. ¿Otro salvaje? Sin duda, pero lo hizo.
Solo queda una preocupación muy de fondo. ¿Por qué las mujeres educadas y con liderazgo, que ya son millones, que han demostrado sus capacidades y que muchas han trabajado por mejorarle la vida a sus congéneres, no han podido cambiar, en algún grado, estos valores que justifican el abuso de las mujeres y de las niñas? ¿Será que en realidad todavía son pocas y se requieren muchas más? ¿Será que las mujeres que logran romper patrones de machismo tienen un vida tan complicada que se desgastan solamente con su diario vivir?
Llegó la hora de reflexionar seriamente, porque pareciera que todo lo que se dice, se escribe, se publica y se discute sobre estas aberraciones de nuestras sociedades –que pareciera no quieren cambiar–, poco logra en nuestros países. Y no se trata solamente de lo que pasa en las clase marginadas. Sucede a todo nivel social. ¿Pero qué toca ahora? Convocar a los hombres porque los diálogos entre convencidas no están funcionando. Así de simple.
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