Un par de viejitos toman plácidamente un mate acariciados por el sol primaveral. Un ruido les llama la atención: detrás de ellos un Boeing vuela muy cerca del suelo. Los abuelos se miran sin entender la situación y luego, impotentes y sin reacción, deben aceptar el hecho de que sus largos días de insomnio han terminado para siempre por culpa de la embestida salvaje de un avión manejado por un loco.
Y entonces empiezan los créditos y escuchas la magnética música de Gustavo Santaolalla y te prendes, te sientes partícipe de algo, una sensación que se creía perdida para siempre, una emoción no encontrada desde la lejana tarde en que fuiste a ver Pulp Fiction o Velvet Goldmine. En un país en donde el rock es la música nacional, Gabriel Szifron, el mismo genio detrás de Tiempo de valientes, compone estas seis historias unidas por el hilo conductor de la violencia y la venganza. Seis relatos que parecen canciones de Zumo, Virus o Los redondos, seis episodios que aunque son profundamente locales cualquier persona en el mundo los puede entender y sobre todo disfrutar.
Qué lejos que estamos de la universalidad del cine argentino. Es perfectamente entendible que no podamos comparar nuestras películas con las de Hollywood, pero si no podemos acercarnos en este momento a los gauchos, que de una manera u otra manejan unos presupuestos parecidos. Entonces, ¿con quién podemos hacerlo? La película, en su primer fin de semana, fue vista por más de 430.000 espectadores repartidos en 325 salas. No crean que el argentino es un tonto chauvinista que apoya todo lo que tenga pintada en su tapa la bandera blanquiceleste. No señores, si la gente ha acudido en masa a ver en los últimos diez años El hijo de la novia, Metegol, Leonela, ¿De quien es el porta ligas?, Carancho, Un cuento chino, El secreto de sus ojos es porque son productos de una altísima calidad técnica y actoral. Si pretendemos salir del pozo en el que estamos, lo primero es llamar las cosas por su nombre: a la mayoría de actores nuestros les hace falta nivel. Y no quiero meter a todos en una misma bolsa, en el cine colombiano ya hay gente con la que se puede trabajar, a mí me parece que lo único que no hiede en la inefable Ciudad delirio es Carolina Ramírez, lo mismo podría decirse de Jimmy Vásquez, Alejandro Aguilar o Álvaro Rodríguez, quienes siempre van a estar muy por encima del nivel de las películas en las que participan. De resto es muy complicado encontrar alguien talentoso que consiga el milagro de sobreponerse al primer obstáculo con el que se debe encontrar una película colombiana: el pésimo guion que todas llevan como lastre.
La cosa no pasa por los recursos asignados sino por el talento. En el guion de Szifron se interesó Pedro Almodóvar y El Deseo, su productora, corrió con todos los gastos. La película fue comprada por Warner Brothers y ahora abrirá en Toronto. Todo esto sucede porque los relatos del realizador argentino te acercan, más que a la pirotecnia tarantiniana, al universo de Raymond Calver, porque el tipo es, por encima de cualquier cosa, un genio, un profesional absoluto, un hombre dotado por el cada vez más raro talento de saber contar historias usando imágenes en movimiento.
Pronto llegará a Colombia y seguro que será un suceso absoluto. Con las muñequitas rusas de Relatos Salvajes se comprueba que sí es posible mantener un ritmo trepidante durante 120 minutos y no morir de un paro cardiaco en el intento.
Qué gran película, ya la verán y me darán la razón.
