“Nadie ha muerto en este mundo a causa del sufrimiento de los demás”: E. M. Ciorán
“¿Cómo tener ideales cuando existen sobre esta Tierra seres sordos, ciegos o locos? ¿Cómo podría yo alegrarme de la existencia de la luz que otro ser no puede ver, o el sonido que no puede oír? Yo me siento responsable de las tinieblas de todos y me considero un ladrón de luz.
Porque ¿no hemos robado nosotros, en efecto, la luz a quienes no ven y el sonido a quienes no oyen? ¿Acaso nuestra lucidez no es culpable de las tinieblas de los locos? Sin saber por qué, cuando pienso en estas cosas pierdo todo coraje y toda voluntad; el pensamiento me parece inútil, y vana la compasión. No me siento suficientemente normal para compadecerme de las desgracias de los demás.
La compasión es una prueba de superficialidad: los destinos rotos y las desdichas irremediables nos conducen o al grito o a la inercia permanente. La piedad y la conmiseración son tan ineficaces como insultantes. Además, ¿cómo apiadarse de las desgracias de los demás cuando uno mismo sufre infinitamente? La compasión no compromete a nada; de ahí que sea tan frecuente. Nadie ha muerto en este mundo a causa del sufrimiento de los demás. En cuanto a quien pretendió morir por nosotros, no murió: lo mataron”. Así habló Cioran en Las cimas de la desesperación.
El propósito de traer el texto anterior está unido a la motivación de presentar el tango Qué le importa al mundo, escrito a dos manos por José González Castillo y Luis César Amadori.
“Qué le importa al mundo mi problema
si él no me resuelve mi dilema
qué le importa al mundo si se engaña mi razón
metiendo al corazón en gaña. (...)”.
Son unos versos pesimistas que hablan de la percepción que el sujeto tiene del entorno como un ente indiferente ante el transcurrir de su propia vida, del mundo de quien se siente ajeno en su acontecer, es decir, un ser solo y desencantado. Le encuentro un parecido al sentido de Yira Yira: “La indiferencia del mundo/- que es sordo y es mudo- /recién sentirás”.
“La dicha se nos tumba
y el mundo sigue andando,
la fe se nos derrumba,
y el mundo sigue andando,
nos falla hasta la suerte,
y el mundo sigue andando,
llamamos a la muerte,
y el mundo sigue andando.
No hay nada que sea firme
todo en el mundo gira,
parece hasta mentira,
pero esa es la verdad. (…)”
La certeza de la soledad ante el mundo se transforma en instrumento para entender de alguna manera el ejercicio de existir teniendo a la mano un hilo de lucidez. Ya lo había dicho K. Jaspers: “La angustia por el propio ser es un rasgo básico del ser humano lúcido”.
Pensar luego que el saberse desterrado deriva en la sensación enunciada por Cioran: “Se pueden concebir dos maneras de experimentar la soledad: sentirse solo en el mundo o sentir la soledad del mundo”, cuando “la dicha se nos tumba y el mundo sigue andando” ni siquiera llega la muerte, que solamente se invocaría para que “arrebate el momento”, cuando nos abandone la fe.
“...Que le importa al mundo mi tristeza,
Si se me ha subido a la cabeza.
Qué le importa al mundo mi aflicción,
Si él no puede darme ya ni la ilusión”.
La anterior estrofa insinúa que el discurso ha pasado del pathos a la comprensión, cuando el hombre descifra el propio malestar y el hastío hacia la humanidad; y aquí se juntan en el sentido de las letras padre e hijo porque Cátulo Castillo (hijo de José González Castillo) en el tango Desencuentro dejó versos donde corrobora la pérdida de la ilusión que estaba albergada entre la realidad y la esperanza:
“Estás desorientado y no sabés
qué "trole" hay que tomar para seguir.
Y en este desencuentro con la fe
querés cruzar el mar y no podés (...)”
“¡Qué desencuentro!
¡Si hasta Dios está lejano (...)”
Retomando la letra del tango invitado, dejo unas líneas para que las entonen con la música de Francisco Canaro y Antonio Botta:
“Llamamos a la muerte
y el mundo sigue andando”
Una última nota, Emil Cioran, a quienes muchos consideran el escéptico por excelencia, daba este consejo según nota de Fernando Savater: “Vaya 20 minutos a un cementerio y verá que sus preocupaciones no desaparecen, desde luego, pero casi son superadas, es mucho mejor que ir a un médico. Un paseo por el cementerio es una lección de sabiduría casi automática”.